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Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...

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Constantino, Dionisio, Serapio y Juan se resignaron a ponerse los coseletes rutilantes y a<br />

descender de la desolada altura. Todavía ignoraban los tranquilos deportistas la razón del<br />

edicto. Sabían que el pueblo entero debía comparecer ante sus padres, magistrados del<br />

Emperador, y allá acudieron, siguiendo la larga fila y calculando que se trataba de un<br />

nuevo censo, o del pago de un impuesto de los que surgían con el advenimiento de cada<br />

soberano, de acuerdo con una invariable ley de la Economía. Sólo cuando su turno se<br />

aproximaba, en el templo, a la parte donde sus genitores presidían el lento avance de la<br />

columna, luciendo sus galas más espléndidas y probablemente imaginándose por lo<br />

menos semidioses, comprendieron los distraídos donceles qué se esperaba de ellos y, tan<br />

estupefactos como asustados, intercambiaron cuchicheos presurosos sobre la actitud que<br />

les correspondería asumir delante de quienes los habían traído al mundo y que, como<br />

Exacustodio, sobresalían por lo nulo de la sensibilidad y por lo empecinado de la altanería<br />

obtusa. Advirtieron (y lo comentaron en voz baja, condenándolo) que ciertos cristianos<br />

que los precedían en la fila se prosternaban ante la ronda marmórea de los dioses y los<br />

adoraban, y se comprometieron a no hacerlo, pero al gritarles que se apresurasen los<br />

que caminaban detrás, los adolescentes temblaban tanto que eso contribuyó al relumbrar<br />

de sus pedrerías. Confieso que no suscribí sus inquietudes. En mi modesta opinión,<br />

cuantos más dioses se reconozcan y adopten, mejor andará el mundo, tan necesitado de<br />

especialistas sobrenaturales que se ocupen de la multiplicidad de sus problemas. Lo<br />

aprendí en Egipto, y desde entonces no he cesado de agregar dioses a mi Olimpo<br />

personal y a su intrincada organización de ministerios, subsecretarías, direcciones y<br />

dependencias divinas, etc., y mal no me ha ido, pero no soy más que un pobre<br />

<strong>Escarabajo</strong> de lapislázuli, un vagabundo, un turista, un curioso, y los siete muchachos de<br />

Éfeso habían sido tocados por una forma de gracia, por una santa locura que,<br />

simultáneamente, los transformaba en muy responsables y muy irresponsables.<br />

Cuando los mancebos se detuvieron enfrente del tribunal, quienes lo constituían se<br />

hincharon de fatuidad, porque es inútil insistir sobre que hubiera sido vana la búsqueda,<br />

dentro del enorme imperio de Cneius Messius Quintus Trajanus Decius, de un puñado de<br />

mocitos tan físicamente admirables, y si alguna vez los funcionarios, tal como<br />

Exacustodio, se desasosegaron por el evidente desdén con que sus vástagos miraban a<br />

las mujeres, y abrigaron sospechas acerca de sus preferencias corporales, las noticias<br />

que, pavoneándose, sembró entre ellos Exacustodio, del éxito de lámblico en la Casa de<br />

los Placeres, hizo que los demás se propusiesen aprovechar la presencia de sus hijos en<br />

Éfeso, para enviarlos a la hospitalaria habitación de la iniciadora Pártenis, y poner fin así<br />

a tanta infantil tontería. Por el momento, los jóvenes formaban, en contraposición con la<br />

blanca medialuna de los dioses esculpidos y de los altaneros gobernantes, una suerte de<br />

prodigioso collar en el que destellaban, prolongadas de pecho en pecho, las cadenas de<br />

oro y las piedras incendiarias de los coseletes marciales, y con ser tan fabuloso ese brillo,<br />

multiplicado por cada movimiento de quienes portaban las corazas breves, más<br />

perturbaba aún la hermosura de los siete rostros enmarcados por las largas cabelleras, y<br />

la sutil nobleza de las manos, que el más sencillo accionar metamorfoseaba en aéreos<br />

marfiles.<br />

Recreáronse un instante los que los habían engendrado, en la contemplación de sus<br />

obras, si bien presumo que hubiesen preferido que sus frutos fuesen más recios y menos<br />

confundibles con las hermanas de los mismos muchachos, y también que cuando corrían<br />

en pos del balón, sus puntapiés y cabezazos se destacasen más por la violenta eficacia<br />

que por la desenvoltura bailarina, hasta que Exacustodio, que presidía la junta superior,<br />

flanqueado por dos generales y teniendo por fondo a Diana, Marte y Venus, sonrió e<br />

invitó a lámblico y sus amigos a cumplir con el formulismo simple y rápido exigido por el<br />

edicto imperial.<br />

Ahí ocurrió lo que mayor espanto, furia y bochorno podía causar a los mal informados<br />

jueces, quienes si algo no preveían era el punto de vista beatíficamente rebelde de sus<br />

hijos, porque los siete Botticellis dieron un paso al frente y, en lugar de prosternarse y<br />

ofrecer la adoración burocrática y oficialista que de ellos se esperaba, se lanzaron a<br />

cantar, entonadamente, las laudes de Nuestro Señor Jesucristo, intercalando según<br />

conviniera las voces de barítono, de tenor y también de bajo, para horror de los<br />

82 <strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez<br />

<strong>El</strong> escarabajo

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