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Volumen 18. Teatro - Novela - "La Edad de Oro"

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222 MARTí/ SOVELA<br />

arrugada: se contenta con un traje negro bien cepillado y sin manchas:<br />

con el cual, y una cara honrada, se está bien y se es bien recibido en<br />

todas partes; pero, ipara la mujer, a quien hemos hecho sufrir tanto!<br />

ipara los hijos, que nos vuelven locos y ambiciosos, y nos ponen en el<br />

corazón la embriaguez <strong>de</strong>l vino, y en las manos el arma <strong>de</strong> los conquistadores!<br />

;para ellos, oh, para ellos, todo nos parece poco!<br />

De manera que, cuando don Manuel murió, sólo había en la casa<br />

10s objetos <strong>de</strong> su uso y adorno, en que no <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong> adivinarse más el<br />

buen gusto que la holgura, los libros <strong>de</strong> don Manuel, que miraba la madre<br />

como pensamientos vivos <strong>de</strong> su esposo, que <strong>de</strong>bían guardarse íntegros<br />

a su hijo ausente, y los enseres <strong>de</strong> la escuela, que un ayudante <strong>de</strong> don<br />

Manuel, que apenas le vio muerto se alzó con la mayor parte <strong>de</strong> sus<br />

discípulos, halló manera <strong>de</strong> comprar a la viuda, abandonada así por el<br />

que en conciencia <strong>de</strong>bió continuar ayudándola, en una suma corta, la<br />

mayor, sin embargo, que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> don Manuel se vio nunca<br />

en aquella pobre casa. Hacen pensar en las viudas las palmas caídas.<br />

Este o aquel amigo, es verdad, querían saber <strong>de</strong> vez en cuando que<br />

tal le iba yendo a la pobre señora. iOh! se interesaban mucho por su<br />

suerte, Ya ella sabía: en cuanto le ocurriese algo no tenía más que mandar.<br />

Para cualquier cosa, para cualquier cosa estaban a SU disposición. Y<br />

venían en visita solemne, en día <strong>de</strong> fiesta, cuando suponían que había<br />

gente en la- casa; y se iban haciendo muchas cortesías, como si con la<br />

ceremonia <strong>de</strong> ellas quisiesen hacer olvidar la mayor intimidad que I podría<br />

obligarlos a prestar un servicio más activo. Da espanto ver cuan sola<br />

se queda una casa en que ha entrado la <strong>de</strong>sgracia: da <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> morir.<br />

iQué se haría Doña Andrea, con tantas hijas, dos <strong>de</strong> ellas ya crecidas;<br />

con el hijo en España, aunque ya el noble mozo había prohibido, aun<br />

suponiendo a su padre vivo, que le enviasen dinero? iqué se haría cor.<br />

sus hijas pequeñas, que eran, las tres, por lo mo<strong>de</strong>stas y unidas, la gala<br />

<strong>de</strong>l colegio; con Leonor, la última flor <strong>de</strong> sus entrañas, la que las gentes<br />

<strong>de</strong>tenían en la caNe para mirarla a su placer, asombradas <strong>de</strong> su hermosura?<br />

iqué se haría doña Andrea. 7 Así, cortado el tronco, se secan las ramas<br />

<strong>de</strong>l árbol, un tiempo ver<strong>de</strong>s, abandonadas sobre la tierra. iPero los libros<br />

<strong>de</strong> don Manuel no ! esos no se tocaban: nada más que a sacudirlos, en la<br />

piececita que les <strong>de</strong>stinó en la casa pobrísima que tomó luego, permitía<br />

la señora que entrasen una vez al mea. 0 cuando, ciertos domingos, las<br />

<strong>de</strong>más niñas iban a casa <strong>de</strong> alguna conocida a pasar la tar<strong>de</strong>, doña Andrea<br />

se entraba sola en la habitación, con Leonor <strong>de</strong> la mano, y allí a la<br />

sombra <strong>de</strong> aquellos tomos, sentada en el sillón en que murió su marido,<br />

