Mujica Lainez, Manuel – El Escarabajo - Lengua, Literatura y ...
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velara por la suerte de su vida!<br />
¿Acaso no soy yo una sortija?, ¿no es mi brillo azul?, ¿no amo a una Reina? Me emocionó<br />
el tono primaveral del espectáculo: la voz de Febo, el laúd, las granadas del poema, el<br />
cielo toscano, aquellas figuras que se movían como si un artista las pensase. Había, entre<br />
las doncellas, una de rubias trenzas en las que se entretejían las rosas, igual que en la<br />
romanza. Sonrió, al oír una descripción que concordaba exactamente con ella misma, y<br />
se fijó en la perfección del rostro y en el garbo de Febo, que parpadeaba con languidez y<br />
en realidad era acreedor a cualquier desorden pasional. Abrió el muchacho la mano<br />
izquierda sobre su corazón vestido de verde, en tanto que decía lo del jardín de<br />
granadas, y el sol se ocupó de mí y me arrancó un ravo como una flecha, como la flecha<br />
tan usada de la Mitología. Junto a la doncella estaba el Gato Altoviti, arqueado, eléctrico,<br />
vibrante; asomada bajo el sombrero de castor la maraña rebelde; de negro de la cabeza<br />
a los pies. No quitaba los ojos de la niña, como de una presa, así que reparó en la<br />
simpatía con que ésta miraba a Febo. Y los reconoció de súbito, a él y al tañedor de laúd.<br />
—¿No son ustedes —espetó en el hechizado silencio que sucedió a las palabras finales del<br />
canto— los pajes de Pantasilea?<br />
—Lo fuimos —respondió la insolencia de Febo—. Ahora somos gente del arte.<br />
—Tienes una sortija maravillosa —dijo la doncella, y reveló su nombre: Bianca Salviati<br />
(de la gran familia contraria a los Médicis, que dio tantos gonfalonieros a Florencia),<br />
porque su entusiasmo por mí colmó mi vanidad—. No hemos visto en el Ponte Vecchio —<br />
agregó— nada que se le compare.<br />
¡Si supiera! —pensé yo—, ¡si supieran quién soy!, ¡si supieran que fui creado para la gran<br />
Reina de Ramsés! ¿Con qué, con quién puedo compararme, en estas quincallerías?<br />
—¿Cuánto pides por ella? —lanzó el timbre chillón de Livio Altoviti.<br />
—No la vendo —replicó mi amo.<br />
—Deberás venderla, si Bianca la quiere. ¿La quiere Bianca?<br />
Titubeó la joven y enrojeció. Adiviné entonces que el interés de Bianca Salviati no se<br />
cifraba en mí, sino en Febo, como anteriormente había adivinado, en Pisa, que quien a<br />
Febo atraía era yo, y no Messer Platone.<br />
—No —dijo Bianca—, no la quiero.<br />
Se encogió de hombros el Gato; sus amigos, que habían permanecido unos segundos en<br />
tensión, a la espera de uno de los incidentes que se reproducían en el camino de Altoviti,<br />
aflojaron las actitudes; y sentí que los fantoches y mendigos que flanqueaban la calleja<br />
del puente respiraban también, pero como defraudados.<br />
Alejáronse los nobles, recuperada la gallardía petulante. Despreciativo, Livio arrojó una<br />
moneda ínfima en la gorra de Febo, que en el suelo yacía. Volvió a pulsar las cuerdas el<br />
vihuelista, y el día fue desgranándose para los muchachos, entre canciones, masticar de<br />
tortas y de frutas, y observar a las mujeres que en las terrazas de los comercios<br />
asoleaban sus cabelleras, dialogando a gritos con quienes pasaban bajo el puente, y<br />
remaban, acarreaban, mercaban, festejaban y tonteaban, hasta que con la luz se<br />
disiparon. A punto de ocultarse el sol, cuando los dos donceles planeaban indagar por el<br />
más mezquino de los hostales, para en él hacer noche, y aún los escuchaban los últimos<br />
rezagados, cantó Febo unas burlas de Carnaval :<br />
—Ignoráis, señoras mías<br />
que sufro el mal de aquel fraile...<br />
Hizo una pausa, en la que vibraron las siete cuerdas retozonas del laúd de Vincenzo<br />
Perini.<br />
... del fraile aquel (y es verdad)<br />
que mató a su cochinito.<br />
Pues os cuento que una tarde<br />
se lo robó un campesino,<br />
quien era aquí su vecino<br />
(según otros, su compadre).<br />
<strong>Manuel</strong> <strong>Mujica</strong> Láinez 147<br />
<strong>El</strong> escarabajo