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El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

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Castellana, me impresionó. En cuanto al Madrid clásico, de capa y espada, encontré<br />

pocos rastros. Y el Rastro –por la mañana y por la tarde– me re<strong>su</strong>ltó un rastro<br />

cualquiera. <strong>El</strong> centro de Madrid, muy bueno. Muy bueno también para encontrar<br />

gente del pueblo de uno. Como los «cines». En cuanto al «Metro», aún antes de<br />

estar de moda el existencialismo, me pareció un vehículo existencialista. Dan más<br />

confianza –aunque son más informales– los tranvías. Los trolebuses, tan burgueses,<br />

abusan de la publicidad del «Cinzano», de las marcas «Iberia» y del «Fósforo<br />

Ferrero 85 ». Lo cierto es que <strong>Juan</strong> disfrutó días muy gratos en Madrid, y acaso soñó<br />

con vivir allí para sacarse el título de periodista. Como veremos a <strong>su</strong> tiempo, <strong>su</strong>s<br />

colaboraciones con ABC, le abrieron un mundo de nuevas amistades en la capital<br />

de España. Y ese Madrid al que él amaba, finalmente lo eligió para morir. Pero esa<br />

es otra parte de esta historia.<br />

Hablando de los viajes de nuestro protagonista, que él sabía aprovechar<br />

siempre para mejorar <strong>su</strong> formación y eran fuente de inspiración de <strong>su</strong>s crónicas, cabe<br />

recordar que fue en verano de 19 9 cuando viajó a Valencia, donde vivían <strong>su</strong>s primos<br />

Vicente, Carmita y Victoria Sancho <strong>Pasquau</strong>. Sobre la ciudad del Turia, <strong>Juan</strong> dejó<br />

este recuerdo escrito: «Valencia: La visité en 19 9. Estuve tres días. Fue en el mes<br />

de agosto. Un calor fantástico. Me pasé los tres días <strong>su</strong>dando. En los intervalos...<br />

lúcidos, me hicieron <strong>su</strong>bir al Miquelete, penetré en el Mercado de Flores, nos<br />

tomamos unas cañas en la Plaza del Caudillo –no sé, vaya, si unas cañas o unas<br />

horchatas–, y fui al Grao, que me pareció un puerto todavía más <strong>su</strong>cio que los<br />

demás puertos. Otro día estuve en un pueblecito cercano; Manises. En el camino,<br />

desde el tren, vi las plantaciones de arroz» 8 . Nada que ver con la Valencia actual,<br />

desde luego.<br />

Por estos años hizo nuestro protagonista otros viajes: conoció Burgos, en<br />

19 9, ciudad que le gustó mucho, Ávila y <strong>El</strong> Escorial. Sus recuerdos de estos y otros<br />

viajes los evocó después, en las citadas Memorias de 1952. Confesaba que no eran muchos<br />

los viajes que hasta entonces había hecho fuera de Andalucía. Una de las mejores<br />

impresiones la recibió al encontrarse frente a <strong>El</strong> Escorial: «Conozco <strong>El</strong> Escorial...<br />

«Tratado del esfuerzo puro» le llama, si no recuerdo mal, Ortega. Es un edificio del<br />

que no se puede decir «¡qué bonito!», como alguien diría del Patio de los Leones,<br />

o del altar churrigueresco ese que hay –a la derecha o a la izquierda– en todas las<br />

catedrales españolas... Porque pienso que no tiene nada de «bonito» –bonito en<br />

el sentido peyorativo de la palabra– el Escorial. Este monasterio es, precisamente,<br />

anti-bonito. Lo bonito es lo que halaga, lo bonito es, en el arte, lo que el azúcar<br />

en la condimentación. Pero hay paladares sinceros a los que repugna un poco la<br />

adulación del azúcar. No hay un rincón, un paraje o una esquina en <strong>El</strong> Escorial que<br />

85 J. PASQUAU, Memorias, pág. 1<br />

8 Ibidem.<br />

<strong>El</strong> humanista <strong>ubetense</strong> <strong>Juan</strong> <strong>Pasquau</strong> <strong>Guerrero</strong><br />

y <strong>su</strong> <strong>época</strong><br />

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