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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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los concilios, porque es tan claro como la luz del día que con frecuencia han

errado y se han contradicho mutuamente. A menos, por supuesto, que se me

convenza mediante el testimonio de la Escritura o por medio de un

razonamiento claro, a menos que sea persuadido por medio de los pasajes

que he citado, y a menos que de ese modo se ate mi conciencia a la Palabra

de Dios, no quiero ni puedo retractarme, porque no es prudente que un

cristiano hable en contra de su conciencia. Aquí estoy, no puedo hacer otra

cosa; Dios me ayude. Amén".

De esa manera este justo se mantuvo sobre el seguro fundamento de la

Palabra de Dios. La luz del cielo iluminaba su rostro. La grandeza y la

pureza de su carácter, su paz y su alegría de corazón, eran evidentes para

todos mientras él daba testimonio contra el poder del error y en favor de la

superioridad de la fe que vence al mundo.

Se mantuvo firme como una roca mientras las poderosas olas del poder

mundanal lo azotaban inmisericordemente. La sencilla fuerza de sus

palabras, su impavidez, su mirada serena y elocuente, y la inalterable

determinación manifestada en cada palabra y cada acto produjeron una

profunda impresión en la asamblea. Era evidente que no se lo podía obligar,

ni mediante promesas ni amenazas, a someterse a las órdenes de Roma.

Cristo habló por medio del testimonio de Lutero con un poder y una

majestad tales que en ese momento inspiraron tanto a amigos como a

enemigos con un sentimiento de reverencia y admiración. El Espíritu de Dios

estuvo presente en ese concilio, e impresionó los corazones de los

dignatarios del imperio. Varios príncipes reconocieron abiertamente la

justicia de la causa de Lutero. Muchos se convencieron de la verdad, pero en

algunos las impresiones recibidas no fueron duraderas. Hubo otros que en

ese momento no manifestaron sus convicciones pero que, después de

escudriñar las Escrituras por sí mismos, en el futuro se pusieron osadamente

de parte de la Reforma.

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