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Revista Quid 58

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Izq. Favaloro en su consultorio.<br />

Der. La Clínica Médico-Quirúrgica<br />

de Jacinto Arauz, la primera<br />

institución que fundó.<br />

ral pretender separar la mente –si se quiere, el alma– del cuerpo del paciente. Como todo está<br />

íntimamente relacionado, una palabra, un acto, un gesto son capaces de cambiar, en cierto<br />

modo, nuestra fisiología. Una frase o un abrazo pueden herir o reconfortar nuestra salud”.<br />

Si la épica del argentino ejemplar incluye en muchos casos haber nacido o haber conocido<br />

de primera mano el interior, Favaloro cumple. No nació en un rincón perdido de Mendoza,<br />

no durmió a la intemperie bajo la luna de Tucumán, no conoció a los Ranqueles en Córdoba,<br />

pero de muy joven fue a dar al pueblo Jacinto Arauz, en plena llanura pampeana, y se colgó<br />

el mote de médico rural para toda la vida. “Estuve doce años –diría en 1996– y llevo el olor<br />

a rancho para siempre. Es mezcla de mugre y humo.” Allí lo honran como a un prócer: su<br />

escritorio y su sillón, su guardapolvo, instrumentos quirúrgicos y otros objetos personales,<br />

se exhiben en las salas de un museo de la Estación de Ferrocarril, a la que llegó en mayo de<br />

1950. De allí parte un circuito que da a conocer los lugares por donde se movió: la Clínica<br />

Médico-Quirúrgica (la primera institución que fundó); la Farmacia de Juan Munuce, boticario<br />

y bioquímico que fundó junto a Favaloro el primer banco viviente de sangre; la casa de<br />

Juan José Favaloro, su hermano –también médico– que lo asistía; y un monumento hecho<br />

por Eduardo Ferma.<br />

Los hermanos Favaloro crearon, además, un centro asistencial (algo hasta ese momento impensable<br />

para la gente de Jacinto Arauz) y elevaron el nivel social y educacional de la región,<br />

y con la ayuda de maestros, representantes de las iglesias, empleados de comercio y comadronas,<br />

corrigieron las conductas sanitarias de la zona. Pelearon contra la mortalidad infantil, redujeron<br />

las infecciones en los partos y la desnutrición, organizaron el banco de sangre viviente<br />

con donantes que estaban disponibles cada vez que los necesitaban y capacitaron sobre pautas<br />

para el cuidado de la salud. Favaloro habló sobre las razones de aquel éxito siempre que pudo:<br />

“Debe estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y renunciamiento”.<br />

En julio de 1992, evocó la experiencia por escrito, en Memorias de un médico<br />

rural. Habló de esos años, además, en muchísimas notas, privilegiando la vida de campo por<br />

sobre la vida urbana (“Es mucho más feliz quien vive con sus gallinas y su huerta que usted<br />

o yo –le dijo a Castello–. Además, cuando estemos al filo de la muerte no recordaremos nada<br />

material. Pensaremos en la mujer amada, en el amigo, en los pájaros, en la naturaleza... es lo<br />

único que cuenta”).<br />

Dora Cano, enfermera de Jacinto Arauz, fue una de las tantas personas en trabajar a las<br />

órdenes de Favaloro, a quien describió como un hombre hiperactivo y estimulante: “Entré<br />

como mucama, pasé a enfermera, asistía a los internados. Cuando René vio que yo tenía inclinación<br />

por la cirugía, me pasó al quirófano. Operábamos de todo, a veces no había tiempo ni<br />

medios para traslados. Hacíamos peritonitis, partos, cólicos renales… Él solía decir: hay que<br />

hacer de curandero. Cuando operaba hablaba mucho, de todo, recuerdo que ya hablaba de lo<br />

que fue después el bypass, hacer puente con la vena safena. Estaba obsesionado con eso, él<br />

tenía esa idea desde un principio. Calculo que la tuvo desde que estudiaba”.<br />

“Nunca pensé que estas simples memorias del momento más trascendente de mi actividad<br />

profesional tuvieran tanta repercusión. Las que más me emocionaron fueron las enviadas por<br />

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