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Economía, insostenibilidad, ceguera voluntaria, futuralgia. Jorge Riechmann | 229<br />
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¿De qué trata la economía? La respuesta convencional –que hoy prevalece– reza:<br />
trata de la reventa con beneficio (“generación de valor añadido”).<br />
Nosotros, por una parte, tenemos que reivindicar la respuesta de la economía<br />
política clásica, la de Aristóteles y Adam Smith y Karl Marx: trata de producir<br />
bienes y servicios útiles para los seres humanos.<br />
Y, por otra parte, tenemos que señalar los límites de esa respuesta clásica, reformulándola<br />
a partir de las aportaciones de la economía ecológica (que trata de<br />
conectar el mundo del valor económico con sus bases biofísicas) y de la economía<br />
feminista (con su énfasis en la importancia de la reproducción social y los cuidados).<br />
Herman E. Daly, en 1971: “El steady-state [o la sostenibilidad] exigiría menos<br />
de nuestros recursos ambientales, pero mucho más de nuestros recursos morales”.<br />
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George Monbiot, en 2002: “El capitalismo es un culto milenarista, elevado al<br />
rango de religión mundial. [...] Igual que los cristianos imaginan que su Dios los<br />
salvará de la muerte, los capitalistas creen que los suyos los librarán de la finitud.<br />
A los recursos del mundo, aseveran, les ha sido garantizada la vida eterna. Pero<br />
basta una reflexión breve para mostrar que esto no puede ser verdad. Las leyes de<br />
la termodinámica imponen límites intrínsecos a la producción biológica. Incluso<br />
la devolución de la deuda, el prerrequisito del capitalismo, resulta matemáticamente<br />
posible solo a corto plazo. Heinrich Haussmann ha calculado que un<br />
simple pfennig invertido al 5% de interés compuesto en el año cero de nuestra era<br />
sumaría hoy un volumen de oro de 134.000 millones de veces el peso del planeta.<br />
El capitalismo persigue un valor de producción conmensurable con el reembolso<br />
de la deuda. [...] Una razón por la que fallamos en comprender un concepto tan<br />
simple como el de finitud es que nuestra religión se fundó sobre el uso de los<br />
recursos de otras personas: el oro, el caucho y la madera de América Latina; las<br />
especias, el algodón y los tintes de las Indias orientales; el trabajo y la tierra de<br />
África. La frontera de la explotación les parecía indefinidamente expansible a los<br />
primeros colonizadores. Ahora la expansión geográfica ha alcanzado sus límites,<br />
el capitalismo ha desplazado su frontera del espacio al tiempo: acaparar recursos<br />
de un futuro infinito. [...] Todos los que están en el poder hoy saben que su supervivencia<br />
política depende de cómo se roba al futuro para entregarlo al presente”.<br />
Y también ese robar al futuro para entregarlo al presente tiene límites que hemos<br />
alcanzado ya o estamos a punto de alcanzar; pero el de las gentes como Monbiot<br />
es el tipo de mensaje veraz que casi nadie parece tener interés en escuchar.<br />
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Una teoría económica –y todavía más, una práctica– que solo atiende al “valor<br />
añadido”, sin preocuparse nunca del valor sustraído: ahí se muestra la fenomenal<br />
ceguera voluntaria de esta civilización.