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Reseña<br />
dos<br />
Un tratado<br />
DE MODALES<br />
SOFÍA GONZÁLEZ BONORINO publicó su cuarta novela,<br />
Mi cliente (Editores Argentinos), que fue presentada<br />
por Claudia Schvartz y Luis Chitarroni. Reproducimos<br />
dos fragmentos de la presentación de un libro que<br />
propone una audaz exploración en torno a la pregunta<br />
sobre qué es ser mujer<br />
Desde la tapa misma del libro [basada en un boceto del gran<br />
artista Jorge Pirozzi] ya sabemos que hay una puta y su<br />
cliente. ¿Cómo llega la adolescente de las primeras páginas, que<br />
rememora su infancia, a elegir la profesión?<br />
Su madre la entrega. Hay una tía vieja a la que desea heredar. Y<br />
la vieja señora tiene un marido tan viejo como ella pero juguetón.<br />
Él se hace cargo de la nena. Lo perverso de esta situación<br />
se reanuda varias veces. La hermosa nena pasa una semana en<br />
poder del viejo que la viste, la baña y la acompaña. La tía finalmente<br />
sospecha, el juego se corta y la nena será culpable de no<br />
haber retenido la herencia. Esta situación extraordinariamente<br />
narrada, es capital para comprender la anonimia de la muchacha<br />
en cuestión.<br />
Mi cliente recorre una experiencia dolorosa. Una vida verosímil,<br />
palpable. Una criatura no nombrada, no amada. Entre madre y<br />
padre, hecha pedazos, terminará su periplo en la cama, estudiando<br />
en la estrechez del espejo, la mejor postura para atraer al<br />
único sujeto que le promete redención: “Mi cliente es escritor”.<br />
“Quizá valga la pena el esfuerzo de recordar”, dice. De alguna<br />
manera, la autora no cierra totalmente la posibilidad de que<br />
su personaje encuentre una salida. Pero si la hallara, sería una<br />
salida estrecha y laberíntica, sin suceso.<br />
Claudia Schvartz<br />
Sofía González Bonorino cuenta una historia asombrosa e<br />
imposible de contar. En realidad, con una elegancia y un tacto<br />
únicos, cambia el eje de la narrativa urbana para establecer las<br />
leyes de un relato invisible, que se aleja de nosotros en cuanto,<br />
en halos de condescendencia, advertimos su condescendiente<br />
visibilidad (narrativa).<br />
Desde Margurite Duras que<br />
no se veía una cosa así. Lo que<br />
tiene de hacendoso esta labor lo<br />
tiene también de delirante, como<br />
cualquier intuición de Penélope.<br />
Si lo que se contara en Mi cliente<br />
fuera distinto, lo sería también<br />
el sistema nervioso de Sofía<br />
González Bonorino, su designio,<br />
su proyecto y su fuga. Pero no es<br />
tampoco el furor contenidista el<br />
que nos instruye a seguir paso a<br />
paso esta ceremonia secreta, que<br />
no recuerda a nada, y que sin<br />
embargo, lejos de la (ceremonia secreta) de Denevi, entraña<br />
una relación de parentesco con una de las escenas magníficas<br />
del cine, la de Belle de Jour en la que Catherine Deneuve<br />
–Severine Sévigny– recibe en la casa de citas al enorme japonés<br />
de sombrero hongo.<br />
En el desacato que González Bonorino impone a su narración<br />
prevalecen los buenos modales. El estilo es una pasión, una<br />
paciencia, demostración cabal del tiempo de mutuas rebeldías,<br />
adopciones y recelos. Julien Green sentenciaba que las<br />
mejores novelas están escritas todas en la misma tonalidad, en<br />
el mismo registro, en la misma tesitura, generalidad un poco<br />
abstrusa, indigna de Green. Uno puede pretender que el estilo<br />
es de un equilibrio tal que no va a dar abasto, pero eso es porque<br />
prevalece en nosotros una superstición clásica. A menudo se<br />
ha creído lo contrario cuando de insuficiencia se trata: que la<br />
superstición es romántica. La modalidad completa del relato en<br />
Mi cliente es moderato cantabile, sin la superposición fastidiosa<br />
de una influencia dominante. No la de Marguerite Duras, que es<br />
la que surge de inmediato por asociación titular. En Argentina,<br />
en posesión de esa templanza, ese aplomo, ese tempo sólo me<br />
acuerdo de Sara Gallardo. Pero la predecesora es incluso<br />
menos tolerante, más imperativa.<br />
No se ha hecho el elogio de un estilo de esta laya en la narrativa<br />
argentina porque a menudo vamos a los saltos, de pormenor sin<br />
pormenor a elogio sin sustancia en elogio pendular, accesorio,<br />
reverente (social).<br />
Mi cliente se establece con el dominio de una retórica de la impermanencia,<br />
que habilita su ligereza, su transitoriedad, gracias<br />
a la falta de sostén, a la falta de textura, y entabla de este modo<br />
su discurso, que nada tiene de monólogo. En este compás al<br />
acecho, sostenido, lo que encontramos es una crudeza adherida<br />
al relato y al acontecer, tan atenta a la inocencia de exponerla<br />
como a la del silencio que la rodea.<br />
No, no es el silencio de la narrativa en particular ni de la<br />
literatura algo que concierna a los que estamos acá, no por lo<br />
menos ahora. Es el silencio angustioso de la novela, al que Sofía<br />
González Bonorino se asomó por puro riesgo, por el gusto que<br />
le provoca una reiteración, una visita, el que rinde la magia que<br />
fue suya al episodio decisivo de la anécdota y de la forma.<br />
Luis Chitarroni<br />
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