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CRÓNICAS MARCIANAS RAY BRADBURY

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Papá guió la lancha hacia un muelle y desembarcó de un salto.<br />

-Ya estamos. Esto es nuestro. Aquí viviremos desde ahora.<br />

-¿Desde ahora? -exclamó Michael, incrédulo, poniéndose de pie. Miró la ciudad y<br />

se volvió parpadeando hacia el lugar donde había estado el cohete-. ¿Y el cohete?<br />

¿Y Minnesota?<br />

-Aquí -dijo papá, y tocó con el aparatito de radio la cabeza rubia de Michael-.<br />

Escucha.<br />

Michael escuchó.<br />

-Nada -dijo.<br />

-Eso es. Nada. Nada, para siempre. No más Minneapolis, no más cohetes, no más<br />

Tierra.<br />

Michael meditó unos instantes en la fatal revelación y rompió en unos sollozos<br />

entrecortados.<br />

-Espera, Mike -le dijo papá en seguida-. Te doy mucho más a cambio.<br />

Michael, intrigado, contuvo las lágrimas, aunque dispuesto a continuar si la nueva<br />

revelación de papá era tan desconcertante como la primera.<br />

-Te doy esta ciudad, Mike. Es tuya.<br />

-¿Mía?<br />

-Sí, de los tres: tuya y de Robert y de Timothy. Exclusivamente vuestra.<br />

Timothy saltó de la lancha.<br />

-¡Todo es nuestro, todo!<br />

Continuaba jugando con papá, y jugaba a fondo y bien. Más tarde, cuando todo<br />

concluyera y se aclarara, podría separarse de los demás y llorar a solas diez<br />

minutos. Pero ahora era todavía un juego, una excursión familiar, y los otros dos<br />

chicos tenían que seguir jugando.<br />

Mike y Robert saltaron de la lancha y ayudaron a mamá.<br />

-Cuidado con vuestra hermana -dijo papá, y nadie supo, hasta más tarde, lo que<br />

quería decir.<br />

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