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El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

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la soledad de la muerte de <strong>su</strong> madre, de la lejanía de <strong>su</strong>s hermanas, pero entregado<br />

a <strong>su</strong> labor docente y a <strong>su</strong> vocación literaria. Fue a principios de este año cuando el<br />

diario Jaén relataba que el Papa Pío XII había proclamado a la Virgen de la Capilla<br />

patrona principal de Jaén y que alcalde de Úbeda, Pedro Sola, había inaugurado la<br />

traída de aguas a la ciudad. También de los primeros meses de este año es un bello<br />

artículo, cargado de simbolismo, que escribió nuestro protagonista para el diario<br />

Jaén, titulado «<strong>El</strong> humo». <strong>Juan</strong> fumaba por entonces, acaso más de la cuenta, y<br />

hasta el humo de un cigarrillo le brindaba motivos para pensar; le daba excusas<br />

para lucirse con el arte de la pluma. Y siempre con el recuerdo recurrente de la<br />

infancia.<br />

No sé si a estas alturas de siglo tienen nuestra prensa espacio disponible<br />

para pequeños ensayos de autor, como el que reproducimos. Acaso no, porque<br />

tampoco queden muchos lectores que sean capaces de entender el fondo de la<br />

cuestión en un mundo agobiado por la urgencia de todo, por la urgencia de ganar<br />

mucho dinero a costa de perder algo de la propia vida. A mí es uno de los temas de<br />

<strong>Pasquau</strong> que más me hizo reflexionar, pese a <strong>su</strong> aparente sencillez y fácil lectura:<br />

«Cuando leí, creo que en una novela, que la protagonista tenía los ojos del color del<br />

humo de los cigarros, compré un paquete de tabaco, encendí un pitillo y me puse a<br />

observar el color del humo de los cigarros (…) En realidad, es lo mejor que tiene el<br />

tabaco: el humo. «París bien vale una misa»... y el color del humo de los cigarros<br />

bien vale una pequeña intoxicación de nicotina. Quizás por eso, sólo es auténtico<br />

fumador el que fuma a oscuras. Pero el que lo hace en presencia de la luz, puede<br />

ser un fumador empedernido o un empedernido romántico nada más.<br />

Hay humos y humos. Está –por ejemplo– el humazo; ese humo espeso que sale<br />

de los tizones, o el otro pringoso que sale de las sartenes. Humos mal educados,<br />

que ennegrecen el rostro, que hacen llorar. Quizás pensó en ellos aquel que dijo:<br />

«Los celos, son humo del fuego del amor»…<br />

Todavía tiene el humo otro sentido: el sentido ascético. Cuando yo era pequeño<br />

jugaba algunas veces a ser cura, y, me compraba en la droguería dos reales de<br />

incienso para las grandes funciones de mi iglesia. Me sorprendía entonces que<br />

un gramo de incienso encerrase tanto humo dentro. Y me preguntaba para que<br />

valdría el incienso si no fuera por el humo. Y me fastidiaba el hecho de que para<br />

que el incienso diese perfume, fuera necesario quemarlo...) Por qué no le pasaba<br />

al incienso lo mismo que a las flores, que dan el perfume en vida, sin necesidad<br />

de con<strong>su</strong>mirse?<br />

Desde entonces, sé que hay en la vida dos fragancias; la fragancia de las cosas que<br />

se disfrutan y la fragancia de las cosas a las que se renuncia. La fragancia de la flor<br />

y la fragancia del humo...<br />

Claro que está, también, «el humo de pajas», el humo baladí, de las cosas baladíes.<br />

<strong>El</strong> humo que no es nada más que humo, sin ningún accidente que le preste<br />

calidad. <strong>El</strong> humo que ni tiene color de ojos de mujer, como el humo de los<br />

<strong>El</strong> humanista <strong>ubetense</strong> <strong>Juan</strong> <strong>Pasquau</strong> <strong>Guerrero</strong><br />

y <strong>su</strong> <strong>época</strong><br />

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