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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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permitió.

Algunos de sus discípulos habían recuperado la suficiente confianza

como para entrar donde él se hallaba y presenciar el juicio. Esperaban que

manifestara su poder divino y se librara de manos de sus enemigos y los

castigara por su crueldad hacia él. Sus esperanzas ascendían y descendían

según iban sucediéndose las distintas escenas. A veces dudaban y temían

haber sido engañados. Pero la voz que oyeron en el monte de la

transfiguración, y la gloria que contemplaron, fortaleció su fe de que él era el

Hijo de Dios. Recordaron las escenas de las que habían sido testigos, los

milagros que habían visto hacer a Jesús al sanar a los enfermos, abrir los ojos

de los ciegos, destapar los oídos de los sordos, reprender y echar los

demonios, resucitar a los muertos, y hasta calmar el viento y el mar.

No podían creer que tuviera que morir. Esperaban que todavía se

levantara con poder, y que con su voz llena de autoridad dispersara a la

multitud sedienta de sangre, como cuando entró en el templo y despidió a los

que estaban haciendo un mercado de la casa de Dios, cuando huyeron de

delante de su presencia como si los persiguiera un grupo de soldados

armados. Los discípulos esperaban que Jesús manifestara su poder y

convenciera a todos de que era el rey de Israel.

La confesión de Judas

Judas se llenó de amargo remordimiento y vergüenza por su infamia al

traicionar a Cristo. Y cuando observó el maltrato que tuvo que soportar el

Salvador, se sintió abrumado. Había amado a Jesús, pero más aún al dinero.

No creyó que el Señor permitiera que lo prendieran los hombres que él había

conducido. Esperaba que realizara un milagro para librarse de ellos. Pero

cuando vio la multitud enfurecida en la sala del tribunal, sedienta de sangre,

sintió profundamente su culpa; y mientras muchos acusaban con vehemencia

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