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Revista Quid 58

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Izq. Monumento a Favaloro en<br />

Jacinto Arauz.<br />

Der. La noticia de su muerte en los<br />

medios de la época.<br />

a la televisión con el ciclo Los grandes temas médicos, y dio conferencias en Argentina y en el<br />

exterior sobre medicina, educación y participación social.<br />

“Mi primer amor fue mi madre, Ida Raffaelli, una mujer excepcional, de ojos verdes y una<br />

mirada muy dulce. Era modista y lo poco que ganaba lo aportaba al hogar. Pasaba largas horas<br />

en la máquina de coser, y además cumplía con devoción su papel de ama de casa mientras<br />

yo, a mis doce años, ya trabajaba en la carpintería de mi padre, Juan Bautista, donde aprendí<br />

a tallar la madera: un gran paso, aunque no parezca, para manejar el bisturí”, contó Favaloro<br />

que también en esos años, conoció a la mujer que lo acompañó casi toda la vida. “De chico yo<br />

vagaba por el Bosque; conocí los primeros besos, el primer sexo y el primer amor”. Hablaba<br />

de María Antonia Delgado, compañera del secundario, con la que se casó el 18 de noviembre<br />

de 1951 y pasaron la luna de miel en la cordobesa Capilla del Monte. No tuvieron hijos.<br />

Baullon habla en su libro de un departamento que Favaloro construyó en la Fundación al<br />

que se iría a vivir ya retirado con Tony (sobrenombre de Antonia). Terminó ocupado por Tita<br />

Merello, una de sus pacientes célebres a la que admiraba desde siempre, y el matrimonio<br />

nunca llegó a usarlo. Tony se enfermó de cáncer de riñón. No pudo curarse aunque probó una<br />

infinidad de tratamientos. La pareja pasó un último verano en la playa, ella en silla de ruedas.<br />

Después de 47 años viviendo con Tony, en 1998, Favaloro se quedó solo en su departamento<br />

de Barrio Parque. (Dos años antes se había sentido obligado a justificar la residencia en una<br />

zona tan cara: “Vivo en pleno barrio bacán pero compré esa casa a 55.000 dólares hace años.<br />

Y ni conozco a mis vecinos. Y cuando vuelvo a mi casa, yo mismo preparo la mesa y lavo los<br />

platos, y si hay que pasar el lampazo, lo hago”. Un tiempo antes, había recibido otro golpe<br />

duro: la muerte, en un accidente, de su hermano Juan José. Las dos personas que habían compartido<br />

con él los dorados años de Araoz, ya no lo acompañarían más. “Con María Antonia, mi<br />

mujer, vivíamos en una vieja casa-chorizo, con mucha modestia, y los pacientes me pagaban<br />

con pollos, huevos, queso. Andaba en un Chevrolet del 34 y llegué a atender sesenta pacientes<br />

por día. Muchos años después, ya en los grandes centros médicos de los Estados Unidos,<br />

añoraba a aquellas humildes enfermeras de Jacinto Arauz, que tanto me quisieron y a las que<br />

tanto quise. Nunca volví al pueblo: tuve miedo de que la emoción me matara de un infarto”.<br />

Ni las clases, ni las conferencias, ni el reconocimiento popular alcanzaron para tapar los problemas<br />

que presentó como justificación de su suicidio. Tampoco el amor. Después de la muerte<br />

de su esposa, comenzó una relación con su secretaria, Diana Truden, 46 años menor,<br />

que lo encontró muerto el sábado 29 de julio de 2000, en el departamento de la calle Dardo<br />

Rocha. La mujer relató que el médico se había levantado de madrugada, como casi siempre,<br />

y ella a las nueve y media. Desayunaron juntos y hablaron de su casamiento, planeado para el<br />

mes siguiente. Durante el almuerzo en un restaurante, él le dijo: “Me voy a La Plata”. Pero<br />

volvió a su departamento, y se disparó en el corazón con un revólver calibre 38 (para el que<br />

había sacado licencia unos cuantos meses atrás). No erró. “¿Qué es un corazón?”, le había preguntado<br />

Castello en aquella entrevista para Clarín: “Es un órgano que hace buuum... buuum<br />

y bombea la sangre, para que circule; un pedazo de carne y hasta puede ser un alimento. En<br />

Aráoz (La Pampa), lo comíamos: corazón de animal nuevo, decía el paisano y en Sudáfrica lo<br />

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