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El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

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nuestro estilo? Pues afuera Shakespeare. Y ... ¡ay de Goethe, si alguna vez intenta<br />

pasar de matute un poco de serenidad a nuestra alma! ¡No lo volveremos a leer!<br />

!Palabra!<br />

Si el caso del joven de bachillerato que manda crónicas a un periódico de Caracas,<br />

constituyese un caso esporádico; si <strong>su</strong> ingenua petulancia fuese insólita,<br />

aislada; si no significase un estado de opinión entre los de <strong>su</strong> edad y entre algunos<br />

otros literatos y periodistas un poco más granaditos, un poco menos noveles, la<br />

cosa carecería de importancia y no merecería apenas comentarios. Ni siquiera<br />

este pobre comentario mío.<br />

Pero no; la cosa –o el caso– está muy extendida. En el mundo literario –en el<br />

periodístico algo menos– hay ahora una «originalitis» que pasma. No digamos<br />

leer a un clásico: leer a «uno del noventa y ocho» –pongamos por ejemplo– o<br />

con mucha más razón a «uno del siglo de oro» es signo de mal gusto. Síntoma de<br />

mentalidad anacrónica en el criterio de ciertos «snobs» de nuestra hora. Porque<br />

diríase que en los de la última hornada <strong>su</strong>bsista, expresa o tácita, la opinión de<br />

que la formación literaria es un mito. Siempre el joven que iba para escritor se<br />

entretuvo con hojear –hojear por lo menos– a los maestros más o menos excelentes<br />

que le han precedido. No buscaba con esto parecerse a nadie: pero sí, luego,<br />

una mansa influencia de alguien se dejaba traslucir en <strong>su</strong> estilo, la cosa no era<br />

demasiado de temer. Porque si había esto, si había inspiración, las influencias serían<br />

desbordadas. Y porque, en última instancia, el dejarse influir no era pecado.<br />

¿Es que los mejores de cada <strong>época</strong> han dejado alguna vez de confesar sencilla, y<br />

gozosamente inclusive, <strong>su</strong>s deudas intelectuales o simplemente estéticas hacia los<br />

mejore de otras <strong>época</strong>s? Pero, a lo que parece, en el sentir nuevo, las influencias<br />

no forman, sino que deforman. Porque hay que ser original. (Y sin embargo,<br />

¡cuánto se parecen entre sí los unos a los otros, los llamados originales! A lo mejor,<br />

¡quién sabe!, es una venganza de las pobres difamadas «influencias».)<br />

Supongamos, ¡qué sé yo!; <strong>su</strong>pongamos a un inventor que para inventar, prefiere<br />

empezar por ignorar a Edisson. La cosa no tiene explicación, a no ser que lo que<br />

el inventor se proponga sea inventar el gramófono.<br />

No debemos ni queremos pensar que éste sea el caso del flamante y jovencísimo<br />

periodista que escribe para la prensa de Caracas...» 50 .<br />

Queda claro que no se mordía la lengua <strong>Pasquau</strong> cuando criticaba vicios,<br />

modas y dogmas del momento, preocupado siempre porque la cultura que llegaba<br />

de la lectura de libros se asimilara debidamente, aunque ya en estos años empezaba<br />

a estar de moda la tendencia a proclamarse «autodidacta» minimizando el prestigio<br />

de autores consagrados o despreciando la sabiduría atesorada por nuestros<br />

antepasados. No era <strong>su</strong> caso, que siempre manifestó agradecimiento a los que le<br />

enseñaron algo en la vida. Y así lo puso de manifiesto en los agradecimientos que<br />

50 ABC, 2-5-1958<br />

<strong>El</strong> humanista <strong>ubetense</strong> <strong>Juan</strong> <strong>Pasquau</strong> <strong>Guerrero</strong><br />

y <strong>su</strong> <strong>época</strong><br />

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