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Volumen 18. Teatro - Novela - "La Edad de Oro"

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256 MARTi / NOVELA<br />

y <strong>de</strong> su primo. Y se veía ella misma 10 interior <strong>de</strong>l cráneo como si<br />

estuviese lleno <strong>de</strong> todas aque!Iss flores: lo que le sucedía siempre que<br />

estaba sola, con Juan Jerez a! indo. A<strong>de</strong>la y Pedro hablaban <strong>de</strong> formali.<br />

simos sucesos, que tenían la virtud <strong>de</strong> poner a A<strong>de</strong>la contemplativa y<br />

silenciosa. dando a Pedro ocasión para ir callado buena parte <strong>de</strong>l camino,<br />

lo cual aprovechaba él en celebrar consigo mismo animados coloquios:<br />

y a cada instante era nqueiio <strong>de</strong>: “Juan, ¿cómo estará Ana? Bajaré un<br />

instante, a ver si se le ofrece algo .a Ana”. Y Lucía reía, y daba por cosa<br />

cierta que, aunque Sol era niña recatada, ya le había dicho que Pedro<br />

Real le parecía muy bien, y se la veía que le llevaba en el alma: lo que<br />

a Juan no parecía un feliz suceso, aunque pru<strong>de</strong>ntemente lo callaba.<br />

A<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l carruaje, la dichosa Sol era toda exclamaciones: jamás, jam&s,<br />

en su vida <strong>de</strong> huérfana pobre, había visto Sol correr los ríos, vestirse a<br />

los bosques fuertes <strong>de</strong> campanillas moradas y azules, y ver<strong>de</strong>ar y Oorecer<br />

los campos. De un color <strong>de</strong> rosa <strong>de</strong> coral se le teñían las mejillas, y el<br />

ónix <strong>de</strong> México no tuvo nunca mayor transparencia que la tez fina <strong>de</strong><br />

Sol, en aquella mañana <strong>de</strong> ventura en la naturaleza. iAy! la buena Ana<br />

sonreía mucho, pero hahín olvidado levantar <strong>de</strong> su falda el cua<strong>de</strong>rno <strong>de</strong><br />

notas.<br />

Y <strong>de</strong> pronto sonaron unas músicas; se oscureció el camino como por<br />

una sombra grata, y refrenaron las mulas el paso, con gran ruido <strong>de</strong><br />

hebillas y cencerros, De un salto estaba Pedro a la portezuela <strong>de</strong>l<br />

carruaje, al lado <strong>de</strong> Sol, preguntándole a Ana qué se le ofrecía. Pero<br />

aquí bajaron todos, y Sol misma, que se volvió pronto al carruaje, para<br />

acompañar n Ana, y animarla a tomar <strong>de</strong>l breve almuerzo que los <strong>de</strong>más,<br />

sentadoa en torno <strong>de</strong> una mesa rústica, gustaban con vehemente apetito,<br />

sazonado por chistes que el piadoso Juan encabezaba y atraía, porque<br />

los oyese Ana <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su asiento en el coche, traído a este propósito cerca<br />

<strong>de</strong> lo mesa.<br />

Allí, en las tazas <strong>de</strong> güiro posadas en trípo<strong>de</strong>s <strong>de</strong> bejuco recién cortado<br />

<strong>de</strong> las cercanías, hervía la leche que, a juzgar por lo fragante y espumosa,<br />

acababa <strong>de</strong> salir <strong>de</strong> la vaca <strong>de</strong> Durham que asomó su cabeza pacífica por<br />

uno <strong>de</strong> los claros <strong>de</strong> la enreda<strong>de</strong>ra. Porque era aquel lugar un lindo<br />

parador, techado y emparrado <strong>de</strong> verdura, puesto allí por los dueños <strong>de</strong><br />

la iinca, para que los visitantes hiciesen <strong>de</strong> veras, al llegar <strong>de</strong> la ciudad,<br />

su almuerzo a In manera campesina. Allí el queso, que manaba la leche<br />

al ser cortado, y sabia ricamente con las tortas <strong>de</strong> maíz humeantes que<br />

servia la indita <strong>de</strong> saya azul, envueltas en paños blancos. Allí unos huevos<br />

