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más practicadas del mundo. Miles de pacientes con enfermedad coronaria (aterosclerosis)<br />
salvaron su vida gracias al trabajo de René Gerónimo Favaloro.<br />
Nació el 12 de julio de 1923 en una casa humilde del barrio “El Mondongo” de La Plata,<br />
provincia de Buenos Aires. Hizo la primaria en el turno mañana de una escuela estatal. Por las<br />
tardes, iba al taller de su padre Juan Bautista Favaloro, ebanista, quien le enseñó el oficio,<br />
y también ayudaba a su madre modista, Ida Raffaelli. A veces pasaba el rato con un tío<br />
médico, con quien tuvo oportunidad de ver el consultorio y las visitas domiciliarias. Su abuela<br />
materna fue otra figura importante, a quien dedicaría su tesis del doctorado: “A mi abuela<br />
Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca”.<br />
En 1936, cuando ni siquiera había traspasado los límites de su ciudad, René era un orgullo<br />
para sus padres: después de rendir examen, entró al Colegio Nacional de La Plata donde tuvo<br />
como docentes a Ezequiel Martínez Estrada y Pedro Henríquez Ureña. La base humanística<br />
de su pensamiento posterior ya estaba sembrada. A lo largo de toda su vida habló de<br />
ideales como libertad, justicia, respeto, búsqueda de la verdad, participación social y sacrificio,<br />
aprendidos durante aquellos primeros años.<br />
El comienzo de su formidable carrera estuvo muy lejos de los oropeles (y las desgracias) del final<br />
y es un pilar constante de su discurso posterior, el discurso que sustentó su figura pública,<br />
el discurso que se coronó con una última carta, explicando los motivos de su suicidio. Numerosos<br />
escritos y entrevistas dan cuenta de su pensamiento y de su bagaje cultural, y también<br />
de sus experiencias. “Los jóvenes tendrían que leer algunos pasajes de La Biblia, La Ilíada,<br />
La Odisea, Sófocles, Eurípides, Shakespeare, Unamuno. Y de los nuestros, a Horacio<br />
Quiroga, Guillermo Hudson, Mallea y Martínez Estrada. Ah...y me olvidaba de<br />
Prometeo: es fun-da-men-tal”, le dijo a Cristina Castello en 1996, durante una nota con<br />
la revista dominical del diario Clarín. El mismo año, se publicó Conversaciones sobre ética y<br />
salud. René Favaloro, Abram Moszenberg, José A. Mainetti, Gregorio Klimovsky,<br />
Héctor Ciocchini, en el que médico se vale de la palabra, no para la erudición, sino para<br />
hacer hincapié en la empatía como un valor indispensable de la medicina: “El día en que el<br />
médico deje de sufrir con los pacientes es el momento de tirar el bisturí y no operar más.<br />
Desgraciado es el médico que no sufre con su profesión. No digo que deba llorar por los rincones<br />
todo el día; eso no tendría sentido porque debe mantenerse lúcido para continuar con<br />
el trabajo. Pero insisto, el médico que ya no participa del sufrimiento de su paciente y que no<br />
experimenta dolor por su muerte, no sólo ha dejado de ser médico sino que ha dejado de ser<br />
humano”. En el mismo libro reivindicó algunos usos médicos que quedaban antiguos frente<br />
a una nueva ciencia más supeditada a lo tecnológico: “No hay nada que pueda reemplazar a<br />
la vieja medicina clínica de sentir al paciente, palparlo, tocarlo, escucharlo. El problema, el<br />
síntoma de la medicina moderna es, tal vez, un olvido. El paciente es una persona y como tal<br />
tiene tres dimensiones de existencia: una comprende su fisiología, anatomía y estructura; otra,<br />
sus sentimientos, emociones, afectos y pensamientos –todo lo que hace a la psiquis en forma<br />
general– y la tercera representa sus relaciones con los otros seres humanos y su posición dentro<br />
de la red social. El paciente es la fusión indisoluble de estas tres dimensiones. Es antinatu-<br />
Izq. René Favaloro en sus primeros<br />
años. Había nacido en la ciudad de<br />
La Plata, en el barrio “El Mondongo”.<br />
Der. Junto a su hermano menor,<br />
Juan José.