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La Historia de la Redención - Elena G. de White

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Preparándose para salir al encuentro del señor

Con inefable anhelo los que habían recibido el mensaje aguardaban la

venida de su Salvador. El tiempo cuando lo esperaban ya estaba cerca. Se

aproximaron a esa hora con calma y solemnidad. Descansaron en dulce

comunión con Dios, como un anticipo de la paz que gozarían en el glorioso

porvenir. Ninguno de los que experimentó esa esperanza y esa confianza

podrá olvidar esas preciosas horas de espera. En la mayor parte de los casos

los negocios mundanales fueron puestos a un lado por algunas semanas. Los

creyentes examinaron cuidadosamente cada pensamiento y cada emoción de

sus corazones como si estuvieran en sus lechos de muerte y en pocas horas

debieran cerrar los ojos a las escenas terrenales. No se hicieron "vestidos de

ascensión", pero todos sintieron la necesidad de gozar de una evidencia

interna de que estaban preparados para encontrarse con su Salvador; sus

vestiduras blancas eran la pureza del alma y los caracteres limpios de pecado

gracias a la sangre expiatoria de Cristo.

Dios quiso probar a su pueblo. Su mano ocultó un error en el cómputo

de los períodos proféticos. Los adventistas no lo descubrieron, ni tampoco lo

hicieron sus más instruidos oponentes. Estos decían: "El cálculo de los

períodos proféticos es correcto. Un gran acontecimiento está a punto de

ocurrir, pero no es lo que el señor Miller predice; es la conversión del

mundo, y no el segundo advenimiento de Cristo".

El momento de la expectativa pasó, y Cristo no apareció para liberar a

su pueblo. Los que con fe sincera y amor esperaron a su Salvador sufrieron

una amarga desilusión. Pero el Señor había cumplido su propósito: había

probado los corazones de los que profesaban esperar su venida. Muchos

entre ellos habían actuado por un motivo que no era más elevado que el

temor. Su profesión de fe no había afectado ni sus corazones ni sus vidas.

Cuando el acontecimiento esperado no ocurrió, declararon que no estaban

chasqueados; nunca habían creído que Cristo pudiera venir. Fueron los

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