Katherinne Brevis Arratia - Biblioteca Digital INDH
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CAPÍTULO 2<br />
expropiados bajo la Unidad Popular y que constituían parte del área social de la economía que ahora sería reprivatizada. De<br />
hecho, la represión a los/as campesinos/as contó en muchos casos con la participación de latifundistas en operaciones directas<br />
de reapropiación, las que en muchos casos se materializaron junto con una represión sin control de los/as trabajadores/as de<br />
su empresa o fundo.<br />
En varios casos se narra que los uniformados se movilizaban en vehículos del dueño del fundo donde se encontraban sus<br />
casas.<br />
El odio que los latifundistas habían acumulado durante el proceso de Reforma Agraria y todos los conflictos y<br />
enfrentamientos que se produjeron a raíz de dicho proceso, se tradujo en una sangrienta venganza. En muchos<br />
lugares usaron mano militar y policial para cobrar deudas políticas con humildes campesinos que fueron su<br />
contraparte en la Reforma Agraria iniciada por el Gobierno de Eduardo Frei y profundizada por el régimen de<br />
Allende. Las detenciones, torturas y ejecuciones masivas de trabajadores agrícolas registradas en Santa Bárbara,<br />
Quilaco, Quilleco, Mulchén, entre otros lugares, fueron ejecutadas por uniformados con apoyo activo y directo de<br />
civiles (Villagrán, 2005, p. 8).<br />
Dichos civiles han negado tal complicidad aduciendo razones de ignorancia. Que “no sabían lo que ocurría” (Agüero, 2005,<br />
p. 42). Ellos, como dice el abogado Roberto Garretón, en la única explicación en que pudieran apoyarse al negar la existencia<br />
de la tortura, sería que “en esa época se hablaba de ‘maltratamiento’ o ‘apremio’ (…) al no asumir su responsabilidad, dejan<br />
solos a quienes sí lo han reconocido como es el caso del Ejército. De esa manera el Ejército ha podido avanzar en replantearse<br />
como el Ejército de todos los chilenos, un paso necesario para su pleno desempeño profesional. Este paso indispensable para<br />
el futuro de sus propias aspiraciones políticas, para asentar una sociedad en que prime el consenso acerca de la inviolabilidad<br />
de los derechos humanos, para la solidez de nuestra democracia y nuestro proyecto como país basado en fundamentos éticos<br />
comunes, ese paso no lo han dado los civiles que fueron cómplices de la represión” (Agüero, 2005, p. 44).<br />
Existen civiles que estando al tanto de todo lo que sucedía, continúan avalando lo ocurrido en materia de derechos humanos,<br />
es el caso de un grupo de mujeres pinochetistas, de clase alta, que expresan en el documental I love Pinochet (Said, 2001)<br />
que “a lo mejor hubo algún exceso, pero la mayoría no eran blancas palomas y ellos saben perfectamente bien por qué<br />
murieron y cómo murieron”. Una de estas mujeres dice:<br />
(…) hubiera habido desaparecidos o no hubiera habido desaparecidos, Pinochet destruyó el comunismo en un<br />
solo día (…) el único hombre capaz de destruir el comunismo en el mundo ha sido don Augusto Pinochet Ugarte,<br />
el único (…) ejemplo para Latinoamérica.<br />
A otras personas, como lo expresa Perla Zipper (2006):<br />
(…) la incredulidad de que algo así estuviese pasando en Chile, les hacía negar la verdad de lo innegable, y a otro<br />
grupo que se sentía feliz con lo que estaba sucediendo, pensaban que aún era poco lo siniestro de los hechos y<br />
estos últimos eran los que según decían estaban en la conjura, algunos entregaban listas de ciudadanos, otros<br />
asistían a los centros de tortura como espectadores, algo parecido a lo que les sucedía a los cristianos en los circos<br />
romanos, cuando eran tirados a los leones para ser despedazados (p. 295).<br />
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