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orden de los eventos que dislocan la repetición del tiempo.<br />
En un caso, se trata de una inundación. La casa de una de las<br />
familias ubicada en un barrio cercano a un río queda parcialmente<br />
sumergida bajo el agua. En otro segmento del film, una<br />
pareja accede discretamente a contar un evento doloroso: la<br />
muerte de un hijo. El conjunto de eventos, tanto los regulares<br />
(los trabajos, algunos momentos de ocio, las fiestas y las conmemoraciones)<br />
como los que rompen con el encadenamiento<br />
regular de la cotidianidad (una muerte, una catástrofe natural,<br />
un accidente fatal), no destruye la insistencia por vivir de los<br />
protagonistas de Over the Years.<br />
Permítaseme entonces hablar en primera persona, porque<br />
ahora me voy a referir a un héroe del cine que bien podría<br />
haber estado entre los personajes de Over the Years. No puedo<br />
hablar de él sin hacerlo sosteniendo mi escritura en el yo que<br />
la enuncia, pues lo haré en forma de testimonio, porque de<br />
lo que voy a hablar aquí es de mi propia confrontación con<br />
esa forma de heroísmo desublimado que a veces despunta en<br />
algunas películas de hombres comunes.<br />
El martes 14 de abril de este año visité la casa de un cineasta<br />
que tiene 43 películas en su haber. A sus 62 años sigue haciendo<br />
películas y no parece dispuesto a dejar de trabajar. Filma<br />
para vivir y vive para filmar. A veces da clases y casi nunca<br />
asiste a los festivales que suelen programar sus películas. Creía<br />
que al visitar la casa y el estudio del padre del cine independiente<br />
argentino me habría de encontrar con una fortaleza<br />
edilicia no exenta de glamour. He visitado algunas casas de<br />
cineastas y siempre he aprendido algo del cine que hacen<br />
viendo la forma en que viven. Los cineastas tienen una forma<br />
peculiar de relacionarse con su hábitat. Era John Ford quien<br />
insistía en vincular el cine con la arquitectura. La casa de un<br />
cineasta puede constituir el fuera de campo de su concepción<br />
de la puesta en escena.<br />
Al llegar a la casa del cineasta en cuestión, pensé que nos<br />
habíamos confundido de dirección o que estábamos haciendo<br />
una parada previa por alguna razón que desconocía. Un amigo<br />
manejaba, alguien que está relacionado con el director y que<br />
recientemente lo viene ayudando un poco para que sus películas<br />
se conozcan más. Mi confusión respondía a un prejuicio:<br />
el cine suele ser un privilegio de clase. Filman los que pueden<br />
hacerlo, y en principio no es un arte para trabajadores. Sucede<br />
que la casa del cineasta me remitía indefectiblemente a otra<br />
época de Argentina, a un tipo de construcción que asocio con<br />
las viviendas obreras, una arquitectura que jamás hubiera<br />
imaginado como propia de la casa de un cineasta. La entrada<br />
conducía a la cocina, zona impecable y ostensiblemente pequeña.<br />
El comedor estaba a la izquierda de la cocina y era un<br />
territorio reducido que alcanzaba para que esté la mesa y un<br />
televisor. La nieta adolescente del cineasta miraba una novela<br />
y la mujer del director, con quien está casada desde los 19<br />
años, la acompañaba. A unos pocos metros estaba la entrada al<br />
famoso estudio del cineasta, un garaje de ladrillo precario que<br />
contaba con una pantalla improvisada para ver películas.<br />
Como la mayoría de sus colegas, esperé encontrarme con las<br />
Mac de estudio, esas máquinas hermosas cuyo diseño suelo<br />
proyectarlo imaginariamente a los ingenieros de la Nasa o a<br />
científicos de algún laboratorio prestigioso. Tener una Mac es<br />
para algunos el equivalente de tener una propiedad. Sucede<br />
que la mayoría de los directores de cine que conozco trabajan<br />
sus películas en esas máquinas fabulosas reconocidas por el<br />
símbolo de la manzana. Cuando veo las dos computadoras<br />
con las que trabaja el cineasta, dos PC vetustas que sustituyen<br />
la moviola del cine analógico, me doy cuenta de que estoy<br />
frente a un cineasta proletario. Miro las computadoras y ni<br />
siquiera llego a leer sus marcas, máquinas que deben haber<br />
sido novedosas quince años atrás y que ni siquiera el ciber más<br />
cercano a la casa estaría dispuesto a poner en funcionamiento<br />
para sus clientes. De esas máquinas y de una cámara de fotos<br />
han nacido películas extraordinarias. El cineasta me muestra,<br />
en esta ocasión, su última película, que gira en torno a algunas<br />
historias de amor. Es un melodrama, pero con la salvedad de<br />
que la cultura del relato es japonesa y los amantes masculinos<br />
son samuráis. La película debe tener un presupuesto no más<br />
alto que un alquiler en Belgrano R. Luego, me enseña otra<br />
película que ya está terminada y en la que los personajes se<br />
confunden o pasean por cuadros de un pintor europeo del siglo<br />
XIX. Este mismo director había materializado una selva africana<br />
que inventó en un baldío a unas diez cuadras de su casa. En<br />
otro film que estrenó recientemente, transfiguró un paraje del<br />
río Suquía de la ciudad de Córdoba haciendo de él un spa para<br />
desposeídos en el que los jóvenes que quedan fuera del sistema<br />
disfrutan de su tiempo libre durante el verano. Ahí en donde<br />
nadie habría visto belleza, el director la extrajo y la expuso con<br />
la dignidad estética que requería la naturaleza del tema.<br />
Rara vez este cineasta ha tenido un subsidio del INCAA,<br />
pues él prefiere filmar con lo que tiene y puede. Este hombre<br />
común nacido en Ituizangó, alguien que prácticamente jamás<br />
ha salido de su lugar de nacimiento, alguien que ni siquiera ha<br />
terminado el secundario, hace películas que nadie hace. Las<br />
condiciones materiales y simbólicas en las que trabaja no se<br />
corresponden con la desbocada creatividad que se despliega en<br />
sus películas. Este hombre es para mí un verdadero héroe (del<br />
cine). Trabaja todos los días en sus películas y ha vencido la<br />
gran plaga espiritual que devora a los hombres de hoy. Es que<br />
el señor Raúl Perrone no se distrae. Sabe que para hacer<br />
cine se necesita una concentración absoluta.<br />
En las antípodas de la figura de un Iron Man, este superhéroe<br />
de Buenos Aires ha desatado los poderes que emanan de<br />
una sensibilidad prodigiosa. Probablemente, sus películas no<br />
salvarán al mundo, pero estoy seguro de que cambian discretamente<br />
la sensibilidad con la que vemos el mundo y nuestro<br />
lugar en él, nosotros, hijos del tiempo, que contemplamos la<br />
repetición de cada instante hasta el infinito<br />
* CRÍTICO DE CINE de La voz del interior, Córdoba. Publicó El inconsciente de las<br />
películas, ed. Brujas. Programador del Festival de Cine de Hamburgo.<br />
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