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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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proclamaron dios declarando que ningún hombre mortal podía presentarse

con tal apariencia o expresarse con un lenguaje tan sorprendente y elocuente.

Declararon además que hasta ese momento lo habían respetado como

gobernante, pero que de allí en adelante lo adorarían como a un dios.

Herodes sabía que no merecía ni esa alabanza ni ese homenaje; pero no

reprendió la idolatría de la gente, sino que la aceptó como si la mereciera. El

resplandor del orgullo satisfecho se manifestó en su rostro al oír el clamor

que ascendía hasta él: "¡Voz de Dios, y no de hombre!" Las mismas voces

que glorificaron entonces a un vil pecador, se habían alzado pocos años antes

para lanzar el grito frenético de "¡Fuera Jesús! ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!"

Herodes recibió con gran placer esa adoración y ese homenaje, y su corazón

se ensanchó por causa del triunfo logrado; pero repentinamente un cambio

terrible y veloz se produjo en él. Su rostro manifestó la palidez de la muerte

y se desfiguró como consecuencia de la agonía; gruesas gotas de

transpiración surgieron de sus poros. Permaneció un momento como

transfigurado por el dolor y el terror; y entonces, mientras dirigía su rostro

exangüe y mortecino hacia sus amigos transidos de horror, clamó con voz

hueca y desesperada: "¡Aquel a quien habéis exaltado como a un dios, ha

sido herido por la muerte!"

Fue retirado en un estado de angustia lascinante de la escena de

malvada francachela, regocijo, pompa y ostentación que en ese momento

abominaba su alma. Poco antes había sido el orgulloso destinatario de la

alabanza y la adoración de la vasta multitud, pero ahora se sentía en las

manos de un Gobernante más poderoso que él. El remordimiento se apoderó

de su ser. Recordó su cruel orden de dar muerte al inocente Santiago.

Recordó su implacable persecución de los seguidores de Cristo, y su

intención de dar muerte al apóstol Pedro, a quien Dios había librado de sus

manos. Recordó también cómo en medio de su mortificación, su frustración

y su ira, se había vengado insensatamente de los guardianes encargados del

prisionero, y los había ejecutado sin piedad. Se dio cuenta entonces de que

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