Volumen 18. Teatro - Novela - "La Edad de Oro"
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2J2 MARTÍ / NOVELA<br />
Lindo es el montecito que dotnina por el Este a la ciudad, don<strong>de</strong> a<br />
brazo partido lucharon antaño, macana contra lanza y carne contra hierro,<br />
el jefe <strong>de</strong> los indios y el jefe <strong>de</strong> los castellanos, y <strong>de</strong> barranco en barranco<br />
abrazados, matándose y admirándose iban cayendo, hasta que al fin, ya<br />
exhausto, e hiriéndose con ‘su propia macana la cabeza, cayó el indio<br />
a los pies <strong>de</strong>l español, que se levantó la visera, <strong>de</strong>jando ver el rostro<br />
bañado en sangre, y besó al indio muerto en la mano. Luego, como que<br />
era recio <strong>de</strong> subir, le escogieron para sus penitencias los <strong>de</strong>votos, y es<br />
fama que por su falda pedregosa subían <strong>de</strong> rodillas en lo más fuerte <strong>de</strong>l<br />
sol, los penitentes, cantando el rosario.<br />
Vinieron gentes nuevas, y como que el monte es corto y <strong>de</strong> forma<br />
bella, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> él se ve a la ciudad, con sus casas bajas, <strong>de</strong> patios <strong>de</strong> arbolado,<br />
como una gran cesta <strong>de</strong> esmeraldas y ópalos, limpiaron <strong>de</strong> piedras<br />
y yerbajos la tierra que, bien abonada, no resultó ingrata; y <strong>de</strong> la mejor<br />
parte <strong>de</strong>l monte hicieron un jardín que entre los pueblos <strong>de</strong> América no<br />
tiene rival, puesto que no es uno <strong>de</strong> esos jardinuelos <strong>de</strong> flores enclenques,<br />
y arbustos podados, con trocitos <strong>de</strong> césped entre enverjados <strong>de</strong> alambre,<br />
que más que cosa alguna dan i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> esclavitud y artificio, y <strong>de</strong> los que<br />
con <strong>de</strong>sagrado se aparta la gente buena y discreta; sino uno como bosque<br />
<strong>de</strong> nuestras tierras, con nuestras propias y gran<strong>de</strong>s flores y nuestros árboles<br />
frutales, dispuestos con tal arte que están allí con gracia y abandono,<br />
y en grupos irregulares y como poco cuidados, <strong>de</strong> tal manera que no<br />
parece que aquellos bambúes, plátanos y naranjos han sido llevados allí<br />
por las manos <strong>de</strong> jardinero, ni aquellos lirios <strong>de</strong> agua, puestos como en<br />
montón que bordan el estrecho arroyo cargado <strong>de</strong> aguas secas, fueron<br />
allí trasplantados como en realidad fueron: antes bien, parece que todo<br />
aquello floreció allí <strong>de</strong> suyo y con libre albedrío, <strong>de</strong> modo que allí el<br />
alma se goza y comunica sin temor, y no bien hay en la ciudad una<br />
persona feliz, ya necesita ir a <strong>de</strong>círselo al montecito que nunca se ve<br />
solo, ni <strong>de</strong> día ni Ue noche.<br />
Por allí, en la tar<strong>de</strong> en que vamos caminando, halló Pedro Real razón<br />
para encontrarse a caballo, el cual <strong>de</strong>jó en la cumbre, mientras que,<br />
golpeándose con el latiguillo los botines, se perdia, sin recordar el cuadro<br />
<strong>de</strong> Ana, por la calle <strong>de</strong> los lirios. Por allí, y sin saber por cierto que<br />
Pedro andaba cerca, acababa A<strong>de</strong>la, con tres amigas suyas, que estre-<br />
naban unos sombreros <strong>de</strong> paj- a crema adornados con lilas, <strong>de</strong> bajar <strong>de</strong>l<br />
carruaje, que en la cumbre, con los caballos, esperaba. Por allí, sin que<br />
lo supiese A<strong>de</strong>la tampoco, aunque sí lo sabía Pedro, andaban lentamente,<br />
