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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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y dirigiéndose a sus jueces enfurecidos les dijo: "¡Duros de cerviz, e

incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu

Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas

no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de

antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido

entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de

ángeles, y no la guardasteis".

La muerte de un mártir

Al llegar a este punto los sacerdotes y los gobernantes estaban fuera de

sí por causa de su ira. Se parecían más a bestias feroces que a seres humanos.

Se abalanzaron sobre Esteban en medio de un crujir de dientes. Pero no lo

intimidaron; él esperaba esto. Su rostro estaba sereno y resplandeció con una

luz angelical. Los furiosos sacerdotes y la multitud enardecida no lo

asustaban. "Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el

cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo:

He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de

Dios".

La escena que lo rodeaba desapareció de su vista; los portales del cielo

se abrieron de par en par y Esteban, al contemplar en su interior, vio la gloria

de la corte de Dios y a Cristo, como si acabara de levantarse de su trono, que

estaba de pie listo para sostener a su siervo que estaba a punto de sufrir el

martirio por su nombre. Cuando Esteban describió en alta voz la gloriosa

escena que se extendía ante él, sus perseguidores llegaron a la conclusión de

que era mucho más de lo que podían soportar. Se taparon los oídos para no

escuchar sus palabras, y profiriendo agudos gritos corrieron furiosamente al

unísono. "Y apedrearon a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús,

recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les

tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió".

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