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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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pareció) a Marcos de Encinillas, quien arrebujado en la sombra espiaba nuestro paso. Es<br />

factible que me equivoque y que el miedo de mi señor fuera contagioso.<br />

Al otro día redoblaron la carga Gante y Gómez, trayendo el aviso, de óptima fuente (creo<br />

que citaron a Sebastián de Morra) de que el legado provisto por la generosidad de la<br />

Duquesa a su cara Eugenia Martínez era supersabroso, con lo cual Don Diego, tras<br />

titubeo brevísimo, otorgó su «sí» para la realización del matrimonio, el que se llevaría a<br />

efecto tres semanas después, con una espléndida fiesta en Palacio, quedando su<br />

organización a cargo de los corteses Gentileshombres. Los días iniciales volaron para la<br />

soledad ensoberbecida de Acedo, entre sueños, cómputos y preparativos, y hasta una<br />

visita al punto menos que centenario Canónigo Matute y Peñafiel, con el propósito de<br />

averiguar si juzgaba hacedera la genealogía de Doña Eugenia Martínez Vallejo, natural de<br />

Barcenas, a lo que respondió sabiamente el venerable que cualquier árbol de alcurnia<br />

puede ser cultivado y aun florecido de escudos, según el precio en moneda sana que se<br />

asigne a la materia con que se abonará la tierra de la cual brota.<br />

Andaban los arreglos con excelente ritmo, cuando estremeció al Alcázar el terrible golpe<br />

ocasionado por el rápido deceso del Príncipe Baltasar Carlos, en Zaragoza; según<br />

explicaron unos, de viruelas; según susurraron otros, por excesos resultantes de<br />

juveniles extravíos —no había cumplido diecisiete años—, con la intervención de una<br />

tusona, buscona, zorra, ninfa u horizontal, colega de Simaetha de Naucratis y de<br />

Pantasilea de Florencia, no demasiado limpia. La desgracia asoló a todo el mundo. Hacía<br />

poco que el Infante se había prometido a su prima la Archiduquesa Mariana de Austria,<br />

hija del Emperador, y cabía esperar de él una sucesión feliz, para gloria de España, pues<br />

era fácil reconocer en su gracia y su belleza el augurio de tiempos prósperos, que harto<br />

requería su desmembrado y saqueado imperio. Con él entraba en la oscuridad del<br />

fracaso, una noble esperanza. No había entonces otro heredero de Felipe IV, quien sin<br />

embargo había engendrado más de treinta vástagos ilegítimos. Como se sabe, el maduro<br />

Rey casó con la misma desvaída Archiduquesa quinceañera destinada para su hijo, la<br />

cual habrá hallado, con indiscutible nostalgia, notablemente menos saludable y verde al<br />

despojador de su burguesa virginidad, que al muchacho que le destinaran en primer<br />

término.<br />

Cuando falleció el Príncipe, de viruelas o de bubas, y no obstante haber transcurrido una<br />

larga docena de años desde aquella época, continuaba yo viendo al Infante Baltasar de<br />

niño, como lo conservaron los prodigiosos pinceles de Velázquez, en el estupendo óleo<br />

que decoró, junto a varias figuras ecuestres, el gran Salón de los Reinos del Buen Retiro,<br />

y que lo . muestra serio y luminoso, harto consciente del papel que representa, con<br />

banda de general y bastón de mando, caballero en una jaca andaluza de enfático brío. A<br />

esa jaca tan fea, deforme y panzuda, la conocía yo bien, pues el Infante se había<br />

encariñado con ella, y muerta la lloró, por cuya razón quiso el Rey que la embalsamaran,<br />

a fin de que su sucesor presunto sirviese de modelo al pintor, montado en su silla. Yacía<br />

desde entonces abandonada, en un guardamuebles que había detrás de las cocinas, y los<br />

galopines que tenían por función desplumar las aves y limpiar las ollas, se refocilaban en<br />

sus ratos libres, jineteándola, espoleándola y sumando llagas y costurones a la labor<br />

paciente de las polillas que revoloteaban sobre su tinoso pelaje.<br />

<strong>El</strong> inesperado fin del Infante mudó expectativas y trastornó proyectos. Hubo que<br />

postergar la boda del Primo y Eugenia, pues en el Alcázar se carecía de datos con<br />

referencia a la resolución del Rey sobre las exequias de su hijo, y tal vez ordenara que<br />

antes de conducirlo a su morada última del Monasterio del Escorial, lo velasen también<br />

en Madrid, en la capilla de Palacio. Las noticias opuestas se sucedieron, hasta que se<br />

supo que el ataúd sería transportado con solemne magnificencia, en un viaje de nueve<br />

días, directamente al Monasterio. Empero, como cabía la eventualidad de que el<br />

desesperado Don Felipe modificase su decisión, acordaron prudentemente los<br />

preparadores de las nupcias de Don Diego, aguardar a tener la certeza de que los<br />

acontecimientos se desarrollarían así, no fuera que en pleno y secreto agasajo de los<br />

insumisos al duelo oficial, apareciese el cortejo fúnebre, desbaratando la función y<br />

multiplicando los castigos. Recomendóse, pues, el sigilo mayor a quienes coordinaban la<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 175<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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