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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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—Es dulce de batata, capitán, hecho por mí. Le ruego que lo acepte. ¿Le sirvo otro mate?<br />

Aceptó y agradeció el obsequio Montravel; rehusó la infusión, tal vez repugnado sin<br />

decirlo, y se aprestó a enumerar las noticias de Francia. Benoit lo detuvo, oprimiéndole el<br />

brazo con afecto:<br />

—Por favor, mi buen Montravel, nada de Francia... Estoy tan lejos...<br />

Turbóse el interlocutor, y en breve se fue despidiendo, pero antes de partir me<br />

desconcertó a mi turno, al quitarme de su dedo y ofrecerme a su amigo:<br />

—Me daría placer que conservase un recuerdo mío, Pierre. No entiendo una jota de su<br />

valor, pero cuentan que los escarabajos traen suerte.<br />

Me analizó con su lente el ducho en orfebrería, y para siempre me conquistó al declarar:<br />

—Es hermosísimo. Lapislázuli. Parece egipcio. Acaso vino con los soldados de Bonaparte,<br />

a su regreso de la campaña.<br />

La bulla de los niños y los maullidos de Balzac escoltaron a Monsieur de Montravel en la<br />

escalera de caracol, y yo, el andariego, me interné en el índice derecho de Pierre Benoit,<br />

y al hacerlo experimenté una sensación inexplicable, en la que sobresalían la inquietud,<br />

pero una inquietud muy incierta, y un estado de ánimo que acaso pueda comparar al<br />

orgullo pero, como en el sentimiento anterior, a un orgullo titubeante, cuya causa no<br />

percibí.<br />

Doce años quedé en Buenos Aires; apenas me atrevo a afirmar que la conozco, si se<br />

exceptúan sus poéticas azoteas, porque ni en una ocasión crucé la cancela y el zaguán<br />

hacia el exterior, hacia la calle de la Universidad, que luego se llamó de Santa Rosa. Si<br />

me detengo a considerar la existencia que en esa casa se desarrollaba, creo que lo que<br />

más se asimila a su extraña realidad, es el concepto de que transcurría en dos niveles,<br />

completamente ajenos entre sí. <strong>El</strong> uno era el nivel habitual, el obvio; el de las negras<br />

descalzas que regaban los patios y la huerta; el de Doña Mercedes persignándose y<br />

haciendo persignar a los niños y a sus servidores, cuando repicaban todas las campanas<br />

de la ciudad, como si entre ellas dialogasen; el del sabroso olor de las empanadas, el<br />

locro y el puchero, que a través de los patios, humeando, trasladaban desde la distante<br />

cocina; el de Petrona y Pedro que crecían, que jugaban a que ella era la madrecita y él el<br />

hijito, y terminaban riñendo; el de encender el brasero, los meses fríos, en la habitación<br />

donde Benoit trabajaba sin otorgarse reposo, y el de reunirse, los atardeceres cálidos, en<br />

la azotea donde con ellos al principio me enfrenté, y a la brisa del Plata se añadía la<br />

provocada por docenas y docenas de abanicos agitados doquier, y que, mientras se<br />

extendía la noche («la sombra de la noche / prolonga el jardín de tu memoria», ¡oh Mr.<br />

Low!), reproducían en la añoranza del <strong>Escarabajo</strong> el aleteo de las hadas en la floresta de<br />

Arden. Y el otro era el nivel secreto, el que en vano pretendía yo penetrar pero intuía, las<br />

horas en que Pierre Benoit dejaba la pluma, contemplaba soñadoramente los cuadros<br />

colgados en su taller, y de pronto parecía replegarse dentro de sí mismo. ¡Ah, cuánto<br />

ansié disponer a la sazón de las dotes hipersensibles de Alfred Franz von Howen y de<br />

Clarice Martelli, para introducirme en el arcano y en las brumas de esa fluctuante<br />

conciencia! ¡Cómo me impacientaba que Khamuas, el pequeño hechicero, al proveerme<br />

de condiciones especialmente sutiles, no hubiera decidido intensificar más aún mi<br />

percepción de lo que escapa a los ojos corrientes, a fin de llegar yo, por mis solos<br />

medios, a las zonas oscuras que presentía! ¿Qué se ocultaba, qué se agazapaba allí?<br />

¿Estaría Pierre Benoit preparado para comprenderlo? ¿O no había nada, absolutamente<br />

nada, en aquel segundo nivel, ni siquiera un nivel distinto del anterior y consuetudinario,<br />

sino una ficción urdida por mí para distraerme del hastío que a menudo emanaba de la<br />

clausura, del vivir como dentro de una campana de cristal, en la que un caballero<br />

dibujaba, una dama cosía, unos niños hacían sus deberes escolares y unas negras y<br />

mulatas cocinaban, baldeaban y apaleaban alfombras? Empero, era suficiente la<br />

presencia de Balzac, para certificarme que no estaba confundido, y que detrás de lo<br />

simuladamente convencional una segunda realidad se encubría, que el mágico instinto<br />

del gato alcanzaba a discernir, porque de repente Balzac, a quien suponía adormecido, se<br />

estiraba, se incorporaba en la balaustrada de la azotea, alargando las delanteras patas y<br />

asumiendo la ritual actitud de las milenarias esfinges, o alzaba la cabeza, en la mesa<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 223<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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