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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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De nuevo Pedro obedeció mecánicamente, mientras mantenía la vista

fija en su visitante celestial, convencido de que estaba soñando o se

encontraba en visión. Los soldados armados estaban tan inmóviles que

parecían estatuas de mármol mientras el ángel seguía dando órdenes:

"Envuélvete en tu manto, y sígueme". Inmediatamente el ser celestial se

dirigió hacia la puerta, y Pedro, generalmente tan locuaz, lo siguió mudo de

asombro. Pasaron junto al inmóvil guardia y llegaron hasta la puerta llena de

barrotes y cerrojos, que se abrió espontáneamente, y de nuevo se cerró de

inmediato, mientras los guardias de adentro y de afuera permanecían

inmóviles en sus puestos.

Llegaron a la segunda puerta, que también estaba resguardada por

dentro y por fuera. Se abrió como la primera, sin rechinar de goznes ni ruido

de cerrojos. Cuando ellos salieron se cerró de nuevo sin el menor ruido.

Pasaron de la misma manera por la tercera puerta, y por fin se encontraron en

la calle. No se pronunció palabra alguna; no se escuchó el ruido de pisadas.

El ángel se deslizó hacia adelante rodeado por una luz resplandeciente, y

Pedro siguió a su libertador confundido y convencido de que estaba soñando.

Así recorrieron calle tras calle, y de repente, puesto que la misión del ángel

había terminado, éste desapareció.

Cuando la luz celestial se disipó, Pedro se encontró envuelto por

espesas tinieblas; pero gradualmente la oscuridad fue disminuyendo, a

medida que él se iba acostumbrando a ella, y se encontró solo en una calle

silenciosa, y sintió el aire fresco de la noche que la acariciaba la frente. Se

dio cuenta entonces de que lo que le había ocurrido no era un sueño ni una

visión. Se hallaba libre, en una parte conocida de la ciudad; descubrió que

era un lugar que había visitado a menudo, por donde esperaba pasar por

última vez al día siguiente en su camino al escenario de su presunta muerte.

Trató de rememorar los acontecimientos de los últimos momentos.

Recordaba haberse quedado dormido, unido a los dos soldados, sin sandalias

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