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Izq. Monumento a Favaloro en<br />
Jacinto Arauz.<br />
Der. La noticia de su muerte en los<br />
medios de la época.<br />
a la televisión con el ciclo Los grandes temas médicos, y dio conferencias en Argentina y en el<br />
exterior sobre medicina, educación y participación social.<br />
“Mi primer amor fue mi madre, Ida Raffaelli, una mujer excepcional, de ojos verdes y una<br />
mirada muy dulce. Era modista y lo poco que ganaba lo aportaba al hogar. Pasaba largas horas<br />
en la máquina de coser, y además cumplía con devoción su papel de ama de casa mientras<br />
yo, a mis doce años, ya trabajaba en la carpintería de mi padre, Juan Bautista, donde aprendí<br />
a tallar la madera: un gran paso, aunque no parezca, para manejar el bisturí”, contó Favaloro<br />
que también en esos años, conoció a la mujer que lo acompañó casi toda la vida. “De chico yo<br />
vagaba por el Bosque; conocí los primeros besos, el primer sexo y el primer amor”. Hablaba<br />
de María Antonia Delgado, compañera del secundario, con la que se casó el 18 de noviembre<br />
de 1951 y pasaron la luna de miel en la cordobesa Capilla del Monte. No tuvieron hijos.<br />
Baullon habla en su libro de un departamento que Favaloro construyó en la Fundación al<br />
que se iría a vivir ya retirado con Tony (sobrenombre de Antonia). Terminó ocupado por Tita<br />
Merello, una de sus pacientes célebres a la que admiraba desde siempre, y el matrimonio<br />
nunca llegó a usarlo. Tony se enfermó de cáncer de riñón. No pudo curarse aunque probó una<br />
infinidad de tratamientos. La pareja pasó un último verano en la playa, ella en silla de ruedas.<br />
Después de 47 años viviendo con Tony, en 1998, Favaloro se quedó solo en su departamento<br />
de Barrio Parque. (Dos años antes se había sentido obligado a justificar la residencia en una<br />
zona tan cara: “Vivo en pleno barrio bacán pero compré esa casa a 55.000 dólares hace años.<br />
Y ni conozco a mis vecinos. Y cuando vuelvo a mi casa, yo mismo preparo la mesa y lavo los<br />
platos, y si hay que pasar el lampazo, lo hago”. Un tiempo antes, había recibido otro golpe<br />
duro: la muerte, en un accidente, de su hermano Juan José. Las dos personas que habían compartido<br />
con él los dorados años de Araoz, ya no lo acompañarían más. “Con María Antonia, mi<br />
mujer, vivíamos en una vieja casa-chorizo, con mucha modestia, y los pacientes me pagaban<br />
con pollos, huevos, queso. Andaba en un Chevrolet del 34 y llegué a atender sesenta pacientes<br />
por día. Muchos años después, ya en los grandes centros médicos de los Estados Unidos,<br />
añoraba a aquellas humildes enfermeras de Jacinto Arauz, que tanto me quisieron y a las que<br />
tanto quise. Nunca volví al pueblo: tuve miedo de que la emoción me matara de un infarto”.<br />
Ni las clases, ni las conferencias, ni el reconocimiento popular alcanzaron para tapar los problemas<br />
que presentó como justificación de su suicidio. Tampoco el amor. Después de la muerte<br />
de su esposa, comenzó una relación con su secretaria, Diana Truden, 46 años menor,<br />
que lo encontró muerto el sábado 29 de julio de 2000, en el departamento de la calle Dardo<br />
Rocha. La mujer relató que el médico se había levantado de madrugada, como casi siempre,<br />
y ella a las nueve y media. Desayunaron juntos y hablaron de su casamiento, planeado para el<br />
mes siguiente. Durante el almuerzo en un restaurante, él le dijo: “Me voy a La Plata”. Pero<br />
volvió a su departamento, y se disparó en el corazón con un revólver calibre 38 (para el que<br />
había sacado licencia unos cuantos meses atrás). No erró. “¿Qué es un corazón?”, le había preguntado<br />
Castello en aquella entrevista para Clarín: “Es un órgano que hace buuum... buuum<br />
y bombea la sangre, para que circule; un pedazo de carne y hasta puede ser un alimento. En<br />
Aráoz (La Pampa), lo comíamos: corazón de animal nuevo, decía el paisano y en Sudáfrica lo<br />
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