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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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la salvaguardia del prisionero, con el propósito de asegurarse de que

extremaran su vigilancia. Estaba encadenado, como ya dijimos, en una celda

cavada en la roca viva, cuyas puertas estaban cerradas con barrotes y

cerrojos. Dieciséis hombres habían sido destacados para montar guardia

junto a esta celda, y se relevaban a intervalos regulares. En cada turno había

cuatro guardianes. Pero los barrotes, los cerrojos y la guardia romana, que

efectivamente le cortaban al prisionero toda posibilidad de ayuda, solamente

contribuirían a que el triunfo de Dios fuera más completo al liberar a Pedro

de la prisión. Herodes estaba alzando su mano contra el Omnipotente, y

había de ser totalmente humillado y derrotado en su intento de atentar contra

la vida del siervo de Dios.

Librado por un ángel

En esa última noche, antes del día de la ejecución, un ángel poderoso,

enviado desde el cielo, descendió para rescatarlo. Las macizas puertas que

encerraban al santo de Dios se abrieron sin la intervención de manos

humanas; el ángel del Altísimo entró, y sin hacer ruido se cerraron de nuevo

tras él. Llegó a la celda cavada en la roca viva, donde yacía Pedro durmiendo

el bendito y apacible sueño de la inocencia con perfecta confianza en Dios,

mientras permanecía encadenado a dos poderosos guardianes, uno a cada

lado. La luz que circundaba al ángel iluminó la cárcel pero no despertó al

dormido apóstol. Gozaba del reposo completo que vigoriza y renueva, y que

es el fruto de una buena conciencia.

Pedro no se despertó hasta que sintió el toque de la mano del ángel y

escuchó su voz que le decía: "Levántate pronto". Vio su celda, que nunca

había recibido la bendición de un rayo de sol, iluminada entonces por la luz

del cielo, y a un ángel revestido de resplandeciente gloria de pie ante él.

Obedeció mecánicamente la voz del ángel; y al ponerse de pie levantó las

manos, y descubrió que las cadenas se habían desprendido de sus muñecas.

Nuevamente escuchó la voz del ángel: "Cíñete, y átate las sandalias".

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