25 A pesar de tener otros dos títulos publicados, la llegada en 2001 de Soldados de Salamina marcó un antes y un después tanto para Javier Cercas, su autor, como para toda la literatura española: ya nada fue lo mismo. El libro se convirtió en un best-seller de proporciones inimaginables e inauguró una corriente narrativa que parecía romper no sólo con los géneros, sino también –y sobre todo– con la percepción de lo real. La difusa frontera entre verdad y ficción en aquella obra basada en un oscuro episodio de finales de la Guerra Civil donde Cercas da
26 vida a un anónimo héroe (gracias a la ficticia intervención del desaparecido escritor chileno Roberto Bolaños), fue acentuándose hasta llegar a su obra más reciente: El impostor. Aquí, Enric Marco, el protagonista, existe en realidad. Y eso es casi todo cuanto puede decirse de este personaje nonagenario que, cuarenta años antes, se fabricó una vida haciéndose pasar por una víctima de los campos nazis. Llegó a presidir asociaciones de supervivientes, dictó conferencias, y fue honrado con las más importantes distinciones, hasta que en 2005 se vio desenmascarado: Marco era un farsante. Cercas se obsesionó con su historia, y el resultado es un libro inclasificable, que puede ser leído como novela, crónica o historia. “Es lo que el lector decida que sea”, sentencia Cercas. –Tanto Soldados de Salamina como El impostor, que trabajan sobre el pasado y el presente, le han llevado un gran tiempo de gestación. ¿Cómo se ajusta el tiempo real a una novela de hechos reales? Hay cosas en que El impostor se parece a Soldados de Salamina, y otras en que son muy distintas. En El impostor el tiempo real es el tiempo de la novela. Yo no cambio nada, porque la primera regla que me he fijado es que todo será real menos cuando yo advierto al lector de que no lo es. O bien cuando Marco cuenta su verdad. ¿Por qué? Siempre insisto en apuntar que cada novela que escribo es distinta. Al sentarme a escribir pienso en la novela como un juego con unas reglas determinadas que sólo voy descubriendo a medida que escribo y que el lector descubrirá a medida que lee. Eso sí: las reglas siempre son distintas, no puede haber dos libros con las mismas reglas. La primera regla que establezco en El impostor es que todo lo que cuento allí es verdad. El motivo para ello es muy sencillo: estamos ante el mayor impostor de la historia, un hombre que no sólo ha mentido en relación a su paso por los campos de concentración nazi, sino desde el principio al final de su vida. Tomando en cuenta este dato para nada menor, no le encontraba el menor sentido a escribir una ficción sobre otra ficción, me parecía no sólo redundante sino literariamente irrelevante. ¿Para qué inventar un Marco cuando tengo al Marco real frente a mí? Sería absurdo. –¿Cuál fue el desafío que motivó entonces escribir El impostor? Me resultó interesante poner a batallar la novela, la verdad y la ficción. Es cierto que esto ocurre también en Soldados de Salamina, pero la diferencia es que allí vence la ficción y aquí la realidad, por motivos vinculados a la propia naturaleza del material al que me enfrentaba. En el caso de Soldados… hay un momento en que los hechos verificables de la historia ya no pueden ir más allá, y entonces llega la ficción y con sus focos ilumina esas zonas de sombra. Mientras que en El impostor es la realidad la que gana, porque estamos ante una inmensa ficción ambulante. De lo que se trata es de reconstruir la verdad. –El personaje de Marco es fascinante, tiene algo de Zelig… En efecto, se le parece mucho, es una suerte de camaleón humano. –A la vez lo definía como la reinvención del Quijote... Lo es, un personaje absolutamente quijotesco. Aunque pensándolo bien, más que al Quijote, Marco se parece a Alonso Quijano, que es el verdadero Don Quijote. Quijano es un señor que se pasa hasta los 50 años leyendo novelas de caballería encerrado en un pueblo de la Mancha. Pero a los 50 años decide que se acabó. La gente piensa que lo que define a Don Quijote (o a Alonso Quijano) es que no puede diferenciar entre realidad y ficción, y esto es una falsedad absoluta. Lo que pretende Don Quijote es realizar las ficciones, es decir, llevar a la vida todas las cosas con las que ha soñado. Y entonces se inventa un personaje que vivirá aquellas vidas con las que soñó. Marco es lo mismo: un tipo que hasta los 50 años lleva una vida perra (porque su madre está loca, porque nace en un manicomio, porque pierde una guerra, porque se pasa treinta años, como Don Quijote, encerrado en un cuchitril abyecto, etc.). A los 50 años, cuando España se está reinventando al pasar de una dictadura a la democracia, dice: “Bueno, se acabó, ahora voy a vivir la vida de héroe que siempre he soñado”. Y el tipo va, y como Alonso Quijano, se inventa una personalidad: Enrique Marcos pasa a ser Enric Marco, un héroe de la guerra, un héroe del antifranquismo, una víctima de los nazis. No sólo se crea un personaje nuevo, sino que se dota de una nueva personalidad, de un trabajo nuevo. Cambia de casa, de ciudad, de mujer (se consigue una treinta años más joven que él) y llega a ser el héroe que siempre se imaginó. Es más, llega a ser secretario general de la CNT, el sindicato del gobierno que pretendía la revolución. –Y al escribir la historia, ¿usted se ha sentido como Pierre Menard, ese personaje de Borges que se decía autor del Quijote? (Risas) No sé bien qué he sentido yo. A veces me he sentido un sinvergüenza. Sí. Gente que ha