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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la

gloria de Dios en la faz de Jessucristo. Pero tenemos este tesoro en vasos de

barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que

estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no

desesperados, perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no

destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de

Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos".

2 Corintios 4:6-10. Su suficiencia no residía en sí mismo sino en la presencia

y en la actividad del Espíritu divino que llenaba su alma y que ponía todo

pensamiento en sujeción a la voluntad de Cristo. El hecho de que su propia

vida ejemplificaba la verdad que proclamaba proporcionó un poder

convincente tanto a su predicación como a su apariencia personal. Dice el

profeta: "Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti

persevera; porque en ti ha confiado". Isaías 26:3. Esta paz celestial,

manifestada en su rostro, ganó a muchas almas para el Evangelio.

El apóstol contemplaba el gran más allá, no con incertidumbre o temor,

sino con gozosa esperanza y anhelante expectación. Mientras estaba de pie

en el lugar de su martirio no vio el resplandor de la espada del verdugo ni la

verde tierra que pronto recibiría su sangre. A través del apacible azul de ese

día de verano contempló el trono del Eterno. Sus palabras fueron: "¡Oh

Señor! Tú eres mi consuelo y mi porción. ¿Cuándo estaré en tus brazos?

¿Cuándo te contemplaré yo mismo, sin velo oscurecedor que nos separe?"

Pablo llevaba consigo durante su vida en la tierra la misma atmósfera

del cielo. Todos los que se relacionaban con él experimentaban la influencia

de su contacto con Cristo y su comunión con los ángeles. En esto reside el

poder de la verdad. La influencia espontánea e inconsciente de una vida

santa es el sermón más convincente que se puede predicar en favor del

cristianismo. Los argumentos, aunque sean incontestables, pueden provocar

sólo oposición; pero un ejemplo piadoso tiene un poder que es imposible

resistir del todo.

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