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Volumen 18. Teatro - Novela - "La Edad de Oro"

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266 MAFlTí / NOVELA<br />

la casa. Ni había con justicia para Juan placer más grato, ahora que<br />

en Lucía habia entrevisto aquel espíritu seco J altanero, que estar cerca<br />

<strong>de</strong> Ana, cuyo espíritu puro con la vecindad <strong>de</strong> la muerte se esclarecía<br />

y afinaba. Y se asombraba Juan, con razón, <strong>de</strong> haber pasado, libre aún,<br />

cerca <strong>de</strong> aquella criatura que se <strong>de</strong>svanecía, sin rendirle el alma. Esta<br />

misma contemplación <strong>de</strong>l espíritu <strong>de</strong> Ana, cuya cabalidad y belleza<br />

entonces más que nunca le absorbían, le apartaron <strong>de</strong>l riesgo, en otra<br />

ocasión acaso inevitable, <strong>de</strong> observar en cuán grata manera iban unidas<br />

en Sol, sin extraordinario vuelo <strong>de</strong> intelecto, la belleza y la ternura.<br />

Con Lucía, no había paces. Lo que no penetraba Ana, jcómo lo había<br />

<strong>de</strong> enten<strong>de</strong>r Sol? En vano, Sol, aunque ya asustadiza, aprovechando los<br />

momentos en que Ana estaba acompañada <strong>de</strong> Juan o <strong>de</strong> Pedro y A<strong>de</strong>la,<br />

se iba en busca <strong>de</strong> Lucía, que hallaba ahora siempre modo <strong>de</strong> tener largos<br />

quehaceres en su cuarto, en el que un día entró Sol casi a la fuerza, y vio<br />

a Lucía tan <strong>de</strong>scompuesta que no le pareció que era ella, sino otra en su<br />

lugar: en el talle un jirón, los ojos como quemados y encendidos, el rostro<br />

todo como <strong>de</strong> quien hubiese llorado.<br />

Y ese día Lucía y Juan estaban en paz: ni permitia Juan, por parecerle<br />

como in<strong>de</strong>coro suyo, aquel llevar y traer <strong>de</strong> cóleras, que le sacaban el alma<br />

<strong>de</strong> la fecunda paz a que por la excelencia <strong>de</strong> su virtud tenía <strong>de</strong>recho. Pero<br />

ese dia, como que Ana se fatigase visiblemente <strong>de</strong> hablar, y A<strong>de</strong>la y<br />

Pedro estuviesen ensayando al piano una pieza nueva para Ana, Juan,<br />

un tanto airado con Lucía que se le mostraba dura, habló con Sol muy<br />

largamente, y se animó en ello, al ver el interés con que la enferma oía <strong>de</strong><br />

labios <strong>de</strong> Juan la historia <strong>de</strong> Mignon, y a propósito <strong>de</strong> ella, la vida <strong>de</strong><br />

Goethe. No era ésta para muy aplaudida, <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong> que Juan la enca-<br />

minaba entonces, y tan hermosas cosas fue diciendo, con aquel arrebatado<br />

lenguaje suyo, que se le encendia y le rebosaba en cuanto sentía cerca<br />

<strong>de</strong> sí almas puras, que Pedro y A<strong>de</strong>la, ya un tanto reconciliados, vinieron<br />

discretamente a oír aquel nuevo género <strong>de</strong> música, no señalada por el<br />

artificio <strong>de</strong> la composición ni pedantesca pompa, sino que con los ricos<br />

colores <strong>de</strong> la naturaleza salía a caudales <strong>de</strong> un espiritu ingenuo, a modo<br />

<strong>de</strong> confesiones oprimidas. Lucía se levantaba, se mostraba muy solicita<br />

para Ana, interrumpía a Juan melosamente. Salía como con <strong>de</strong>specho.<br />

Entraba como ya iracunda. Se sentaba, como si quisiera domarse. “Sol,<br />

ihabrán puesto agua a los pájaros ?” Y Sol fue, y habían puesto agua.<br />

“Sol, ihabrán traído la leche fresca para Ana?“. Y Sol fue, y habían<br />

traído la leche fresca para ,4na. Hasta que, al fin, salió Lucía, y no<br />

*rolvió más: Sol la halló luego, con los ojos secos y el talle <strong>de</strong>sgaprado.<br />

AMISTAD FUNESTA 267<br />

Y aquello crecía. Hoy era una dureza para Sol. Otra mañana. A la<br />

tar<strong>de</strong> otra mayor. <strong>La</strong> niña, por Ana y por Juan, no las <strong>de</strong>cía. Juan,<br />

apenas bajaba. Lucía, con gran<strong>de</strong>s esfuerzos, lograba apenas, convertido<br />

en odio aparente todo e: cariño que por Juan sentía, disimularlo <strong>de</strong><br />

modo que no fuese apercibido. iQuién había <strong>de</strong> achacar a Sol tanta<br />

mudanza, a Sol cuya pacífica belleza en el campo se completaba y<br />

esparcia, pues era como si la vertiese en torno suyo, y por don<strong>de</strong> ella<br />

anduviese fueran, como sus sombras, la fuerza y la energía? ¿A Sol, que<br />

sobre todos levantaba sus ojos limpios, gran<strong>de</strong>s y sencillos, sin que en<br />

alguno se <strong>de</strong>tuviesen más que en otro; con Lucía, siempre tierna; para<br />

Ana, una hermanita; con Pedro, jovial y buena; con Juan, como agra-<br />

<strong>de</strong>cida y respetuosa ? Pero ése era su pecado: sus ojos gran<strong>de</strong>s, limpios y<br />

sencillos, que cada vez que se levantaban, ya sobre Juan, ya sobre otros<br />

don<strong>de</strong> Juan pudiese verlos, se entraban como garfios envenenados por<br />

el corazón celoso <strong>de</strong> Lucía; y aquella hermosura suya, serena y <strong>de</strong>corosa,<br />

que sin encanto no se podía ver, como la <strong>de</strong> una noche clara.<br />

Hasta que una noche:<br />

-No, Sol, no: quédate aquí.<br />

-2 Ana, adón<strong>de</strong> vas? iQué tienes, Ana? iSalir tú <strong>de</strong>l cuarto a<br />

estas horas? iAna! iAna!<br />

-Déjame, niña, déjame. Hoy, yo tengo fuerzas. Llévame basta la<br />

mitad <strong>de</strong>l corredor.<br />

-i Del corredor?<br />

-Sí: voy al cuarto <strong>de</strong> Lucía.<br />

-Pues bueno, yo te llevo.<br />

-No, mi niña, no. Se sentó un momento, con Sol a sus pies, le abrazó<br />

la cabeza, y la besó en la frente. Nada le dijo, porque nada <strong>de</strong>bia<br />

<strong>de</strong>cirle. Y se levantó, <strong>de</strong>l brazo <strong>de</strong> ella.<br />

---Es que sé lo que tiene triste a Lucía. Déjame ir. De ningún modo<br />

vayas. Es por el bien <strong>de</strong> todos.<br />

Fue, tocó, entró.<br />

-iAna!<br />

Ana, casi lívida y tendiendo los brazos para no caer en tierra, estaba<br />

<strong>de</strong> pie, en la puerta <strong>de</strong>l cuarto oscuro, vestida <strong>de</strong> blanco.<br />

-Cierra, cierra.<br />

Se habló mucho, se oyeron gemidos, como <strong>de</strong> un pecho oue se vacía,<br />

se lloró mucho.<br />

Allá a ia madrugada, la puerta se abría, Lucía quería ir con Ana.

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