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Revista Quid 58

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porque era un honor para él llevarnos. Durante el viaje tuvimos unos minutos para charlar<br />

(algo poco frecuente). Yo insistía en que aceptar un cargo del gobierno era la manera de poder<br />

terminar la Fundación. Pero él miraba mucho más lejos que yo, como casi siempre. ‘Los<br />

ministros sin plata son monigotes de los gobiernos, no pueden hacer nada. Yo pido la plata<br />

del ANSAL (actual Anses) y el ministerio, y allí damos vuelta la medicina para 30 millones de<br />

argentinos. A los extranjeros no los podemos cargar por ahora’, me dijo”.<br />

No le interesaba ejercer la política, pero aprovechó su amor por la palabra para escribir. Publicó<br />

Recuerdos de un médico rural; De La Pampa a los Estados Unidos (1993) y Don Pedro y la<br />

Educación (1994) además de unos trescientos trabajos sobre medicina. Incursionó también en<br />

la historia con dos libros de investigación y divulgación sobre el general San Martín: ¿Conoce<br />

usted a San Martín? (1987) y La Memoria de Guayaquil (1991). Tenía siempre a mano sentencias<br />

como esta: “El médico íntegro es el que siente sinceramente que lo más importante<br />

es el paciente, y que este es el único privilegiado. La persona enferma merece respeto y no se<br />

le debe imponer ninguna terapéutica. Todo lo concerniente a su estado tiene que analizarse y<br />

discutirse. Se le deben explicar los pros y los contras de cada procedimiento. El paciente tiene<br />

que ser partícipe de la decisión final; al fin y al cabo se trata de su salud y de su vida”. Los<br />

avances tecnológicos también fueron su objeto de análisis: “Creo que para comenzar deberíamos<br />

clasificar el momento histórico que nos toca vivir como el de la era tecnológica. El gran<br />

desarrollo de la tecnología ha alcanzado todos los campos y entre ellos, por supuesto, el de<br />

la medicina. Pero antes de continuar, sería bueno esclarecer un desventurado malentendido<br />

que confunde a la ciencia con sus derivaciones tecnológicas. Quienes tienen esta confusión<br />

cometen el error insensato de juzgar lo que no admite juicio. La ciencia no es buena ni mala,<br />

es la expresión de una necesidad propia del ser humano ligada a la capacidad de crear. Buenas<br />

o malas pueden ser sus consecuencias prácticas, sus aplicaciones tecnológicas, el uso que se<br />

dé al conocimiento; pero nunca el conocimiento mismo. El buen o mal uso que se hace de lo<br />

descubierto dependerá de razones ajenas a la ciencia. Pero además del compromiso intelectual,<br />

la ciencia –en nuestro caso puntual la medicina– no puede dejar de lado sus implicancias<br />

técnicas y morales. El desarrollo científico ha alcanzado niveles que nos sorprenden día a<br />

día. En este desarrollo sin límites, que lo invade todo, no podemos negar que los avances han<br />

permitido un cambio sustancial en la sociedad de nuestro tiempo. También debemos confesar<br />

que estos adelantos tecnológicos, rápidos y profundos, no marcharon a la par de la evolución<br />

social y que no toda innovación fue positiva. Las víctimas de la talidomida y las de Chernobyl<br />

nos recuerdan que a veces el avance tecnológico tiene un costo social y humano significativo”.<br />

Con los años, Favaloro fue abandonando los quirófanos para dedicarse cada vez más a la<br />

enseñanza. La última vez que fue tapa de los diarios fue un año antes de morir, cuando dijo<br />

que “no pasaría nada si se cierran, por varios años, facultades como la de Medicina y la de<br />

Derecho”. Al día siguiente se arrepintió públicamente de sus palabras. Pero esos exabruptos<br />

no opacaron la carrera médica de un hombre que recibió medallas y honores durante toda<br />

su vida. “Quisiera ser recordado como docente más que como cirujano”, repetía, y por eso<br />

dedicó gran parte de su tiempo a la enseñanza, tanto a nivel profesional como popular. Llegó<br />

Favaloro realizando una cirugía en<br />

el mismo día de su cumpleaños<br />

número 70.

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