Volumen 18. Teatro - Novela - "La Edad de Oro"
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230 MañTí / NOVELA<br />
<strong>de</strong> gran<strong>de</strong>za, y sobre todo en estos tiempos, el alma humana. Mil duen<strong>de</strong>cillos,<br />
<strong>de</strong> figuras repugnantes, manos <strong>de</strong> araña, vientre hinchado, boca<br />
encendida, <strong>de</strong> doble hilera <strong>de</strong> dientes, ojos redondos y libidinosos, giran<br />
constantemente alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l portero dormido, y le echan en los oidos<br />
jugo <strong>de</strong> adormi<strong>de</strong>ras, y se lo dan a respirar, y se lo untan en las sienes,<br />
y con pinceles muy <strong>de</strong>licados le hume<strong>de</strong>cen las palmas <strong>de</strong> las manos, y<br />
se les encuclillan sobre las piernas, y se sientan sobre el respaldo <strong>de</strong>l<br />
sillón, mirando hostilmente a todos lados, para que nadie se acerque a<br />
<strong>de</strong>spertar al portero: imucho suele dormir la gran<strong>de</strong>za en el alma humana!<br />
Pero cuando <strong>de</strong>spierta, y abre los brazos, al primer movimiento<br />
pone en fuga a la banda <strong>de</strong> duen<strong>de</strong>cillos <strong>de</strong> vientre hinchado. Y el alma<br />
entonces se esfuerza en ser noble, avergonzada <strong>de</strong> tanto tiempo <strong>de</strong> no<br />
haberlo sido. Sólo que los duen<strong>de</strong>cillos están escondidos <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> las<br />
puertas, y cuando les vuelve a picar el hambre, porque se han jurado<br />
comerse al portero poco a poco, empiezan a <strong>de</strong>jar escapar otra vez el<br />
aroma <strong>de</strong> las adormi<strong>de</strong>ras, que a manera <strong>de</strong> cendales espesos va turbando<br />
los ojos y velando la frente <strong>de</strong>l portero vencido; y no ha pasado<br />
mucho tiempo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que puso a los duen<strong>de</strong>s en fuga, cuando ya vuelven<br />
éstos en confusión, se <strong>de</strong>scuelgan <strong>de</strong> las ventanas, se <strong>de</strong>jan caer por laa<br />
hojas <strong>de</strong> las puertas, salen <strong>de</strong> bajo las losas <strong>de</strong>scompuestas <strong>de</strong>l piso, y<br />
abriendo las gran<strong>de</strong>s bocas en una risa que no suena, se le suben agilísimamente<br />
por las piernas y brazos, y uno se le para en un hombro,<br />
y otro se le sienta en un brazo, y todos agitan en alto, con un ruido <strong>de</strong><br />
rata que roe, las adormi<strong>de</strong>ras. Tal es el sueño <strong>de</strong>l alma humana.<br />
¿De qué ha <strong>de</strong> estar hablando toda la ciudad, sino <strong>de</strong> Sol <strong>de</strong>l Valle?<br />
De ella, porque hablan <strong>de</strong> la fiesta <strong>de</strong> anoche: <strong>de</strong> ella, porque la fiesta<br />
alcanzó inesperadamente, a influjo <strong>de</strong> aquella niña ayer <strong>de</strong>sconocida,<br />
una elevacion y entusiasmo que ni los mismos que contribuyeron a ello<br />
volverían a alcanzar jamás. Tal como suelen los astros juntarse en el<br />
cielo, iay! para chocar y <strong>de</strong>shacerse casi siempre, así, con no mejor<br />
<strong>de</strong>stino, suelen encontrarse en la tierra, como se encontraron anoche, el<br />
genio, y ese otro genio, la hermosura.<br />
De fama singular había venido precedido a la ciudad el pianista<br />
húngaro Keleffy. Rico <strong>de</strong> nacimiento, y enriquecido aún más por SU<br />
arte, no viajaba, como otros, en busca <strong>de</strong> fortuna. Viajaba porque el-<br />
