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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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Jerusalén, le tendieron la diestra de la comunión al que había sido fiero

perseguidor de su fe; y ahora fue tan amado y respetado como antes había

sido temido y evitado. Entonces se reunieron los dos grandes personajes de

la nueva fe, es a saber, Pedro, uno de los compañeros elegidos de Cristo

mientras estuvo en la tierra, y Pablo, el fariseo, que después de la ascensión

de Jesús lo vio cara a cara y habló con él, y también lo vio en visión y se

enteró de la naturaleza de su obra en el cielo.

La primera entrevista fue de mucha importancia para ambos apóstoles,

pero fue de corta duración, porque Pablo estaba ansioso de dedicarse a los

negocios de su Maestro. Pronto la voz que había disputado tan

vigorosamente con Esteban se escuchó en la misma sinagoga mientras

proclamaba osadamente que Jesús era el Hijo de Dios, abogando de ese

modo por la misma causa que Esteban había muerto por vindicar. Relató su

propia maravillosa experiencia, y con el corazón lleno de ansiedad por sus

hermanos y ex asociados, presentó las evidencias de las profecías, tal como

lo había hecho Esteban, de que Jesús, el que había sido crucificado, era el

Hijo de Dios.

Pero Pablo no había entendido bien el espíritu que animaba a sus

hermanos judíos. La misma furia que se desató sobre Esteban se manifestó

hacia él también. Vio que tenía que separarse de sus hermanos, y el pesar

inundó su corazón. Habría dado con gusto la vida si por ese medio le hubiera

sido posible traerlos al conocimiento de la verdad. Los judíos comenzaron a

trazar planes para asesinarlo, y los discípulos lo instaron a salir de Jerusalén;

pero él se demoró porque no quería irse, y estaba ansioso por trabajar un

poco más en favor de sus hermanos judíos. Había tomado una parte tan

activa en el martirio de Esteban que sentía el profundo anhelo de borrar esa

mancha mediante su valiente defensa de la verdad que le había costado la

vida al diácono. Le parecía cobardía huir de Jerusalén.

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