AMISTAD FUNESTA 223<br />

se abandonaba a conversaciones mentales, que parecían hacerle gran bien,<br />

porque salía <strong>de</strong> ellas en un estado <strong>de</strong> silenciosa majestad, y como más<br />

clara <strong>de</strong> rostro y levantada <strong>de</strong> estatura; <strong>de</strong> tal modo que las hijas cuando<br />

volvían <strong>de</strong> su visita, conocían siempre, por la mayor blandura en loa<br />

a<strong>de</strong>manes, y expresión <strong>de</strong> dolorosa felicidad <strong>de</strong> su rostro, si doña Andrea<br />

había estado en el cuarto <strong>de</strong> los libros. Nunca Leonor parecía fatigada<br />

<strong>de</strong> acompañar a su madre en aquellas entrevistas: sino que, aunque ya<br />

para entonces tenía sus diez años, se sentaba en la falda <strong>de</strong> su madre,<br />

apretada en su regazo o abrazada a su cuello, o se echaba a sus pies,<br />

reclinando en sus rodillas la cabeza, con cuyos cabellos finos jugaba la<br />

viuda, distraída. De vez en cuando, pocas veces, la cogía doña Andrea en<br />

un brusco movimiento en sus brazos, y besando con locura la cabeza <strong>de</strong><br />

la niña rompía en amarguísimos 9ollozo9. Leonor, silenciosamente, hume-<br />

<strong>de</strong>cía en todo este tiempo la mano <strong>de</strong> su madre con sus besos.<br />

De Espaga se trajo pocas cosas don Manuel, y doña Andrea merlos,<br />

que era <strong>de</strong> familia hidalga y pobre. Y todo, poco a poco, para aten<strong>de</strong>r<br />

a las necesida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la casa, fue saliendo <strong>de</strong> ella: hasta unas perlas<br />

margaritas que había llevado <strong>de</strong> América a Salamanca un tío, abuelo<br />

<strong>de</strong> doña Andrea, y un aguacate <strong>de</strong> esmeralda <strong>de</strong> la misma proce<strong>de</strong>ncia,<br />

que recibió <strong>de</strong> sus padres como regalo <strong>de</strong> matrimonio; hasta unas<br />

cucharas y vasos <strong>de</strong> plata que se estrenaron cuando se casó la madre<br />

<strong>de</strong> don Manuel, y éste solía enseñar con orgullo a sus amigos americanos,<br />

para probar en sus horas <strong>de</strong> <strong>de</strong>sconfianza <strong>de</strong> la libertad, cuánto más sólidos<br />

eran los tiempos, cosas y artífices <strong>de</strong> antaño.<br />

Y todas las maravillas <strong>de</strong> la casa fueron cayendo en manos <strong>de</strong> iucle-<br />

mentes compradores; una escena autógrafa <strong>de</strong> “El Delicuente Honrado”<br />

<strong>de</strong> Jovellanos; una colección <strong>de</strong> monedas romanas y árabes <strong>de</strong> Zaragoza,<br />

<strong>de</strong> las cuales las árabes estimulaban la fantasía y avivaban las miradse<br />

<strong>de</strong> Manuelillo cada vez que el padre le permitía curiosear en ellas; una<br />

carta <strong>de</strong> doña Juana la Loca, que nunca fue loca, a menos que amar bien<br />

no sea locura, y en cuya carta, escrita <strong>de</strong> manos <strong>de</strong>l secretario Passamonte,<br />

se dicen cosas tan dignas y tan tiernas que <strong>de</strong>jaban enamorados <strong>de</strong> la<br />

reina a los que la9 leían, y dulcemente conmovidas las entrañas.<br />

Así se fueron otras dos joyas que don Manuel había estimado mucho,<br />

y mostraba con la fruición <strong>de</strong> un goloso que se complace traviesamente<br />

en hacer gustar a sus amigos un plato cuya receta está <strong>de</strong>cidido a no<br />

<strong>de</strong>jarles conocer jan&: un estudio en ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> la cabeza <strong>de</strong> san Fran-

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