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Katherinne Brevis Arratia - Biblioteca Digital INDH

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CAPÍTULO 3<br />

Después del 11 de septiembre de 1973, miles de personas acudieron a las nuevas autoridades para pedir información sobre<br />

el paradero y la situación de sus familiares detenidos/as y desaparecidos/as. En aquellos primeros años solo las instituciones<br />

religiosas pudieron ejercer una defensa activa de los derechos humanos ya que, por ejemplo, el 12 de septiembre el Poder<br />

Judicial, el único no controlado de manera directa por los/as golpistas, emitió una declaración de apoyo incondicional a la<br />

junta militar.<br />

Ante el silencio cómplice de jueces y juezas y de los medios de comunicación permitidos por la dictadura, y después de un<br />

corto periodo de vacilaciones, la iglesia católica chilena se transformó en la defensora de las víctimas de las violaciones a los<br />

derechos humanos. El símbolo fue la Vicaría de la Solidaridad. Para defender a los/as trabajadores/as se creó la Vicaría de<br />

la Pastoral Obrera y para acoger a los/as profesores/as universitarios/as expulsados del sistema oficial nació la Academia de<br />

Humanismo Cristiano.<br />

Anteriormente, a esta labor se le unieron algunas iglesias que intentaron atenuar la crueldad de la represión. Así, confesiones<br />

católicas, luteranas, ortodoxas, judías y otras crearon el 6 de octubre de 1973 el Comité de Cooperación para la Paz, que<br />

trabajó para proporcionar “ayuda material y espiritual a todas las personas y familias afectas por la situación existente”<br />

y facilitar “asistencia legal y judicial para la defensa de los derechos de las personas afectadas (Fernández, s.f., citado en<br />

Amorós, 2001, p. 32).<br />

Las iglesias se unieron bajo la sigla “COPACHI”, para defender los tan violados derechos humanos de los chilenos,<br />

pero muchos de estos sacerdotes y pastores fueron encarcelados, perseguidos, o tuvieron que huir del país. Muy<br />

pronto los disolvieron y fue entonces que apareció la Vicaría de la Solidaridad, bajo la dirección de la bondad<br />

y sabiduría del cardenal Raúl Silva Henríquez, que se mantuvo a pesar de los embates de la dictadura, hasta el<br />

final, ayudando a miles de chilenos que acudían a ella, arrancando de las torturas y violaciones cometidas (Zipper,<br />

2006, p. 294).<br />

El Comité Pro Paz fue la única institución que durante el periodo en estudio cumplió la importante función de dar asistencia<br />

a las víctimas, con los riesgos y limitaciones derivadas de la situación que se vivía en esos momentos.<br />

Fue el Vicario Cristian Precht quien asumió el Comité Pro-paz en 1974 y quien reconoce que en primera instancia los llamados<br />

detenidos desaparecidos eran para él personas sin rostro, ya que él no las conocía, pero luego dice,<br />

(…) cuando comencé a conocer a los familiares de los detenidos desaparecidos, a sus esposas, a sus hijos, ahí el<br />

dolor adquirió rostro, vida familiar, conocí sus ideales y comenzaron a ser parte de mi vida y algo que me dolía en<br />

el alma (González, 1987, p. 31).<br />

La labor de las iglesias en este ámbito fue principalmente liderada por la iglesia católica, la cual a partir del mismo mes de<br />

1973 emitió una serie de declaraciones y documentos que reflejaron su posición de búsqueda de caminos de encuentro<br />

entre los/as chilenos/as y de la real necesidad de respetar los derechos humanos. Por ejemplo, la Declaración del Comité<br />

Permanente del Episcopado.<br />

Durante la dictadura recordaban el tiempo del cautiverio en Babilonia como un elemento de comparación con la situación del<br />

pueblo bajo el poder militar.<br />

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