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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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caña teñida de rojo, el cíngaro iniciaba su explicación indicándome a mí y refiriendo (sin<br />

imaginar que enunciaba una verdad que los arqueólogos descubrirían muchos siglos más<br />

tarde) que yo, el soberbio <strong>Escarabajo</strong> de lapislázuli, había pertenecido a una Reina de<br />

Egipto, que Zoe era su ilustre y legítima descendiente (¡ah desventurada, ofendida<br />

Nefertari), y que si alguien se hallaba en condiciones de afirmarlo era él, Yerko, por su<br />

noble jerarquía de Duque del Pequeño Egipto. Esto último, que repetía en lenguas<br />

diferentes, fanfarronamente chapurreadas, y que yo conocía de memoria, me enfurecía<br />

cada vez, y sólo conseguían aplacarme el entusiasmo y aspaviento que me consagraban<br />

los auditorios campesinos o ciudadanos, al tiempo que la caña roja se desplazaba de los<br />

pechos de Zoe a su barriga y a sus muslos, seguida por torrentes de palabras elogiosas.<br />

Los que nos contemplaban absortos, en medio de los cuales habría docenas de<br />

hambrientos, barruntaban de fijo que sólo una diosa era susceptible de alcanzar ese<br />

Cielo, ese Olimpo de alimenticia perfección, y murmuraban por lo bajo confusas<br />

oraciones, solicitándole ayudas y formulándole promesas. Si bien Yerko no permitía que<br />

siquiera la rozasen, y en ocasiones su caña se abatió sobre dedos demasiado atrevidos,<br />

en cambio, terminado el despliegue rollizo de la giganta, que Zoe enriquecía con<br />

lánguidos y despaciosos meneos soñolientos, el gitano brindaba a los interesados la<br />

posibilidad de adquirir reliquias de la princesa Zoe de Egipto (así la llamaba),<br />

consistentes en fragmentos de su pretensa túnica, asegurando que no se han aderezado<br />

talismanes más eficaces para facilitar la buena suerte, y la gente alborozada los<br />

compraba, los besaba y hacía la señal de la cruz. Zoe resultó, pues, un excelente<br />

negocio, y ganó con creces la pitanza descomunal que ingería y que constituía su<br />

exclusivo salario.<br />

No exigía más. La limitación de su raciocinio no lo hubiera permitido. Estaba contenta con<br />

su nueva vida. Halagábala que los tropeles que se escalonaban en el transcurso del viaje,<br />

se pasmaran ante ella. Quizá pensara, si pensaba algo, que lo que los cautivaba era su<br />

generosa hermosura y no su física exorbitancia, con la consecuencia de que mientras la<br />

lentísima caravana avanzaba hacia el norte, había aprendido ciertos melindres de<br />

coquetería que contribuían a su éxito ante los papamoscas. Por lo demás, era obvio que<br />

se había enamorado de Yerko, con pruebas tan patentes que ellas también secundaron a<br />

la diversión de sus admiradores, quienes suponían que se trataba de una pantomima<br />

urdida por los astutos cíngaros. No había tal pantomima; lo que pasaba es que la<br />

elemental Zoe carecía de la capacidad de disimular sus afectos. Tuvieron éstos una<br />

consecuencia para mí imprevista, pues al producirse la cosa me hallaba ausente, quizá<br />

dentro de la arqueta en la cual me guardaban de noche. Mi imaginación y mi mundología,<br />

con ser amplios, no alcanzan a concebir cómo se las arregló Yerko para producir el acto<br />

cuyo fruto sería Malilini, una descendiente más de los Exacustodios. Me perdí, a causa del<br />

encierro, la fabulosa zambullida del muchacho moreno en ese tempestuoso oleaje carnal,<br />

y no me enteré de que Zoe estaba a punto de ser madre hasta el día en que dio a luz,<br />

tan escasamente varió la gloriosa estructura de mi ama durante la gestación.<br />

Malilini cooperó en el espectáculo succionando en público, mientras se extendió la<br />

lactancia, que fue larga, porque ahí había con que hartar a varios infantes. La caravana<br />

siguió su viaje, y siguieron el suyo los años. Murieron los enanos y los monos, y se los<br />

reemplazó; murieron los viejos y los reemplazaron los maduros; un gitano cejijunto, de<br />

buen porte y de feroz sonrisa, se nos incorporó con un oso pardo, y el baile del oso<br />

sustituyó a la mujer bicéfala, muy deteriorada; Yerko engrosó, aunque junto a Zoe<br />

parecía una estaca; a Zoe le brotaron unos forúnculos repulsivos, que al motearle el<br />

cuerpo acentuaron su valía de adefesio circense de extraordinaria calidad; se alejaron en<br />

el recuerdo Zara, Pola, Grado, Friul, la Lornbardía, Baviera, Wurzburg, Worms, Austrasia;<br />

el cruce atroz de los Alpes, el del Rin; los bosques, la nieve, los bosques, la nieve... Son<br />

inseparables de aquellas etapas, en mi memoria, el infantil balbuceo de la cuantiosa Zoe,<br />

que reclamaba más de comer; el ruido de los ejes de los carros; el sonar de las<br />

blasfemias, de la gritería, de las castañuelas y los panderos, los relinchos, los rebuznos,<br />

los mugidos, el chillar simiesco, el terco gruñir del oso y los insultos de su domador.<br />

Malilini cumplió trece años.<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 103<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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