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El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

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se ponían en los cines de verano de Úbeda las películas «habladas en español», tituladas<br />

«La novia secreta» y «Cuando el diablo asoma». Todo un presagio de lo que<br />

estaba por llegar. Se hablaba entonces en Úbeda de cine y de cualquier otro tema<br />

que no fuera recordar los terribles <strong>su</strong>cesos que pasaron en la ciudad en el mes de<br />

julio: las quemas de imágenes, iglesias, conventos y patrimonio documental y los<br />

asesinatos de la cárcel. Un impresionante testimonio de ello hemos podido leer en<br />

la obra autobiográfica de una muchacha de Úbeda de familia humilde, nacida en<br />

1920, que escribió un libro relatando todo lo que vio y recordó para siempre de<br />

aquellos fatídicos días .<br />

la guerra<br />

<strong>El</strong> relato que hace <strong>Juan</strong> <strong>Pasquau</strong> en <strong>su</strong>s Memorias de la guerra civil del<br />

, es corto y triste pero carente de cualquier rencor, pues en él no cabían esos<br />

sentimientos. Por <strong>su</strong> gran valor documental lo recogemos literalmente: «Y llegó la<br />

guerra. Estuve todo ese tiempo en Úbeda, zona roja. Sufrimos mucho en la familia,<br />

aunque directamente y en particular no fuimos atacados. «No teníamos una<br />

gorda»... Pero siempre la zozobra, el temor. La casa invadida de cuadros e imágenes<br />

religiosas, sin ocultarlo, y los hábitos de toda la familia de frecuentar la iglesia...<br />

Entraban a veces, a pedir cosas, colchones, etc., y siempre era un sobresalto. Por lo<br />

pronto, mi madre temía muchísimo a que yo saliera de casa. Y allí, en casa, –ratos<br />

de temor, ratos de lectura, ratos de perplejidad, ratos de optimismo (....) aguanté<br />

hasta que me movilizaron. Menos mal que me libré de las armas (....) porque un<br />

médico amigo, de Jaén, me «facilitó» una enfermedad... y me dieron por inútil.<br />

Recuerdo que durante los años de guerra emborroné a solas mucho papel. Hace<br />

algunos días registré en un baúl y encontré algunos escritos de entonces. Era la <strong>época</strong><br />

del «primer amor», y ya se sabe... Escribía también sobre cuestiones religiosas.<br />

Y leía mucho. Libros prestados y, otras veces libros que compraba yo mismo, en<br />

ediciones baratas. Empecé a aficionarme a la buena literatura. Por lo menos, ya me<br />

gustaban más las obras de Ricardo León –por ejemplo– que «Los tres mosqueteros».<br />

Pero mi gusto literario no estaba formado todavía. Recuerdo, a este respecto,<br />

que vino a parar a mis manos «Antonio Azorín», de Azorín. Yo confundía entonces<br />

a Azorín con un diputado socialista que se apellidaba lo mismo... Me extrañó,<br />

pues, un poco, que Azorín leyese a Santa Teresa y que hablase bien de las monjas<br />

de no sé qué convento de Yecla. Pero el Azorín, que tanto habría de gustarme más<br />

tarde, no me impresionaba todavía, en mis lecturas de guerra. Yo dije también de<br />

él eso de que «no dice nada». Veinte años tenía yo por aquél tiempo» 7 .<br />

J. LÓPEZ MANJÓN, ¿Y quién soy yo? Op. cit, pp. 2 - .<br />

7 J. PASQUAU, Memorias, Op. cit, p.<br />

Adela Tarifa Fernández

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