El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

476
sin límites de tiempo, lugar, tema o género. Leía incluso, con gusto, las obras escritas
en castellano antiguo, aunque fuese en pequeñas dosis. Encontraba delicioso
a Berceo. Disfrutaba entusiasmado con Cervantes, con Quevedo... De la época
neoclásica, Feijoo, el Padre Isla... También escritores post-románticos y menos los
románticos, aunque se compraba estos libros y leyó algunos. Y en su mesa siempre
un libro: «La imitación de Jesucristo», de Tomás del Kempis.
Consecuencia de estas aficiones literarias fue su permanente deambular
por las librerías de viejo, donde tantos buenos ratos pasaba cuando tenía ocasión,
siempre como cazador al acecho. Algunos artículos aluden a estos paseos por las
ferias de libros antiguos y de ocasión, gozando al descubrir una joya, como ese diario
de Manuel Machado, roto, gastado, que compró en la Coruña, referido al año
en que él nació, 1918. En estas compras ocasionales también adquiría libros que le
resultaban útiles para su formación como maestro y profesor de Arte, ampliando
una colección que había comenzado muy joven, pues desde temprana edad leía
obras de Historia, Filosofía y Arte: «Por vivir, haber nacido y haberme educado en
una ciudad eminentemente monumental, no puedo sustraerme a la influencia del
Arte», según textos autógrafos de Pasquau. Y junto al arte hecho por los hombres,
su admiración al arte que contemplaba en la naturaleza, llegando a exclamar una
vez: «Si tuviera que ser otra cosa, sería campesino».
Ni su enfermedad, que arrastró durante los ocho últimos años de su vida,
ni la intensidad de sus obligaciones sociales, laborales y familiares, fueron obstáculo
para desplegar una labor literaria que en otra persona de menos tesón, vocación
y aptitudes hubiera resultado inalcanzable. Cierto es que escribir y leer tanto era
un esfuerzo, pero también un gozo. Por eso no solía quejarse cuando el trabajo
se acumulaba. Aunque hoy cabe preguntarse cuánta hubiera sido su producción
literaria de haberse dedicado sólo a ello. Sin duda Juan Pasquau necesariamente
tuvo que «moderarse» en su más fuerte vocación por tener que incluir entre sus
actividades algunas otras en las que cumplió a la perfección y con acierto, pero que
le limitaban en lo que más deseaba, necesita y sabía hacer: Escribir y comunicar sus
pensamientos. Hizo mucho, más de lo que las fuerzas le permitían, por cumplir
el papel que tenía asignado en la tierra. De hecho, en ese afán de comunicación
de ideas, sentimientos y pensamientos, no renunció a actuar como conferenciante
cuando las circunstancia lo requería, a sabiendas de que era mejor escritor que orador.
Porque, como antes expusimos, a Juan no le preocupaba tanto «quedar bien»
como hacer lo que le dictaba su conciencia, trasmitiendo sus mensajes en la búsqueda
de lo cierto, de lo noble, de lo válido. Especialmente si en el auditorio había
jóvenes. A ellos les dedicó los mejores años de su vida y numerosas publicaciones,
alguna de las cuales se han recopilado recientemente en un libro que le ha dedicado
la SAFA de Úbeda, donde el espíritu de Juan Pasquau Guerrero sigue vivo en las
puertas del siglo XXI.
Adela Tarifa Fernández