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Elma no respondió ni se movió.<br />
Sam disparó su arma ocho veces. Uno de los barcos se deshizo. La vela, el casco<br />
de esmeralda, la quilla de bronce, la caña del timón, blanca como la luna, y los<br />
hombres enmascarados y azules se hundieron en la arena con una llama<br />
anaranjada y humeante.<br />
Pero otros barcos se acercaron.<br />
-Son demasiados, Elma -gritó Sam-. Me van a matar..<br />
Echó el ancla. Era inútil seguir. La vela aleteó, cayó y se plegó sobre sí misma,<br />
con un suspiro. El barco se detuvo. El viento se detuvo. El viaje se detuvo. Marte<br />
no se movió mientras las majestuosas naves marcianas giraban titubeando<br />
alrededor de Sam.<br />
-Terrestre -llamó una voz desde un asiento alto, en alguna parte.<br />
Una máscara plateada se animó. Unos labios de rubíes centellearon.<br />
-¡No he hecho nada!<br />
Sam observó las caras de alrededor. Un centenar de caras. No quedaban muchos<br />
marcianos en Marte, cien, ciento cincuenta, y casi todos estaban ahora allí, en el<br />
fondo seco del mar, en sus barcos resucitados, no muy lejos de sus ajedrezadas<br />
ciudades muertas. Una de ellas acababa de caer en pedazos, como una copa de<br />
cristal derribada por una piedra. Las máscaras plateadas destellaban.<br />
-Fue todo un error -alegó Sam irguiéndose en el barco. Elma yacía encogida como<br />
una muerta en el fondo de la cala-. Vine a Marte como un honrado y emprendedor<br />
hombre de negocios. Con los materiales de un viejo cohete, hice en el cruce de las<br />
carreteras... ya conocen el sitio, el quiosco más hermoso que hayan visto jamás.<br />
Admitirán ustedes que es una construcción excelente. -Sam se rió y miró<br />
alrededor-. Y entonces llegó aquel marciano. Ya sé que era amigo de ustedes. Su<br />
muerte fue un accidente, puedo asegurarlo. Yo sólo quería tener un quiosco de<br />
salchichas. El único en todo el planeta. El primero y el más importante.<br />
¿Entienden? Yo iba a servir allí las mejores salchichas calientes, con pimientos,<br />
cebollas y naranjada.<br />
Las inmóviles máscaras de plata ardían a la luz de las lunas. Unos ojos amarillos<br />
brillaban sobre Sam. Sam sintió que el estómago se le encogía, se le retorcía, se<br />
le endurecía como una piedra. Dejó caer el arma en la arena.<br />
-Me entrego.<br />
-Recoja el arma, terrestre -dijeron los marcianos a coro.<br />
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