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Volumen 18. Teatro - Novela - "La Edad de Oro"

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258 MARTi / NOVELA<br />

bueno”; y muchos venían con jarras <strong>de</strong> miel cubiertas con estera bien<br />

atada, u otras ofrendas, como si pudiesen dar para tanto las ancas <strong>de</strong><br />

la coballeria, muy oronda <strong>de</strong> toda aquella fiesta; y otro viejito, el padre<br />

<strong>de</strong>l lugar, mi señor don Mariano, que jamás había bebido <strong>de</strong> licor alguno,<br />

aunque él mismo trabajaba el <strong>de</strong> sus plantíos propios, llegó, apoyado<br />

en sus dos hijos, que eran también como senadores <strong>de</strong>l pueblo, y con<br />

los brazos en alto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que pudo divisar a Juan, y como si hubiera al<br />

cabo visto la luzlque había esperado en vano toda su vida: “Abrazarlo,<br />

<strong>de</strong>cía. i Déjenme abrazarlo ! iSeñor, todito este pueblo lo quiere como<br />

a su hijo. 1” De modo que Juan, a quien había conmovido aquellos cariños,<br />

<strong>de</strong>jó la finca, dos dias <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber llegado a ella, no bien supo<br />

que los indios, a pesar <strong>de</strong> su esfuerzo, corrían peligro <strong>de</strong> que se les quitase<br />

<strong>de</strong> las manos la posesión temporal que, en espera <strong>de</strong> la <strong>de</strong>finitiva, había<br />

Juan obtenido que el juez lea acordase,-el juez, que había recibido el día<br />

anterior <strong>de</strong> regalo <strong>de</strong>l gamonal un caballo muy fino.<br />

Mucha, mucha alegría. Lucía misma, que en los dos días que estuvo<br />

allí Juan le dio ocasión <strong>de</strong> extrañeza con unos cambios bruscos <strong>de</strong><br />

disposición que Cl no podía explicarse, por ser mayores y menos racio-<br />

nales que los que ya él le conocía, estaba ahora como quien vuelve <strong>de</strong><br />

una enfermedad.<br />

Era la casa tzda <strong>de</strong> los visitantes, por no estar en ella entonces sus<br />

dueños, que eran como <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong> Juan. Pedro, al anochecer, salía<br />

<strong>de</strong> caza, porque era el tiempo <strong>de</strong> la <strong>de</strong> los conejos, por allí abundantí-<br />

simos. De los que traía muertos en el zurrón no hablaba nunca, porque<br />

Ana no se lo había <strong>de</strong> perdonar, por haber todavía en este mundo almas<br />

sencillas que no hallan placer en que se mate, a la entrada misma <strong>de</strong> la<br />

cueva don<strong>de</strong> tiene a su compañera y a su prole: a los pobres animales que<br />

han salido a <strong>de</strong>scubrir, para mudarse <strong>de</strong> casa, algún rincón <strong>de</strong>l bosque<br />

rico en yerbas.<br />

Pero los conejos, <strong>de</strong> puro astutos, suelen caer en las manos <strong>de</strong>l<br />

cazador; porque no bien sienten ruido, se hacen los muertos, como para<br />

que no los <strong>de</strong>late el ruido <strong>de</strong> la fuga, y cierran los ojos, cual sí con esto<br />

cerrase el cazador los suyos, quien hace por su parte como que no ve,<br />

y echada hacia la espalda la escopeta, por no alarmar al conejo que<br />

suele conocerla, se va, mirando a otro lado, sobre la cama <strong>de</strong>l conejo,<br />

hasta que <strong>de</strong> un buen salto le pone el pie encima y así 10 coge vivo: una<br />

vez cogió tres, muy manso el uno, <strong>de</strong> un color <strong>de</strong> humo, que fue para Ana:<br />

AMISTAD FUNESTA 259<br />

otro era blanco, al cual halló manera <strong>de</strong> atarle una cinta azul al cuello, con<br />

que lo regaló a Sol; y a Lucía trajo otro, que parecía un rey cautivo,<br />

<strong>de</strong> un castaiio muy duro, y <strong>de</strong> unos ojos fieros que nunca se cerraban,<br />

tanto que a los dos días, en que no quiso comer, bajó por primera vez<br />

las orejas que había tenido enhiestas, mordió la ca<strong>de</strong>nilla que lo sujetaba,<br />

y con ella en los dientes quedó muerto.<br />

Paseos, había pocos. Sin Ana, iquién había <strong>de</strong> hacerlos? Con ella<br />

no se podía. Ni Sol d ela . b a a Ana <strong>de</strong> buena voluntad; ni Lucía hubiera<br />

salido a goce alguno cuando no estaba Juan con ella. A<strong>de</strong>la, sí, había<br />

trabado amista<strong>de</strong>s con una gruesa india que tenía ciertos privilegios en<br />

la casa <strong>de</strong> la finca, y vivía en otra cercana, don<strong>de</strong> pasaba A<strong>de</strong>la buena<br />

parte <strong>de</strong>l día, piaticando <strong>de</strong> las costumbres <strong>de</strong> aquella gente con la resuella<br />

Petrona Revolorio: “y no crea la señorita que le converso por servicio,<br />

sino porque le he cobrado afición”. Era mujer robusta y <strong>de</strong> muy buen<br />

andar, aunque esto lo hacía sobre unos pies tan pequeños que no había<br />

modo <strong>de</strong> que Petrona llegara a ver a “sus niños” sin que le pidieran<br />

que los enseñase, lo cual ella hacía como quien no lo quiere hacer, sobre<br />

todo cuando estaba <strong>de</strong>lante el niño Pedro. <strong>La</strong>s manos corrían parejas con<br />

los pies, tanto que algunas veces las niñas se las pedían y acariciaban;<br />

llevaba una simple saya <strong>de</strong> listado, y un camisolín <strong>de</strong> muselina<br />

transparente, que le ceñia los hombros y le <strong>de</strong>jaba <strong>de</strong>snudos los hermosos<br />

brazos y la alta garganta. Era el rostro <strong>de</strong> facciones graciosas y menudas,<br />

<strong>de</strong> tal modo que la boca, medio abierta en el centro y recogida en dos<br />

hoyuelos a los lados, no era en todo m.?s gran<strong>de</strong> que sus ojos. <strong>La</strong> naricilla,<br />

corta y un tanto redonda y vuelta en el extremo, era una picardía. Tenía<br />

la frente estrecha, y <strong>de</strong> ella hacia atrás, en dos bandas no muy lisas, el<br />

cabello negro, que en dos trenzas copiosas, veteadas <strong>de</strong> una cinta roja,<br />

llevaba recogida en cerquillo, como una corona, sobre lo alto <strong>de</strong> In<br />

cabeza. Un chal <strong>de</strong> Xstado tenía siempre puesto y caído sobre un hombro;<br />

y no había quien, cuando remataba una frase que le parecía intencionada,<br />

se echase por la espalda con más brío el chal <strong>de</strong> listado. Luego echaba<br />

a correr, riendo y hablando en una jerga que quería ser muy culta y<br />

ciudadana; y se iba a preparar a la niña Ana, lo cual hacía muy bien,<br />

unos tamales <strong>de</strong> dulce <strong>de</strong> coco y un chocolatillo claro, que era lo que con<br />

más gusto tomaba, por lo limpio y lo nuevo, nuestra linda enferma. Y<br />

mientras Ana los gustaba, Petrona Revolorio, con el chal cruzado, se<br />

sentaba a sus pies “no por servicio, sino porque le había cobrado afición”,<br />

y le hacía cuentos.

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