taba lleno <strong>de</strong> águilas, que le comían el cuerpo, y querían espacio ancho,<br />
y se ahogaban en la prisión <strong>de</strong> la ciudad. Viajaba porque casó con<br />
AMISTAD FUNESTA<br />
una mujer a quien creyó amar, y la halló luego como una copa sorda,<br />
en que las armonías <strong>de</strong> su alma no encontraban eco, <strong>de</strong> lo que le vino<br />
postración tan gran<strong>de</strong> que ni fuerzas tenía aquel músico-atleta, para mover<br />
las manos sobre el piano: hasta que lo tomó un amigo leal <strong>de</strong>l brazo, y<br />
le dijo “ Cúrate”; y lo llevó a un bosque, y lo trajo luego al mar, cuyas<br />
músicas se le entraron por el alma medio muerta, se quedaron en ella,<br />
sentadas y con la cabeza altá, como leones que husmean el <strong>de</strong>sierto, y<br />
salieron al fin <strong>de</strong> nuevo al mundo en unas fantasías arrebatadas que<br />
en el barco que lo llevaba por los mares improvisaba Keleffy, las que eran<br />
tales, que si se cerraban los ojos cuando se las oía, parecía que se le-<br />
vantaban por el aire, agrandándose conforme subían, unas estrellas muy<br />
radiosas, sobre un cielo <strong>de</strong> un negro hondo y temible, y otras veces, como<br />
que en las nubes <strong>de</strong> colores ligeros iban dibujándose unas como guir-<br />
naldas <strong>de</strong> flores silvestres, <strong>de</strong> un azul muy puro, <strong>de</strong> que colgaban unos<br />
cestos <strong>de</strong> luz: iqué es la música sino la compañera y guía <strong>de</strong>l espíritu<br />
en su viaje por los espacios ? Los que tienen ojos en el alma, han visto<br />
eso que hacían ver las fantasías que en el mar improvisaba Keleffy: otros<br />
hay, que no ven, por lo que niegan muy orondos que lo que ellos no han<br />
visto, otros lo vean. Es seguro que un topo no ha podido jamás con-<br />
cebir un águila.<br />
Keleffy viajaba por América, porque le habían dicho que en nuestro<br />
cielo <strong>de</strong>l Sur lucen los astros como no lucen en ninguna otra parte <strong>de</strong>l<br />
cielo, y porque le hablaban <strong>de</strong> unas flores nuestras, gran<strong>de</strong>s como cabeza<br />
<strong>de</strong> mujer y blancas como la leche, que crecen en los países <strong>de</strong>l Atlántico,<br />
y <strong>de</strong> unas anchas hojas que se crían en nuestra costa exuberante, y<br />
arrancan <strong>de</strong> la madre tierra y se tien<strong>de</strong>n voluptuosamente sobre ella, como<br />
los brazos <strong>de</strong> una divinidad vestida <strong>de</strong> esmeraldas, que llamasen, peren-<br />
nemente abiertas, a los que no tienen miedo <strong>de</strong> amar los misterios y<br />
las diosas.<br />
Y aquel dolor <strong>de</strong> vivir sin cariño, y sin <strong>de</strong>recho para inspirarlo ni<br />
aceptarlo, puesto que estaba ligado a una mujer a quien no amaba;<br />
aquel dolor que no dormía, ni tenía paces, ni le quería salir <strong>de</strong>l pecho,<br />
y le tenía la fantasía como apretada por serpientes, lo que daba a toda<br />
su música un aire <strong>de</strong> combate y tortura que solía privarla <strong>de</strong>l equilibrio<br />
y proporción armoniosa que las obras durables <strong>de</strong> arte necesitan; aquel<br />
dolor, en un espíritu hermoso que, en la especie <strong>de</strong> peste amatoria que<br />
está enllagando el mundo en los pueblos antiguos, había salvado, como<br />
una paloma herida, un apego ar<strong>de</strong>ntísimo a lo casto; aquel dolor, que<br />
a veces con las manos crispadas se buscaba el triste músico por sobre<br />
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