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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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10. LOS MAGOS<br />

La Monstrua dio como respuesta una mirada estúpida y unos dientes apretados, a los<br />

enviados por Velázquez para que entregasen a la viuda los bienes de su marido.<br />

Consistían éstos, salvo unas nimiedades que ni vale la pena citar, en su gran sombrero,<br />

su ropa y en mí, que me menciono el último por cortesía, a pesar de ser de lejos,<br />

monetaria e históricamente, lo más importante. Me dejaron sobre el banquito que solía<br />

ocupar el enano, y esa noche la muy tetona y traseruda que tan indiferente parecía, no<br />

cesó de rugir como una fiera, hasta que el Mayordomo Mayor de llave dorada ordenó que<br />

la acallasen, aplicándole unos azotes si fuese menester, porque aquellos bramidos, pese<br />

a la distancia, perturbaban el runrún de las letanías recitadas por Su Majestad la Reina.<br />

No hubo que recurrir al vapuleo; Doña Eugenia se secó las lágrimas y reprimió el bestial<br />

alboroto, mas no bien partieron los servidores reinició sus quejas, sottovoce y con<br />

dulzura rara, lo que confirmó mi antigua certidumbre de que el amor, extraño<br />

sentimiento que a unos pocos exalta auténticamente (tengo el privilegio de ser uno de<br />

ellos), rechaza las frágiles leyes decorativas de la estética, y en ocasiones, quizá por<br />

poética ironía, anida en desazonantes estructuras. Esos bufidos y ese plañir le ganaron a<br />

Doña Eugenia Martínez Vallejo mi estima respetuosa: era sin duda mucho más emotiva<br />

que el Primo, y si se me arguye que el origen de su desesperación brotaba sólo de su<br />

sensualidad frustrada, responderé que nada es tan incalculable como los movimientos y<br />

matices del amor, y que sería inútil pretender analizarlos y sopesar los materiales que en<br />

su cocina intervienen, pues cada uno lo hará aplicando su personal graduación, la cual<br />

depende de las diversas sensibilidades.<br />

Se negó la opulenta sabandija a recibirme; se negó a recibir prenda alguna de Don<br />

Diego, con excepción del sombrero orgulloso al que inundó de lágrimas, y que<br />

súbitamente se ponía, completando así su aspecto extraordinario. Tocada con él la vi en<br />

distintas oportunidades, yendo con lento ritmo por los corredores del Alcázar. Yo<br />

pertenecía entonces, por obsequio o repudio de la viuda de Acedo, a la enana Juana de<br />

Auñón, criada de la Cámara de la Reina, un sitio en el que lo que más se hacía era rezar,<br />

y en el que los únicos misterios eran los recitados de la Virgen. Pertenecí a la Auñón<br />

veinte años, casi hasta su muerte, siendo Regente a la sazón la misma Reina Mariana, y<br />

fue aquél uno de los períodos más tediosos, latosos e insípidos de mi larga vida, pues en<br />

el contorno únicamente circulaban frailes y monjas, y lo principal de la charla versaba<br />

sobre escapularios, votos, ofrendas, cofradías, jaculatorias, contricciones, santificaciones,<br />

etcétera, amén de la murmuración acerca del hechizo del pobrecito Carlos II, Rey de<br />

España, que por desgracia en nada recordaba al primero.<br />

Acaso intuía Juana de Auñón la proximidad del fin de su existencia, cuando me confió,<br />

azarosamente, a uno de los peregrinos santiagueses que alrededor del Alcázar<br />

merodeaban, implorando la caridad pública. Quería la criada que yo formase parte del<br />

tesoro de Compostela, lo cual, dadas mis características, juzgué bastante singular, pero<br />

el portugués —de ahí procedía el caminante— prometió cumplir con el encargo, y en<br />

breve, ante mi asombro, luego de sumarse a los devotos venidos en especial de Francia,<br />

Italia, Moscovia, Eslavonia, Polonia, Alemania, Hungría, Flandes, Escocia e Inglaterra,<br />

que confluían en el sepulcro del Apóstol, fui presentado al capellán lenguajero, el clérigo<br />

que hacía las veces de cicerone de los piadosos foráneos, con la información de que me<br />

traía del Palacio de Madrid, para que me incorporasen a la Capilla de las Reliquias y el<br />

Tesoro. Habrán creído los Canónigos que se trataba de un desusado presente de la Reina<br />

<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 181<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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