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tecnológico. El motivo es que, frente a un<br />
bien escaso como el trabajo, la única manera<br />
de evitar los rendimientos decrecientes<br />
de la incorporación de mayor capital es<br />
haciendo más productivo el trabajo. O sea,<br />
si aumentamos el número de máquinas<br />
pero mantenemos constante el número de<br />
trabajadores llegará un momento en que<br />
no nos será posible seguir aumentando la<br />
producción. Parafraseando a Easterly, esto<br />
sería como querer hacer más cantidad de<br />
panqueques aumentando sólo la cantidad<br />
de leche de la mezcla. Puede que nos<br />
sirva al principio pero llegará un momento<br />
en que no se podrá agregar más leche a<br />
la mezcla y esto dará como resultado no<br />
poder seguir haciendo más panqueques.<br />
Entonces, la única opción que nos permite<br />
aumentar la producción en el largo<br />
plazo es hacer más productivo ese trabajo<br />
y eso sólo es posible mediante el cambio<br />
tecnológico. Y este no sólo implica nuevas<br />
máquinas sino que puede estar dado por<br />
una nueva manera de organizar el proceso<br />
de producción (si no me creen, pregúntenle<br />
a Ford…).<br />
Pero, nuevamente, ¿qué tiene que ver<br />
la política con este asunto? La respuesta<br />
está en otra enseñanza de la historia de<br />
Daewo y Quander. Y es que si bien ambos<br />
obtuvieron beneficios de su acuerdo, también<br />
se vieron beneficiados muchos otros<br />
que no conformaron parte del acuerdo y,<br />
por lo tanto, no pagaron sus costos. Esto<br />
fue así por las características propias que<br />
tiene el conocimiento y que dificultan que<br />
los individuos inviertan en él de forma<br />
privada. El conocimiento es, en términos<br />
económicos, un bien no rival y no excluyente.<br />
Dicho en criollo, una vez que un<br />
nuevo conocimiento se genera no hay<br />
limitaciones para el número de personas<br />
que pueden hacer uso de este al mismo<br />
tiempo. De esta manera, los individuos<br />
que invierten en la producción de conocimiento<br />
no pueden apropiarse completa y<br />
exclusivamente de él y obtienen un beneficio<br />
menor al que obtiene la sociedad<br />
como un todo. Y por si esto fuera poco,<br />
quienes invierten en el desarrollo tecnológico<br />
saben que las innovaciones futuras lo<br />
harán obsoleto. Las velas fueron sin lugar<br />
a dudas un gran avance pero cuando llegó<br />
la lamparita eléctrica fueron relegadas al<br />
olvido. Teniendo esto en cuenta, ¿quién<br />
puede tener ganas de invertir? Y ahí es<br />
cuando el Estado entra triunfal a escena.<br />
Una de las formas en que históricamente<br />
el Estado interviene para favorecer la<br />
innovación es intentando limitar su carácter<br />
de bien no excluyente mediante los<br />
derechos de propiedad y las patentes, que<br />
permiten que el innovador goce de rentas<br />
exclusivas, al menos durante un tiempo.<br />
Y todo el tiempo se patentan ideas. En el<br />
año 2013, por ejemplo, según la Organización<br />
Internacional de la Propiedad Intelectual<br />
(WIPO, por sus siglas en inglés)<br />
se registraron más de 500.000 patentes en<br />
Estados Unidos, casi 190.000 en Alemania<br />
y más de 71.000 en Francia. América<br />
Latina se encuentra algo más atrás en este<br />
ranking. Brasil registró casi 7000 patentes<br />
en 2013, Argentina 922 y Chile 895 y en<br />
el resto de la región no se registraron más<br />
de 100 patentes por país. Sin embargo,<br />
y pese a que la regulación de patentes<br />
es una buena política de fomento de la<br />
innovación, la posibilidad de filtraciones o<br />
imitaciones continúa siendo grande.<br />
Por suerte, las herramientas a disposición<br />
del Estado no se terminan ahí. Tal vez la<br />
