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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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a Jesús, Judas avanzó impetuosamente en medio de la multitud, para

confesar que había pecado al traicionar sangre inocente. Ofreció a los

sacerdotes el dinero que le habían pagado, y les rogó que dejaran libre al

Señor, declarando que éste no tenía culpa alguna.

Por breves instantes el disgusto y la confusión mantuvieron en silencio

a los sacerdotes. No querían que la gente se diera cuenta de que habían

contratado a uno de los profesos seguidores de Jesús para que lo traicionara y

lo entregara en sus manos. Querían ocultar el hecho de que habían buscado al

Señor como si fuera un ladrón, y lo habían prendido en secreto. Pero la

confesión de Judas y su aspecto macilento y culpable pusieron en evidencia a

los sacerdotes delante de la multitud, revelando que había sido el odio la

causa de que prendieran al Maestro. Mientras Judas afirmaba en alta voz que

Jesús era inocente, los sacerdotes replicaron: "¿Qué nos importa a nosotros?

¡Allá tú!" Mateo 27:4. Tenían a Cristo en sus manos, y estaban decididos a

no soltarlo. Judas, abrumado de pesar, arrojó el dinero que ahora despreciaba

a los pies de los que lo habían contratado, e impulsado por la angustia y el

horror salió y se ahorcó.

Jesús tenía muchos simpatizantes en el grupo que lo rodeaba, y el

hecho de que no respondiera a las numerosas preguntas que se le hacían

asombraba a la multitud. Frente al escarnio y la violencia de la turba, ni un

gesto, ni una expresión de molestia se dibujaba en sus rasgos. Tenía una

actitud digna y compuesta. Los espectadores lo contemplaban maravillados.

Comparaban su perfecta forma y su comportamiento firme y digno con la

apariencia de los que se habían sentado en juicio contra él, y se decían

mutuamente que tenía mucho más la apariencia de un rey que cualquiera de

los dirigentes. No tenía señales de ser criminal. Su mirada era bondadosa,

luminosa y libre de temor; su frente amplia y elevada. Cada rasgo suyo

estaba definidamente señalado por la benevolencia y la nobleza. Su paciencia

y su tolerancia eran tan poco humanas que muchos temblaron. Aun Herodes

y Pilato se sintieron sumamente perturbados frente a su porte noble y divino.

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