Revista Quid 58

quedaron azorados.
El CMax System, cuyo nombre es un homenaje a su hermano
menor, Carlos Maximiliano, pasa de ser una caja replegada
a un espacio con baños, cama y comedor. Las Fuerzas
Armadas de Estados Unidos no demoraron en ofrecerle a
Nicolás fabricarlo en el norte, pero el joven de Bahía Blanca
lo rechazó priorizando hacerlo aquí.
Todo comenzó con un correo electrónico de la Cancillería
argentina que lo invitaba a dar a conocer un diseño en el
Foro Internacional para el Desarrollo de la Ayuda Humanitaria
en Washington. Pensó entonces en su proyecto universitario
y se rodeó de arquitectos, sociólogos, psicólogos y
personal de Defensa Civil para nutrirlo y llevarlo a la ciudad
estadounidense. Se costeó la inscripción, el avión, el hotel y
la comida.
En ese marco, la embajadora argentina Cecilia Nahón le
facilitó el contacto con funcionarios de la ONU, a quienes
Nicolás les explicó el funcionamiento del CMax desde su
iPad. “Esto es lo que necesitamos”, le comentaron. Desde
ese instante hasta su alocución en el recinto del organismo
pasaron pocos días y muchas emociones.
–¿Cómo definiría el aporte del CMax? No puedo ser muy
objetivo. Porque además de haberle puesto muchas horas
de trabajo, le puse mucho amor. Le tengo mucho aprecio y
lo cuido tanto como a una persona, en relación a que no sea
usado para lo que no fue pensado. Humildemente creo que
el CMax demuestra que la Universidad pública puede desarrollar
soluciones que impacten en el mundo, sin grandes
recursos económicos, sin pretensiones de ganar dinero. Todo
esto le aporta un plus al proyecto que, en sí, ya es bueno.
–¿Cree que la Universidad debe reforzar su formación
profesional orientada a las necesidades de la sociedad
y menos a las del mercado? La Universidad tiene que
humanizarse y pensar más en el prójimo. En definitiva, la
Universidad pública es financiada por todos los habitantes a
través de sus impuestos, incluso por los más pobres que no
tienen posibilidades reales de llegar a estudiar allí. Así como
los médicos están obligados a ejercer la residencia gratis,
cualquier profesional egresado de la universidad pública
debería devolverle algo a la sociedad. Uno ve el esfuerzo
que realiza un estudiante porque es más palpable, pero el
esfuerzo que realiza la sociedad para sostener la universidad
también es muy grande.
–¿De dónde proviene esta mirada social y patriótica? Es
una impronta de mi persona, sale de mi corazón. Mis viejos
no me inculcaron un especial sentimiento patriótico. Al contrario,
en busca de que me vaya mejor, preferían quizás que
estudie y me desarrolle en el extranjero. Pero si bien apenas
terminé la tesis me fui a Europa, entendí pronto que mi
vida tenía sentido si estaba cerca de mi familia y mi pequeño
aporte era desplegado en el país. Entonces volví, dejando
atrás el desarrollo de ese diseño elitista para las altas esferas
de la sociedad.
–Debe haber sido impresionante haber hablado frente a
representantes de más de doscientos Estados… Recuerdo
cuando caminaba por los pasillos de la ONU: para mí era
medio descolgado. Siendo tan joven, estaba por hablar en
un ámbito donde se debaten temas complejos de la política
mundial como las armas químicas o el desarme nuclear. Pero
la aceptación fue muy grande. La persona que me cedió la
palabra era parte de la Oficina de Coordinación de Asuntos
Humanitarios. Lo hizo diciendo que mi proyecto era
realmente innovador y que nunca había visto algo así. Creo
que mi presentación también impresionó mucho, porque en
76
El CMax, un habitáculo para evacuados en situaciones de guerra y desastres naturales
que se monta en once minutos