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Revista Quid 58

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tecnológico. El motivo es que, frente a un<br />

bien escaso como el trabajo, la única manera<br />

de evitar los rendimientos decrecientes<br />

de la incorporación de mayor capital es<br />

haciendo más productivo el trabajo. O sea,<br />

si aumentamos el número de máquinas<br />

pero mantenemos constante el número de<br />

trabajadores llegará un momento en que<br />

no nos será posible seguir aumentando la<br />

producción. Parafraseando a Easterly, esto<br />

sería como querer hacer más cantidad de<br />

panqueques aumentando sólo la cantidad<br />

de leche de la mezcla. Puede que nos<br />

sirva al principio pero llegará un momento<br />

en que no se podrá agregar más leche a<br />

la mezcla y esto dará como resultado no<br />

poder seguir haciendo más panqueques.<br />

Entonces, la única opción que nos permite<br />

aumentar la producción en el largo<br />

plazo es hacer más productivo ese trabajo<br />

y eso sólo es posible mediante el cambio<br />

tecnológico. Y este no sólo implica nuevas<br />

máquinas sino que puede estar dado por<br />

una nueva manera de organizar el proceso<br />

de producción (si no me creen, pregúntenle<br />

a Ford…).<br />

Pero, nuevamente, ¿qué tiene que ver<br />

la política con este asunto? La respuesta<br />

está en otra enseñanza de la historia de<br />

Daewo y Quander. Y es que si bien ambos<br />

obtuvieron beneficios de su acuerdo, también<br />

se vieron beneficiados muchos otros<br />

que no conformaron parte del acuerdo y,<br />

por lo tanto, no pagaron sus costos. Esto<br />

fue así por las características propias que<br />

tiene el conocimiento y que dificultan que<br />

los individuos inviertan en él de forma<br />

privada. El conocimiento es, en términos<br />

económicos, un bien no rival y no excluyente.<br />

Dicho en criollo, una vez que un<br />

nuevo conocimiento se genera no hay<br />

limitaciones para el número de personas<br />

que pueden hacer uso de este al mismo<br />

tiempo. De esta manera, los individuos<br />

que invierten en la producción de conocimiento<br />

no pueden apropiarse completa y<br />

exclusivamente de él y obtienen un beneficio<br />

menor al que obtiene la sociedad<br />

como un todo. Y por si esto fuera poco,<br />

quienes invierten en el desarrollo tecnológico<br />

saben que las innovaciones futuras lo<br />

harán obsoleto. Las velas fueron sin lugar<br />

a dudas un gran avance pero cuando llegó<br />

la lamparita eléctrica fueron relegadas al<br />

olvido. Teniendo esto en cuenta, ¿quién<br />

puede tener ganas de invertir? Y ahí es<br />

cuando el Estado entra triunfal a escena.<br />

Una de las formas en que históricamente<br />

el Estado interviene para favorecer la<br />

innovación es intentando limitar su carácter<br />

de bien no excluyente mediante los<br />

derechos de propiedad y las patentes, que<br />

permiten que el innovador goce de rentas<br />

exclusivas, al menos durante un tiempo.<br />

Y todo el tiempo se patentan ideas. En el<br />

año 2013, por ejemplo, según la Organización<br />

Internacional de la Propiedad Intelectual<br />

(WIPO, por sus siglas en inglés)<br />

se registraron más de 500.000 patentes en<br />

Estados Unidos, casi 190.000 en Alemania<br />

y más de 71.000 en Francia. América<br />

Latina se encuentra algo más atrás en este<br />

ranking. Brasil registró casi 7000 patentes<br />

en 2013, Argentina 922 y Chile 895 y en<br />

el resto de la región no se registraron más<br />

de 100 patentes por país. Sin embargo,<br />

y pese a que la regulación de patentes<br />

es una buena política de fomento de la<br />

innovación, la posibilidad de filtraciones o<br />

imitaciones continúa siendo grande.<br />

Por suerte, las herramientas a disposición<br />