de mayor importancia es el gasto directo<br />
en actividades científicas y tecnológicas. Si<br />
bien este gasto es bajo en América Latina<br />
cuando se lo compara con los países desarrollados,<br />
el mismo está ganando relevancia<br />
en la región. El problema, desde ya,<br />
es cómo se lo asigna para que sea lo más<br />
eficiente posible. Las propuestas que se<br />
hacen desde la economía son varias y poco<br />
compatibles: algunos afirman que conviene<br />
centrarse en la producción de tecnología<br />
de punta para exportación, otros que<br />
hay que priorizar aquellos sectores más<br />
relevantes para la economía nacional (por<br />
ejemplo, el desarrollo agrícola en países<br />
con importante producción agraria), otros<br />
que hay que apuntar a insertar la tecnología<br />
nacional en cadenas internacionales<br />
de valor… la verdad de la milanesa, sigue<br />
sin ser encontrada. No obstante, una idea<br />
interesante, sobre todo cuando se busca<br />
el desarrollo económico, es la propuesta<br />
por el economista alemán Albert Otto<br />
Hirschman que se basa en una premisa<br />
sencilla: toda producción tiene eslabonamientos<br />
hacia adelante y hacia atrás. Así,<br />
por ejemplo, una fábrica de caramelos<br />
tiene eslabonamientos hacia atrás con la<br />
producción de azúcar y hacia adelante con<br />
los fabricantes de papel para envoltorios.<br />
Teniendo esto en mente, la introducción<br />
de una nueva producción hará necesario,<br />
y más importante aún, rentable, la instalación<br />
de aquellas industrias eslabonadas.<br />
De esta manera, un buen destino para<br />
el gasto en desarrollo tecnológico serán<br />
aquellas industrias que tengan un mayor<br />
número de eslabonamientos impulsando<br />
un mayor número de industrias.<br />
A su vez, un gasto de vital importancia<br />
para la innovación que los Estados realizan<br />
es el gasto en educación. Y es que,<br />
¿de qué sirve una innovación si no se sabe<br />
usarla? Además, esta sólo alcanza su máximo<br />
potencial cuando los trabajadores que<br />
la usan están bien capacitados, cuando<br />
sus conocimientos son complementarios<br />
con los requeridos por esta y cuando las<br />
personas más calificadas se asocian entre<br />
sí. Asimismo, un mayor nivel de educación<br />
en la población también facilita que<br />
dichas innovaciones se produzcan. ¿Cómo<br />
anda América Latina en este tema? En<br />
promedio, el gasto público en educación<br />
como porcentaje del PBI es del 4,9%<br />
según datos de la Cepal. Este gasto no<br />
tiene tanta diferencia como solía con el<br />
realizado por los países de la Organización<br />
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos<br />
(poco más del 6%). Sin embargo,<br />
como se observa en un reciente informe<br />
de la Unesco, el promedio latinoamericano<br />
esconde diferencias importantes entre<br />
los países. Por ejemplo, Cuba gasta casi un<br />
14% mientras que Perú o Uruguay gastan<br />
poco más que el 2%. Además, cabría preguntarse<br />
por la eficiencia de dicho gasto.<br />
Retomando la idea del economista húngaro<br />
Nicholas Kaldor de resumir los<br />
hechos principales que definen la economía<br />
en un momento determinado, hace<br />
algunos años Charles I. Jones y Paul<br />
M. Romer resumieron la economía actual<br />
en torno a cuatro conceptos principales:<br />
ideas, instituciones, población y capital<br />
humano. Así, la economía hoy en día, y el<br />
desarrollo económico con ella, dependen<br />
del desarrollo de nuevas ideas, de que las<br />
instituciones favorezcan dicho desarrollo y<br />
de que la población tenga la capacitación<br />
necesaria. Así que, Estado, ¿a escena?<br />
* Magister en Ciencia Política, UBA-UTDT.<br />
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