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La tecnología que no nos va a salvar, la tecnología que nos puede transformar. Margarita Mediavilla | 267<br />
de territorio, la cantidad de metales e infraestructuras y las inversiones que sería<br />
preciso realizar son de magnitudes formidables 6 .<br />
Es muy probable que vayamos hacia un mundo de baja energía y lo más sensato<br />
sería intentar adaptarnos modificando nuestra forma de vida. No necesitamos<br />
renovables para sustituir toda la energía que ahora usamos en calefacción o en<br />
tractores: sabemos ya cómo diseñar viviendas que prácticamente se calientan con<br />
el sol y cómo cultivar sin arar la tierra. Si se actúa sobre la fase de diseño con<br />
criterios como los utilizados en la agroecología o la bioconstrucción, se pueden<br />
conseguir ahorros energéticos notables, aunque el cambio de mentalidad que estas<br />
tecnologías requieren es enorme.<br />
La transición energética es técnicamente posible, pero, desde el punto de vista<br />
sociológico, es enormemente difícil porque choca contra unas inercias formidables<br />
y requiere una lógica completamente opuesta a la actual. Existen muchas relaciones<br />
energía-economía-sociedad que nos pueden hacer entrar en espirales de degradación<br />
y, si no sabemos cortarlas a tiempo, harán imposible una buena transición.<br />
Por ejemplo, si la escasez de petróleo daña la economía, la demanda de electricidad<br />
descenderá y no será “necesario” invertir en energías renovables hasta que el carbón<br />
escasee y entonces será demasiado tarde (la reacción del Gobierno español estos años,<br />
boicoteando las renovables, casa perfectamente con esta lógica). Por otra parte, una<br />
economía débil hará más difícil dedicar esfuerzo a investigación en energías renovables<br />
y también puede disparar la inestabilidad social haciendo que triunfen gobiernos<br />
autoritarios que aborten cualquier intento de cambio hacia sociedades sostenibles.<br />
La transición energética requiere gobiernos y ciudadanías muy conscientes que<br />
sean capaces de evitar estas dinámicas de degradación e invertir en la energía del<br />
futuro, aunque los plazos de recuperación de la inversión sean altos y sea preciso<br />
cambiar hábitos muy profundamente enraizados. Desgraciadamente, la experiencia<br />
de estos años no permite albergar demasiadas esperanzas al respecto. Hace ya<br />
diez años que los datos muestran una fuerte coherencia con las teorías del pico del<br />
petróleo y todavía no existe la más mínima reacción institucional ni el problema<br />
ha calado siquiera en la opinión pública.<br />
A mayores, hay que tener en cuenta que la crisis energética no es la única. Nos<br />
enfrentamos también con el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, suelo<br />
fértil, bosques y pesquerías y con un sistema económico que tiende a crecer y a<br />
incrementar la desigualdad. Por ello, la crisis energética está muy lejos de poder<br />
ser solucionada únicamente con energías renovables, es preciso corregir, primero,<br />
la insostenibilidad estructural de nuestra sociedad.<br />
La tecnología que nos puede transformar<br />
Existen pocas cosas tan complicadas de predecir como el desarrollo tecnológico<br />
y es muy aventurado decir qué tecnologías serán más adecuadas para superar el<br />
6. Antonio García Olivares y col., “A global renewable mix with proven technologies and common<br />
materials”, Energy Policy, 41 (2012), pp. 561–574.