Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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5. LOS DORMIDOS, LOS ÁNGELES Y LOS OTROS<br />
Verdaderamente, las primeras etapas de mi biografía se sucedieron, no obstante ser muy<br />
diversas, con parejo ritmo. A semejanza de un actor a quien le correspondiese entrar y<br />
salir en el escenario, y cuyos eclipses fueran harto más largos que las presencias,<br />
compensando con la intensidad de estas últimas la prolongación de sus alejamientos, a<br />
mí me tocó aparecer y desaparecer en el proscenio terrenal; vivir hondamente cuando<br />
estaba en él, y anularme durante vastos períodos de impuesta meditación, en la tumba<br />
de Nefertari, en la roca del Valle de las Reinas, en una calle ateniense y en el domicilio<br />
subterráneo de unos coleópteros, hasta repetir ahora el ciclo del retiro espiritual en el<br />
fondo del líber. Por supuesto, como ya dije, en mis lapsos más bien breves que llamaré<br />
de actuación mundana, la importancia de los acontecimientos de los cuales participé,<br />
indemnizó con amplitud el tedio de las clausuras, porque ¿quién podía jactarse, como yo,<br />
de haber asistido a los sensuales retozos de Nefertari y de Ramsés II; a la lectura parcial,<br />
por su autor, de una escena de Aristófanes; y al asesinato de Cayo Julio César? Y no<br />
hablemos de lo que me faltaba...<br />
<strong>El</strong> extenso intervalo del Tíber no fue agradable. A Poseidón, milenario habitante del Egeo,<br />
le costó comprenderme cabalmente cuando le describí el caudal de agua inmunda que<br />
arrastraba ese sórdido río, habituado como se hallaba mi compañero a las purezas azules<br />
de su noble mar. Aquí el azul ni florecía ni era posible imaginarlo. <strong>El</strong> lodo y las materias<br />
incógnitas que arrastraba, le conferían una amarillenta tonalidad, por momentos<br />
oscuramente leonada y por momentos agarbanzada o datilada y aun caqui, sobre todo en<br />
la parte donde Quadrato y yo habíamos caído, muy próxima a la desembocadura de la<br />
Cloaca Máxima, que sin cesar nos enriquecía con elementos malolientes de variadísima<br />
clasificación y de porquería indudable. Yo ofrecí a los grandes dioses, como una prueba<br />
de humildad y fortaleza, el homenaje austero de esas constantes duchas merdosas, cuya<br />
mezcla, provista por gente de la más distinta condición, del príncipe al esclavo, era, en<br />
cierto modo, una alegoría concreta de la Democracia.<br />
Por lo pronto debí presenciar el espectáculo del despedazamiento del cuerpo de Domicio<br />
Mamerco por esturiones, ávidos peces dientudos, y aunque verifiqué que la justicia del<br />
Destino lo condenó a un fin similar al que él asignara al pobre Cayo Helvio Cinna, no me<br />
alegró el banquete que en escaso tiempo redujera al Senador a la condición de esqueleto<br />
nítido. Había rodado yo, a raíz, del salto, a unos cinco metros del patricio, al cual, a<br />
medida que avanzaban los días, resultó más arduo reconocer, pues afluían allí los huesos<br />
remotos y recientes, entre una acumulación de restos de cascos y corazas. Las aguas<br />
impetuosas cuyas inundaciones aterraron al pueblo, súbitamente despertaban y<br />
arrastraban el osario militar hacia el puerto de Ostia, y suplían la macabra decoración<br />
subfluvial con otros cadáveres de guerreros, de convictos, de asesinados, de suicidas, de<br />
violados adolescentes, de mujeres encintas y de recién nacidos; con otras esculturas<br />
hechas trizas, otros objetos de índole múltiple y otras armas; y con lluvias de monedas,<br />
de camafeos y de fíbulas, que mostraban los rostros de los sucesivos emperadores. Fui<br />
salvado del atropello de las crecidas y de extraviarme acaso para siempre en el Tirreno,<br />
por un casco de legionario reciamente hundido en el fango repugnante, que de residencia<br />
me sirvió. Desde ahí, como un caracol desde su concha, vi el desfile infinito y los tumbos<br />
de los ahogados, perseguidos por el azote de las colas de los peces y por los brazos<br />
bailoteantes de los muertos anteriores; vi entrechocarse columnas sin capiteles y bustos<br />
72 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />
<strong>El</strong> escarabajo