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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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Lutero ante el concilio

Por fin Lutero compareció ante el concilio. El emperador estaba en su

trono, rodeado de los más ilustres personajes del imperio. Nunca ningún

hombre había comparecido ante una asamblea tan imponente como aquella

ante la cual compareció Martín Lutero para responder por su fe.

La mera presencia del reformador en esa ocasión era un victoria

incontestable de la verdad. El hecho de que un hombre a quien el papa había

condenado fuera juzgado por otro tribunal, era virtualmente una negación de

la suprema autoridad del pontífice. El reformador, puesto en entredicho, y a

quien el papa había prohibido que se relacionara con otros seres humanos,

recibió seguridad de protección, y se le concedió una audiencia ante los más

altos dignatarios de la nación. Roma le había ordenado guardar silencio, pero

estaba a punto de hablar en presencia de miles de personas procedentes de

todas partes de la cristiandad. Con calma y espíritu pacífico, pero con un

valor inmenso y noble, se puso de pie como testigo de Dios entre los grandes

de la tierra. Lutero formuló sus respuestas con un tono de voz respetuoso y

humilde, sin manifestaciones de violencia o pasión. Sus modales eran

discretos y respetuosos; no obstante lo cual manifestó una confianza y un

gozo que sorprendieron a la asamblea.

Los que decididamente cerraron los ojos a la luz, y decidieron no

dejarse convencer por la verdad, se enfurecieron ante el poder de las palabras

de Lutero. Cuando terminó de hablar el vocero de la Dieta dijo con ira: "No

has contestado la pregunta que se te formuló... Se te ordena dar una respuesta

clara y precisa... ¿Quieres retractarte o no?"

El reformador contestó: "Puesto que vuestra majestad serenísima y

vuestra alteza suprema requieren de mí una respuesta clara, sencilla y

precisa, os voy a dar una, que es ésta: No puedo someter mi fe ni al papa ni a

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