La vida es eso que transcurre a la deriva Ganador del prestigioso Booker Prize por su novela El mar, Premio Príncipe de Asturias el año último y candidateado al Nobel últimamente, JOHN BANVILLE cuenta con una obra profusa firmada con su propio apellido (por lo que a veces se refiere a sí mismo) y como Benjamin Black, a quien le reserva sus novelas policiales 19 POR Christian Kupchik El irlandés John Banville tiene todos los atributos de un gnomo: su humor no despojado de una extraña profundidad y cierta magia en esas palabras pronunciadas con el gesto del gentleman, hacen de él un personaje que excede su literatura. Detrás de este Jano bifronte, se manifiesta un hombre abiertamente inteligente y dotado como pocos en el arte de narrar. –Haber nacido en Wexford, una ciudad pequeña de la Irlanda de la inmediata posguerra, ¿favoreció el contacto con la tradición oral de la cultura celta o hubo
2o algún otro estímulo que propiciara su interés por la literatura? En mi casa en realidad no había muchos libros y el interés por la cultura no estaba demasiado incentivado. Recuerdo que cuando tenía alrededor de ocho años, mi hermano, que no era mucho mayor que yo, los sábados después de las clases nos leía The Wind in the Willows, un clásico de la literatura infantil inglesa, haciendo todas las voces de manera diferente. Creo que ahí fue cuando comenzó el verdadero romance con los libros, donde pude comprender que un libro te puede sacar de tu vida y a la vez involucrarte más en ella. Wexford no era precisamente una ciudad muy estimulante, era muy aburrida y desde un primer momento supe que iba a salir de allí, al punto que ni siquiera me tomé el trabajo de aprenderme el nombre de las calles, y los libros representaron para mí un modo de huida, pero a la vez una forma de aprender más tanto sobre mí mismo como sobre el mundo. Cuando escribí el primer libro de Black, mi prima, a quien quiero mucho, me dijo: ‘Bueno, al fin escribiste un libro que puedo leer’. –Durante la primera etapa de su carrera literaria escribió una trilogía de novelas históricas dedicadas a Copérnico, Kepler y Newton. ¿Cómo fue el pasaje de esta línea vinculada al racionalismo con sus novelas posteriores, más cercanas al misterio? Asociando con tu pregunta anterior acerca de la literatura oral, siempre refiero que un buen obispo puede realizar acciones muy malas pero siempre detrás hay una buena historia. Muchos países católicos están muy interesados en el pecado, pero lo que más les atrae es saber cómo lo realizaron. Al escribir esta trilogía sobre científicos famosos, lo que procuraba era convertirme en un buen novelista de ideas. Me llevó mucho tiempo, nada menos que tres libros, darme cuenta de que estaba en el camino equivocado. Creo que este fracaso se relaciona con la materia prima de la ficción: la imaginación. No son los hechos ni la búsqueda de los mismos. Mi esposa siempre me advierte que no me obsesione con los hechos, porque no todo se basa en ellos. Y por supuesto, como siempre tiene razón. El problema es que yo, también como siempre, no la escucho. –A partir de la división entre John Banville y Benjamin Black, se crea una suerte de esquizofrenia, no sólo porque apuntan a géneros distintos, sino porque mientras los libros que firma con su nombre honran lo mejor de la literatura irlandesa (Joyce, Beckett, Yeats), los de Black se concentran en el policial estadounidense (Chandler, Hammett y otros). ¿Cómo vive esto? Antes de que llegara la televisión a Irlanda, la mayor parte del tiempo la dedicaba a la lectura y me sentía fascinado por autores como Chandler. Hoy no vuelvo tanto a él ni me interesa mucho, creo que es una literatura algo más esquemática. Todos estos hombres que se muestran tan duros, en realidad tienen un corazón blando. Creo intuir que en general todos estos escritores de novela negra están atravesados por una veta de sentimentalismo. No importa lo duro que sea el papel de Pacino en un policial negro, que al final siempre termina por volver a la casa de su esposa divorciada, se lleva la nena y esta le dice: “Papi, ¿cuándo vas a volver a casa?”. Un autor que me interesa es Richard Stark, quien escribió los libros de Parker, que no muestran sentimentalismo alguno. –De todos modos hay puntos de contacto entre Black y Banville, como cierta melancolía… Sí, ambos se nutren mutuamente, tienen un vínculo simbiótico. Supongamos que un martes a las tres de la tarde, mientras me estoy quedando dormido, Banville se asoma por el hombro de Black y le dice: “Ah, esa es una buena línea, no está mal…”. También es posible que Black se asome por el hombro de Banville y le diga: “Apurate, vamos, terminá con eso de una vez”. Cuando escribí el primer libro de Black, mi prima, a quien quiero mucho, me dijo: “Bueno, al fin escribiste un libro que puedo leer”. –¿Y a veces no siente que es una suerte de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde? Sí, por supuesto. Banville tiene la posibilidad de sentarse en su estudio, como un gentleman, y pensar novelas sofisticadas, mientras Black anda por ahí cometiendo crímenes, como Mr. Hyde. –En muchas de sus novelas el sujeto es la memoria. ¿Cuál es, a su juicio, el vínculo entre memoria y lenguaje, cómo se modifican mutuamente? No sé en verdad si existe algún tipo de relación entre lenguaje y memoria, porque el lenguaje es algo amorfo, es como tratar de atrapar el agua. Lo que sí me fascina es el vínculo entre memoria e imaginación. Cuanto más envejecemos, creo que más imaginamos el pasado. Ese mundo tan extraño que nos precede y que llamamos pasado, ese lugar ambiguo y luminoso, está hecho de lo que en su momento fue el