del Estado no se terminan ahí. Tal vez la<br />

de mayor importancia es el gasto directo<br />

en actividades científicas y tecnológicas. Si<br />

bien este gasto es bajo en América Latina<br />

cuando se lo compara con los países desarrollados,<br />

el mismo está ganando relevancia<br />

en la región. El problema, desde ya,<br />

es cómo se lo asigna para que sea lo más<br />

eficiente posible. Las propuestas que se<br />

hacen desde la economía son varias y poco<br />

compatibles: algunos afirman que conviene<br />

centrarse en la producción de tecnología<br />

de punta para exportación, otros que<br />

hay que priorizar aquellos sectores más<br />

relevantes para la economía nacional (por<br />

ejemplo, el desarrollo agrícola en países<br />

con importante producción agraria), otros<br />

que hay que apuntar a insertar la tecnología<br />

nacional en cadenas internacionales<br />

de valor… la verdad de la milanesa, sigue<br />

sin ser encontrada. No obstante, una idea<br />

interesante, sobre todo cuando se busca<br />

el desarrollo económico, es la propuesta<br />

por el economista alemán Albert Otto<br />

Hirschman que se basa en una premisa<br />

sencilla: toda producción tiene eslabonamientos<br />

hacia adelante y hacia atrás. Así,<br />

por ejemplo, una fábrica de caramelos<br />

tiene eslabonamientos hacia atrás con la<br />

producción de azúcar y hacia adelante con<br />

los fabricantes de papel para envoltorios.<br />

Teniendo esto en mente, la introducción<br />

de una nueva producción hará necesario,<br />

y más importante aún, rentable, la instalación<br />

de aquellas industrias eslabonadas.<br />

De esta manera, un buen destino para<br />

el gasto en desarrollo tecnológico serán<br />

aquellas industrias que tengan un mayor<br />

número de eslabonamientos impulsando<br />

un mayor número de industrias.<br />

A su vez, un gasto de vital importancia<br />

para la innovación que los Estados realizan<br />

es el gasto en educación. Y es que,<br />

¿de qué sirve una innovación si no se sabe<br />

usarla? Además, esta sólo alcanza su máximo<br />

potencial cuando los trabajadores que<br />

la usan están bien capacitados, cuando<br />

sus conocimientos son complementarios<br />

con los requeridos por esta y cuando las<br />

personas más calificadas se asocian entre<br />

sí. Asimismo, un mayor nivel de educación<br />

en la población también facilita que<br />

dichas innovaciones se produzcan. ¿Cómo<br />

anda América Latina en este tema? En<br />

promedio, el gasto público en educación<br />

como porcentaje del PBI es del 4,9%<br />

según datos de la Cepal. Este gasto no<br />

tiene tanta diferencia como solía con el<br />

realizado por los países de la Organización<br />

para la Cooperación y el Desarrollo Económicos<br />

(poco más del 6%). Sin embargo,<br />

como se observa en un reciente informe<br />

de la Unesco, el promedio latinoamericano<br />

esconde diferencias importantes entre<br />

los países. Por ejemplo, Cuba gasta casi un<br />

14% mientras que Perú o Uruguay gastan<br />

poco más que el 2%. Además, cabría preguntarse<br />

por la eficiencia de dicho gasto.<br />

Retomando la idea del economista húngaro<br />

Nicholas Kaldor de resumir los<br />

hechos principales que definen la economía<br />

en un momento determinado, hace<br />

algunos años Charles I. Jones y Paul<br />

M. Romer resumieron la economía actual<br />

en torno a cuatro conceptos principales:<br />

ideas, instituciones, población y capital<br />

humano. Así, la economía hoy en día, y el<br />

desarrollo económico con ella, dependen<br />

del desarrollo de nuevas ideas, de que las<br />

instituciones favorezcan dicho desarrollo y<br />

de que la población tenga la capacitación<br />

necesaria. Así que, Estado, ¿a escena?<br />

* Magister en Ciencia Política, UBA-UTDT.<br />

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