AMISTAD FUNESTA 257<br />

duros, o blanquillos, que venían recostados, cada MO en su taza <strong>de</strong> güiro,<br />

sobre unas yerbas <strong>de</strong> grata fragancia, que olían como florea. Allf, en<br />

Ia cáscara misma <strong>de</strong>l coco recién partido en dos, la leche <strong>de</strong> la fruta, con<br />

una cucharilla <strong>de</strong> coco labrado que la <strong>de</strong>sprendía <strong>de</strong> su9 tazas naturales.<br />

Y mientras duraba el almuerzo, unos indios, <strong>de</strong>scahs y en au8 trajea<br />

<strong>de</strong> lona, puestos en tierra sus sombreros <strong>de</strong> palma, tocaban, bajo otro<br />

paradorciho más lejano, dispuesto para ellos, unos airea muy suaves <strong>de</strong><br />

música <strong>de</strong> cuerda, q;e blandamente templada por el aire matinal y la<br />

enreda<strong>de</strong>ra espesa, llegaba a nuestroa alegres caminantes como una<br />

caricia. A<strong>de</strong>la sólo reía forzadamente. Violencia tenía que hacerse<br />

Sol para no palmotear en el carruaje. Muy feamente arrugó el ceño Lucía<br />

una vez que se acercó Juan a la portezuela <strong>de</strong>l lado <strong>de</strong> Ana, y habló<br />

con ella, haciéndola reír, unos minutos: y en cuanto oyó reír a Sol, <strong>de</strong>jó<br />

Lucía su asiento, y se fue ella también a lo portezuela.-iEa! jEa! ya<br />

tocan diana, que es el toque <strong>de</strong> bienvenida y adiós, los indios hahi!idoaoa<br />

<strong>La</strong> índita <strong>de</strong> saya azul da a gustar a la vaca mirona una <strong>de</strong> las tazaa <strong>de</strong><br />

coco abandonadas. Al pescante van Pedro y A<strong>de</strong>la: Lucía, menos contenta,<br />

a la imperial con Juan. Y la casa <strong>de</strong> la finca, toda blanca, <strong>de</strong> techo<br />

encamado, se ve a poca distancia. Ana ya va muy pálida; y laa mulas,<br />

al olor <strong>de</strong>l pesebre, vuelan camino arriba, bajo la bóveda <strong>de</strong> espeaoa<br />

almendroa que llenan la avenida con sus hojaa redondaa y sua ver<strong>de</strong>s<br />

frutas.<br />

Mucha, mucha alegría. Lucía también estaba alegre, aunque no estaba<br />

Juan allí. iPor qué no estaba Juan?: el pleito <strong>de</strong> los indios, aunque<br />

aquellos eran días <strong>de</strong> receso en tribunales como en eacuelas, le había<br />

obligado a volver al pueble-cito, si no quería que un gamonal <strong>de</strong>l lugar,<br />

que tenis gran<strong>de</strong>s amigos en el Gobierno, hurtase con una rezón u otra<br />

a los indios la tierra que la energía <strong>de</strong> Juan había logrado al fin ka fuere<br />

punto menos que reconocida en el pleito. Los indios habían salido <strong>de</strong><br />

la iglesia con su música, el domingo antes, apenas ae supo que Juan no<br />

esperaria el tren <strong>de</strong>l día siguiente: y cuando le trajeton a Juan la mula,<br />

vio que la habían adornado toda con estrellaa y florea <strong>de</strong> palma, y que<br />

todo el pueblo ae venia tras él, y mucho8 querían acompañarle hasta Ia<br />

ciudad. Una viejita, que venía apoyada en su palo, le trajo un escapuhuio<br />

<strong>de</strong> la Virgen, y una guapa muchacha, con un hijo a la espalda y otro en<br />

brazos, llegó con su marido, que era un bello mancebo, a la cabeza <strong>de</strong> la<br />

mula, y puso al indito en alto para que le diese la mano al ‘%aballero

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