con las dos niñas menores, Sol y doña Andrea: doña Andrea, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />
AMISTAD FUNESTA 253<br />
que el colegio le <strong>de</strong>volvió a su Sol y podía a su sabor recrear los ojos,<br />
con cierto pesar <strong>de</strong> verle el alma un poco blanda y perezosa, en aquella<br />
niña suya <strong>de</strong> “cutis tan trasparente, <strong>de</strong>cia ella, como una nube que vi<br />
una vez, en París, en un medio punto <strong>de</strong> Murillo”, andaba siempre hablando<br />
consigo en voz baja, como si rezase; y. otras regañaba por todo,<br />
ella que no regañaba antes jamás, pues lo que quería en realidad, sin<br />
atreverse, era regañar a Sol, <strong>de</strong> quien se encendia en celos y en miedos,<br />
cada vez que oía preparativos <strong>de</strong> fiesta o <strong>de</strong> paseo, que por cierto no<br />
eran muchos, pero‘sobrados ya para que temiese con justicia doña Andrea<br />
por su tesoro. Ni con el mayor bienestar que con el sueldo <strong>de</strong> Sol en<br />
el colegio había entrado en la casa, se contentaba doña Andrea; y a<br />
veces se dio la gran injusticia <strong>de</strong> que aquella hermosura que ella tanto<br />
mimaba, y que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia <strong>de</strong> la niña cuidaba ella y favorecía, se<br />
la echase en cara como un pecado, que le llevó un dia a prorrunpir en<br />
este curiosisimo <strong>de</strong>spropósito, que a algunas personas pareció tan gracioso<br />
como cuerdo: “Si Manuel viviera, tú no serías tan hermosa.”<br />
Enojábase, doña Andrea, cuando oía, allá por la hora en que Sol volvía<br />
con una criada anciana <strong>de</strong>l colegio, la pisada atrevida <strong>de</strong>l caballo <strong>de</strong><br />
cierto caballero que ella muy especialmente aborrecía; y si Sol hubiese<br />
mostrado, que nunca lo mostró, <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> ver la arrogante cabalgadura,<br />
fuera <strong>de</strong> una vez que se asomó sonriendo y no <strong>de</strong>scontenta, a verla pasar<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> sus persianas, es seguro que por allí hubieran encontrado salida<br />
las amarguras <strong>de</strong> doña Andrea, que miraba a aquel gallardísimo galán,<br />
a Pedro Real, como a abominable enemigo. Ni a galán alguno hubiera<br />
soportado doña Andrea, cuyos pesares aumentaba la certidumbre <strong>de</strong> que<br />
aquel que ella hubiera querido por tenerlo muy en el alma, que poseyese<br />
a su Sol, no seria <strong>de</strong> Sol nunca, por lo alto que estaba, y porque era<br />
ya <strong>de</strong> otra. Mas aquella mansisima señora se estremecía cuando pensaba<br />
que, por parecer proporcionados en la gran hermosura externa. pudiesen<br />
algun día acercarse en amores aquel catador <strong>de</strong> labios encendidos y aquella<br />
copa <strong>de</strong> vino nuevo. Sentía fuerzas viriles doña Andrea: y <strong>de</strong>terminación<br />
<strong>de</strong> emplearlas, cada vez que el caballo <strong>de</strong> Pedro Real piafaba sobre 10s<br />
adoquines <strong>de</strong> la calle. iComo si los cuerpos enseñasen el alma que llevan<br />
<strong>de</strong>ntro! Una vez, en una habitación recamada <strong>de</strong> nácar, se encontró<br />
refugiado a un bandido. Da horror asomarse a muchos hombres inteligentes<br />
y bellos. Se sale huyendo, como <strong>de</strong> una madriguera. Y ya se<br />
sabía por toda la ciudad, con envidia <strong>de</strong> muchas locuelas, que tras <strong>de</strong><br />
Sol <strong>de</strong>l Valle había echado Pedro Real todos sus <strong>de</strong>seos, sus ojos melodiosos,<br />
su varonil figura, sus caballos caracoleadores, sus impetus <strong>de</strong>