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El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

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«Ejerzo desde 19 1. Después de las oposiciones de 19 5, como maestro propietario<br />

en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia de Úbeda, en la Escuela<br />

Primaria, en la Escuela de Magisterio y como secretario, últimamente, del Grupo<br />

Escolar.<br />

Así, pues, mi juventud entera ha sido, en gran parte, una dedicación a la enseñanza.<br />

Confieso que he trabajado a gusto y que las Escuelas fundadas por el P.<br />

Villoslada constituyeron y constituyen un «clima» muy favorable para mi actuación<br />

escolar. Hoy la Institución es famosa en casi toda Andalucía; en <strong>su</strong>s principios<br />

fueron unas escuelas pobres, cuyo principal motor fue... el entusiasmo. Mi<br />

primera experiencia profesional, pues, es ésta: el entusiasmo es fundamental en<br />

el maestro. Debería intentarse, en el campo de la Pedagogía, una «Metodología<br />

del entusiasmo»<br />

La tónica de la Institución docente en la que he prestado mis servicios, ha sido<br />

siempre de una religiosidad profunda. Como estimo que, en la Escuela, la Religión<br />

no es una asignatura o una disciplina «apendicular», sino una atmósfera y<br />

un cimiento, y que el cometido educativo cambia radicalmente en cuanto a <strong>su</strong>s<br />

fines –y no pocas veces en cuanto a <strong>su</strong>s medios– según la Cruz esté o no, efectivamente,<br />

al frente de la Escuela, he de manifestar también que la preocupación<br />

religiosa que presidió mi juventud personal –en el cruce <strong>su</strong>bjetivo de mis veinte<br />

años y en el objetivo de la primera post-guerra– fue nota dominante en mi actuación<br />

profesional.<br />

Pero no esgrimo esto como un mérito. Ser cristiano no es un mérito; es una gracia<br />

que hay que arrostrar humildemente. A la luz del «ser cristiano» no se ven méritos;<br />

se observan, más bien, demérito e imperfecciones de toda índole. Cuando<br />

uno se propone metas estrictamente naturales y racionales, los triunfos pueden<br />

ser bastantes. Si uno añade objetivos más altos a <strong>su</strong>s propósitos, uno tiene que<br />

confesar siempre, que los pocos triunfos obtenidos tienen como autor a Dios. Y<br />

que en los fracasos, el porcentaje decisivo pertenece al maestro. Decir esto no es<br />

modestia. Es la verdad….<br />

¿Otros méritos? Los corrientes. ¿Mis métodos de enseñanza? Huir de cualquier<br />

extremismo. Ante todo, es el niño. En <strong>su</strong> evolución he visto siempre un misterio.<br />

He creído –y creo– en las aportaciones de la psicología experimental y, por<br />

tanto, me han parecido siempre los principios pedagógicos normativos que en<br />

ella se basan. Pero, lo declaro, no he admitido, siempre, sin reservas, <strong>su</strong>s aportaciones.<br />

Mi experiencia me aconseja pensar que no todo lo antiguo de la escuela<br />

es desechable y que no todo lo moderno es decisivo y terminante. Habría que<br />

huir –aquí también– de todo triunfalismo. <strong>El</strong> maestro tiene que ser una persona<br />

consciente y humilde. Abierto a todo y a todos, pero con un último escepticismo<br />

guardado en el fondo de <strong>su</strong> alma. En este escepticismo natural germina, no pocas<br />

veces, la fe en la eficiencia de lo sobrenatural» 7 2 .<br />

7 2 J. PASQUAU, en Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia,Op. cit, pp. 11-12.<br />

<strong>El</strong> humanista <strong>ubetense</strong> <strong>Juan</strong> <strong>Pasquau</strong> <strong>Guerrero</strong><br />

y <strong>su</strong> <strong>época</strong><br />

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