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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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mar Rojo delante de ellos, el Señor los probó para ver si confiaban en el que

los había sacado, una nación de otra nación, por medio de señales,

tentaciones y maravillas. Pero no pudieron soportar la prueba. Murmuraron

contra el Señor por las dificultades que encontraron en el camino, y

manifestaron su deseo de regresar otra vez a Egipto.

Escritas en tablas de piedra

Para que no tuvieran excusa, el Señor mismo condescendió a descender

al Sinaí, envuelto en gloria y rodeado por sus ángeles, y en una forma

sublime e impresionante dio a conocer su ley de los Diez Mandamientos. No

confió en nadie para enseñarla, ni siquiera en sus ángeles, sino que dio su ley

con voz audible al oído de todo el pueblo. Ni aun entonces confió en la frágil

memoria de una gente proclive a olvidar sus requerimientos, sino que los

escribió con su propio dedo en tablas de piedra. Eliminó toda posibilidad de

que mezclaran sus santos preceptos con tradiciones, o que confundieran sus

requerimientos con las costumbres de los hombres.

Se acercó entonces aún más a su pueblo, tan dispuesto a apartarse, de

modo que no se limitó a dejarle los diez preceptos del Decálogo. Ordenó a

Moisés que escribiera lo que le iba a decir, es a saber, juicios y leyes con

indicaciones precisas con respecto a lo que quería que hicieran, para que así

guardaran los diez preceptos que habían sido grabados en tablas de piedra.

Esas indicaciones y esos requerimientos específicos se dieron para inducir al

hombre falible a obedecer la ley moral, que tan dispuesto está a transgredir.

Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue dada a

Adán después de su caída, y preservada en el arca por Noé, y observada por

Abrahán, no habría habido necesidad del rito de la circuncisión. Y si los

descendientes de Abrahán hubieran guardado el pacto, del cual la

circuncisión era una garantía, nunca hubieran caído en la idolatría ni se

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