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El Humanista ubetense Juan Pasquau Guerrero y su época

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Duero. Su ribera, jalonada de recuerdos de gesta, acusa la gravidez de la historia.<br />

¿Hay también ríos con responsabilidad histórica? Al Duero, desde siempre, le han<br />

regalado, unas márgenes de romance. Dirías que las aguas del Duero tienen un<br />

retumbo épico. Aquí, donde yo estoy ahora, es un rumor en bajo profundo, no sé<br />

si agobiado de trascendencia. Se citan, naturalmente, en la mente, todos los cantos<br />

rodados del tópico, más o menos literario. Aquí el recuerdo de la Reconquista<br />

–hay en la misma ribera una iglesia románica del siglo Xl, con <strong>su</strong> torre cuadrada<br />

coronada de cigüeñas– se da la mano con el recuerdo de Antonio Machado. Porque<br />

cuando el Duero sirve de inspiración a los poetas –y Gerardo Diego no desmiente<br />

en este caso la pregenie del autor de «Soledades»– <strong>su</strong>rge una lírica adusta y ascética<br />

casi, enjugada de cualquier liviandad. Es verdad, sí, que el alma pone siempre en<br />

consonancia <strong>su</strong>s paisajes con lo que el paisaje le brinda. Quizás el espíritu de gesta<br />

hubiera sido menos posible cabe a otras <strong>su</strong>gerencias ambientales. Pero el solemne<br />

Duero, ¿hizo al Romance o fue el Romance quien hizo al solemne Duero? Pronto<br />

<strong>su</strong>rge algo así como un ángel escéptico que quiere relativizar, que quiere introducir<br />

la cuña de la duda en la «frase hecha». Y sin embargo, repetimos, ahí está Machado.<br />

¿Es también ca<strong>su</strong>alidad que Machado, para sentir <strong>su</strong> poesía –la <strong>su</strong>ya– tuviera que<br />

acercarse al Duero? En la ribera del Guadalquivir no hay torres románicas. ¿Por<br />

azar, la Giralda se mira en el espejo del Guadalquivir? ¿Concebís la Giralda iluminando<br />

estos campos en que el Pi<strong>su</strong>erga y el Duero confluyen?».<br />

Otro artículo de este año, a mi juicio uno de los más «filosóficos» es el<br />

titulado «Las influencias», que refleja <strong>su</strong> visión de la vida, <strong>su</strong> manera de aplicar la<br />

crítica sin zaherir, pero dejando claras <strong>su</strong>s ideas:<br />

«Un destacado periodista madrileño ha interviuvado recientemente al corresponsal<br />

de prensa, por lo visto, más joven del mundo. Tiene quince años y manda<br />

artículos a Venezuela en donde ha pasado gran parte de <strong>su</strong> hasta ahora corta<br />

vida. En la entrevista con el veterano se expresa el biseño con un desparpajo que<br />

verdaderamente deja al lector un poco turulato.<br />

Porque entre otras «audacias», cuando pregunta al novel –que estudia actualmente<br />

el bachillerato– a qué escritor debe más, responde así:<br />

–A ninguno, porque cuando veo que uno puede influir sobre mí, lo dejo...<br />

De manera, que el jovencísimo periodista, cuyo nombre no hay por qué repetir,<br />

tiene el prurito, como tantos otros imberbes de <strong>su</strong> «promoción», de no parecerse<br />

a nadie. Esto es ahora muy corriente. Esto, ¿se llama originalidad? Hasta cierto<br />

punto esto en literatura, constituye un propósito loable aunque prácticamente<br />

imposible. Lo gracioso viene cuando nuestro preopinante expresa <strong>su</strong> procedimiento<br />

de no dejarse influir; cuando dice que aparta de <strong>su</strong> vista los autores que<br />

puedan dejar huella visible en él. Receta maravillosa, decimos nosotros. La ironía<br />

de Cervantes, ¿puede contagiarnos <strong>su</strong> manera? Pues desechemos a Cervantes. <strong>El</strong><br />

vigor de Shakespeare, ¿es capaz de infiltrarse –¡qué otra cosa quisiéramos!–, en<br />

Adela Tarifa Fernández

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