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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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La sensación de haber sido burlado y despojado —tan injusta— se aguzó los días<br />

subsiguientes. Los Polo no lo consultaban ni tenían en cuenta en absoluto, a él, que había<br />

sido desde la adolescencia el exclusivo señor de la casa, y que como nadie sabía de sus<br />

espectros y de sus arcanos nocturnos. La recorrían a recios trancos, dando órdenes a su<br />

servidumbre y a la de Andrea. Entonces se suspendieron de las paredes algunos finísimos<br />

brocados, con las figuras de los infaltables dragones, fénix, flores, pájaros y frutas,<br />

trazados con hilos de oro y plata en la seda; la Tabla de Oro imperial tronó sobre el<br />

fuego, con sendos vasos de porcelana de Chingtechen a los lados y con el blanco<br />

sahumador que, siete siglos después, desde la mano enguantada de Mrs. Vanbruck, que<br />

se paseaba parpadeandole a un joven y esbelto guardián, volví a ver en el Museo del<br />

Lpuvre:<br />

¡Pobre Andrea! Ahora, a su residencia acudían de continuo los ávidos por oír a su<br />

hermano explicarles cómo había gobernado una provincia, cuya capital albergaba a más<br />

de un millón y medio de familias y a cientos de miles de talleres. ¡Pobre Andrea! Marco y<br />

los viejos bogaban en el áureo espejear de la gloria y la fortuna, así que los visitantes<br />

venían no sólo atraídos por su biografía rápidamente legendaria, sino por la perspectiva<br />

de emprender negocios pingües, y el palacio se llenó de hombres sutiles y rapaces, que<br />

intercambiaban miradas ladinas, y manejaban las monedas, los ducados, acariciándolos<br />

con la mismo ternura con que rozaban las telas delicadas que los esclavos de los Polo<br />

acarrearon desde Catay, desde China, pero también desde los inalcanzables puertos y<br />

ciudades que su flota primero y su caravana después, conocieran en el viaje de retorno,<br />

que los condujo al estrecho de Malaca, a Sumatra, o Ceilán, a las costas de la India, a<br />

Ormuz, y por fin, ya más fácilmente, a Tabriz, Trebisonda, Constantinopla y Negroponto.<br />

¡Qué viaje! ¡Qué peripecias! Al cabo de quince meses, de los seiscientos expedicionarios<br />

que había al partir, apenas dieciocho pisaron el suelo de Ormuz. Los comerciantes<br />

exclamaban: «¡Oh! ¡oh! ¡ah! ¡ah!», y musitaban los nombres geográficos, musicales,<br />

como si lamiesen almíbares, mientras Marco Polo se destacaba en el medio, triunfal,<br />

exhibiendo telas, dando a respirar y a probar especias fragantes, el alcanfor, el clavo, la<br />

canela, la nuez moscada, las pimientas, el jengibre, que embalsamaban los más ocultos<br />

rincones, y que, como eróticos polvillos parecían desprenderse de las alas de los dos<br />

policromados papagayos hindúes que revoloteaban doquier. En vano se encastilló Andrea<br />

en las modestas buhardillas del palacio, que en verano ardían y se helaban en invierno:<br />

allí lo buscaron y descubrieron los aromas mezclados, picantes, furtivos, indescifrables, y<br />

el solitario se figuraba que su escondite se hallaba en la altura de una selva mágica.<br />

Hasta el refugio subió, en pos de él, la arrogancia de Donna Pia Morosini, que como su<br />

amigo execraba la irrupción grosera y petulante, desbaratadora de su ilusa intimidad, y<br />

que cada vez que volvió, al levantar el velo que le anieblaba el rostro, desprendía los<br />

jirones de telarañas que se le habían adherido en el tramo final de la tenebrosa escalera.<br />

Empero, aquella tortura, impuesta por la desazón de la propia víctima, se fue<br />

suavizando. Primero Maffeo y luego Nicoló, que con tan excluyente desdén habían<br />

tratado al sobrino y al hijo, olvidándolo en la melancolía del desván, quizás arrepentidos<br />

lo recordaron en sus testamentos, de manera que como, a poco de otorgarlos, se<br />

despidieron de este mundo, Andrea se encontró impensadamente, con que era rico, muy<br />

rico. Y luego Marco, movido por la mercantil ambición, había armado una galera para<br />

guerrear con los genoveses, quienes a su vez anhelaban apoderarse del comercio<br />

oriental, y a su bordo se había incorporado a la flota veneciana, perseguidora de la<br />

destrucción de los rivales. Hubo en Curzola un combate cruento, y la derrota abatió a los<br />

de la Serenísima: siete mil cayeron prisioneros, entre ellos Marco Polo, como<br />

consecuencia de lo cual durante un año permaneció en una cárcel genovesa. Si la<br />

ausencia alivió a su medroso hermano, hay que reconocer que a Marco tampoco le fue<br />

mal tras las rejas, pues de no haber quedado allí, sin poder trajinar ni urdir negocios,<br />

quién sabe si hoy hubiera existido su libro célebre, el que compuso en el presidio con la<br />

ayuda de un escritorzuelo de Pisa, en un francés de oil, bastante contrahecho.<br />

Rico y libre, Andrea descendió de su guarida. Tornaba adueñarse del palacio del río San<br />

Giovanni Grisostomo. Suyo sería, hasta que el cautivo Marco reapareciera, por lo que se<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 127<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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