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Revista Quid 58

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orden de los eventos que dislocan la repetición del tiempo.<br />

En un caso, se trata de una inundación. La casa de una de las<br />

familias ubicada en un barrio cercano a un río queda parcialmente<br />

sumergida bajo el agua. En otro segmento del film, una<br />

pareja accede discretamente a contar un evento doloroso: la<br />

muerte de un hijo. El conjunto de eventos, tanto los regulares<br />

(los trabajos, algunos momentos de ocio, las fiestas y las conmemoraciones)<br />

como los que rompen con el encadenamiento<br />

regular de la cotidianidad (una muerte, una catástrofe natural,<br />

un accidente fatal), no destruye la insistencia por vivir de los<br />

protagonistas de Over the Years.<br />

Permítaseme entonces hablar en primera persona, porque<br />

ahora me voy a referir a un héroe del cine que bien podría<br />

haber estado entre los personajes de Over the Years. No puedo<br />

hablar de él sin hacerlo sosteniendo mi escritura en el yo que<br />

la enuncia, pues lo haré en forma de testimonio, porque de<br />

lo que voy a hablar aquí es de mi propia confrontación con<br />

esa forma de heroísmo desublimado que a veces despunta en<br />

algunas películas de hombres comunes.<br />

El martes 14 de abril de este año visité la casa de un cineasta<br />

que tiene 43 películas en su haber. A sus 62 años sigue haciendo<br />

películas y no parece dispuesto a dejar de trabajar. Filma<br />

para vivir y vive para filmar. A veces da clases y casi nunca<br />

asiste a los festivales que suelen programar sus películas. Creía<br />

que al visitar la casa y el estudio del padre del cine independiente<br />

argentino me habría de encontrar con una fortaleza<br />

edilicia no exenta de glamour. He visitado algunas casas de<br />

cineastas y siempre he aprendido algo del cine que hacen<br />

viendo la forma en que viven. Los cineastas tienen una forma<br />

peculiar de relacionarse con su hábitat. Era John Ford quien<br />

insistía en vincular el cine con la arquitectura. La casa de un<br />

cineasta puede constituir el fuera de campo de su concepción<br />

de la puesta en escena.<br />

Al llegar a la casa del cineasta en cuestión, pensé que nos<br />

habíamos confundido de dirección o que estábamos haciendo<br />

una parada previa por alguna razón que desconocía. Un amigo<br />

manejaba, alguien que está relacionado con el director y que<br />

recientemente lo viene ayudando un poco para que sus películas<br />

se conozcan más. Mi confusión respondía a un prejuicio:<br />

el cine suele ser un privilegio de clase. Filman los que pueden<br />

hacerlo, y en principio no es un arte para trabajadores. Sucede<br />

que la casa del cineasta me remitía indefectiblemente a otra<br />

época de Argentina, a un tipo de construcción que asocio con<br />

las viviendas obreras, una arquitectura que jamás hubiera<br />

imaginado como propia de la casa de un cineasta. La entrada<br />

conducía a la cocina, zona impecable y ostensiblemente pequeña.<br />

El comedor estaba a la izquierda de la cocina y era un<br />

territorio reducido que alcanzaba para que esté la mesa y un<br />

televisor. La nieta adolescente del cineasta miraba una novela<br />

y la mujer del director, con quien está casada desde los 19<br />

años, la acompañaba. A unos pocos metros estaba la entrada al<br />

famoso estudio del cineasta, un garaje de ladrillo precario que<br />

contaba con una pantalla improvisada para ver películas.<br />

Como la mayoría de sus colegas, esperé encontrarme con las<br />

Mac de estudio, esas máquinas hermosas cuyo diseño suelo<br />

proyectarlo imaginariamente a los ingenieros de la Nasa o a<br />

científicos de algún laboratorio prestigioso. Tener una Mac es<br />

para algunos el equivalente de tener una propiedad. Sucede<br />

que la mayoría de los directores de cine que conozco trabajan<br />

sus películas en esas máquinas fabulosas reconocidas por el<br />

símbolo de la manzana. Cuando veo las dos computadoras<br />

con las que trabaja el cineasta, dos PC vetustas que sustituyen<br />

la moviola del cine analógico, me doy cuenta de que estoy<br />

frente a un cineasta proletario. Miro las computadoras y ni<br />

siquiera llego a leer sus marcas, máquinas que deben haber<br />

sido novedosas quince años atrás y que ni siquiera el ciber más<br />

cercano a la casa estaría dispuesto a poner en funcionamiento<br />

para sus clientes. De esas máquinas y de una cámara de fotos<br />

han nacido películas extraordinarias. El cineasta me muestra,<br />

en esta ocasión, su última película, que gira en torno a algunas<br />

historias de amor. Es un melodrama, pero con la salvedad de<br />

que la cultura del relato es japonesa y los amantes masculinos<br />

son samuráis. La película debe tener un presupuesto no más<br />

alto que un alquiler en Belgrano R. Luego, me enseña otra<br />

película que ya está terminada y en la que los personajes se<br />

confunden o pasean por cuadros de un pintor europeo del siglo<br />

XIX. Este mismo director había materializado una selva africana<br />

que inventó en un baldío a unas diez cuadras de su casa. En<br />

otro film que estrenó recientemente, transfiguró un paraje del<br />

río Suquía de la ciudad de Córdoba haciendo de él un spa para<br />

desposeídos en el que los jóvenes que quedan fuera del sistema<br />

disfrutan de su tiempo libre durante el verano. Ahí en donde<br />

nadie habría visto belleza, el director la extrajo y la expuso con<br />

la dignidad estética que requería la naturaleza del tema.<br />

Rara vez este cineasta ha tenido un subsidio del INCAA,<br />

pues él prefiere filmar con lo que tiene y puede. Este hombre<br />

común nacido en Ituizangó, alguien que prácticamente jamás<br />

ha salido de su lugar de nacimiento, alguien que ni siquiera ha<br />

terminado el secundario, hace películas que nadie hace. Las<br />

condiciones materiales y simbólicas en las que trabaja no se<br />

corresponden con la desbocada creatividad que se despliega en<br />

sus películas. Este hombre es para mí un verdadero héroe (del<br />

cine). Trabaja todos los días en sus películas y ha vencido la<br />

gran plaga espiritual que devora a los hombres de hoy. Es que<br />

el señor Raúl Perrone no se distrae. Sabe que para hacer<br />

cine se necesita una concentración absoluta.<br />

En las antípodas de la figura de un Iron Man, este superhéroe<br />

de Buenos Aires ha desatado los poderes que emanan de<br />

una sensibilidad prodigiosa. Probablemente, sus películas no<br />

salvarán al mundo, pero estoy seguro de que cambian discretamente<br />

la sensibilidad con la que vemos el mundo y nuestro<br />

lugar en él, nosotros, hijos del tiempo, que contemplamos la<br />

repetición de cada instante hasta el infinito<br />

* CRÍTICO DE CINE de La voz del interior, Córdoba. Publicó El inconsciente de las<br />

películas, ed. Brujas. Programador del Festival de Cine de Hamburgo.<br />

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