Campaña I Caminà amb Ells - Juniors Moviment Diocesà
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Le contestaron:<br />
—Señor, ven y velo.<br />
Y Jesús lloró. Y, al presenciar los judíos cómo gruesas lágrimas brotaban de sus ojos, exclamaron:<br />
— ¡Cómo le amaba!<br />
Jesús, frente a la tumba de Lázaro, se estremece y llora. Las lágrimas son palabras del corazón. Manda Jesús que<br />
se quite la losa del sepulcro y con voz fuerte exclama: Lázaro sal fuera. Salió el muerto atado de pies y manos y el<br />
rostro envuelto en un sudario. El Dominador de la muerte, ante la estupefacción de los presentes, añadió: Soltadle<br />
y dejadle ir (Jn 11,17-44). Las manos de sus dos hermanas se apresuraron a cumplir el mandato de Cristo, soltando<br />
las trabas que oprimían el cuerpo reaparecido del que hacía cuatro días que había muerto.<br />
El milagro tuvo gran resonancia; el nombre de Lázaro corría de boca en boca y su persona se había convertido<br />
en signo de contradicción. “De la misma manera que el sol brilla sobre el barro y lo endurece, y brilla sobre la cera y la<br />
ablanda, así este gran milagro de nuestro Señor endureció algunos corazones para la incredulidad y ablandó a otros<br />
para la fe” (Fulton Sheen). El pueblo sencillo acudía a Betania llevado por la curiosidad de ver a un ser redivivo, saludar<br />
a la familia y congratularse con ella del gran milagro que en su favor había obrado Cristo. “Muchos de los judíos<br />
que habían venido a María y vieron lo que había hecho (Jesús) creyeron en Él” (Jn 11,45). Debió convertirse Betania en<br />
meta de peregrinaciones, porque, según el Evangelio, una gran muchedumbre de judíos supo que Jesús estaba<br />
allí, y vinieron no sólo por Jesús, sino por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos (Jn. 12,9). Para<br />
los que le habían visto muerto y cerrado durante cuatro días en el sepulcro, era Lázaro una prueba irrefutable del<br />
poder taumatúrgico de Cristo.<br />
IMPORTANCIA DE LÁZARO Y BETANIA EN LA HISTORIA DE SALVACIÓN<br />
La historia de Lázaro se escribió para decirnos esto: hay una resurrección del cuerpo y una resurrección del corazón;<br />
si la resurrección del cuerpo ocurrirá «en el último día», la del corazón sucede, o puede hacerlo, cada día.<br />
Éste es el signifi cado de la resurrección de Lázaro y, de ahí, se deduce algo que sabemos por experiencia: que se<br />
puede estar muertos... incluso antes de morir, mientras aún estamos en esta vida. Y no hace referencia sólo de la<br />
muerte del alma a causa del pecado; sino t<strong>amb</strong>ién de aquel estado de total ausencia de energía, de esperanza, de<br />
deseo de luchar y de vivir que no se puede llamar con nombre más indicando que éste: muerte del corazón.<br />
A todos aquellos que por las razones más diversas (falta de autoestima, droga, alcohol, soledad, falta de sentido de<br />
la vida, desestructuración familiar, etc.) se encuentran en esta situación, la historia de Lázaro debería llegar como<br />
repique de campanas en la mañana de Pascua.<br />
¿Quién puede darnos esta resurrección del corazón? Para ciertos males, bien sabemos que no hay remedio que<br />
valga. Las palabras de aliento abandonan el terreno que encuentran. T<strong>amb</strong>ién en casa de Marta y María había<br />
«judíos llegados para consolarlas», pero su presencia no había c<strong>amb</strong>iado nada. Es necesario «mandar a llamar a<br />
Jesús», como hicieron las hermanas de Lázaro. Invocarle, como hacen las personas sepultadas por una avalancha<br />
o bajo los escombros de un terremoto, que llaman con sus gemidos la atención de los rescatadores.<br />
Frecuentemente las personas que se hallan en esta situación no son capaces de hacer nada, ni siquiera de orar.<br />
Están como Lázaro en la tumba. Se necesita que otros hagan algo por ellos. En labios de Jesús encontramos una<br />
vez este mandamiento dirigido a sus discípulos: «Curad enfermos, resucitad muertos» (Mt 10,8). ¿Qué quería decir<br />
Jesús? ¿Que debemos resucitar físicamente a los muertos? Si así fuera, en la historia se cuentan con los dedos de<br />
una mano los santos que pusieron en práctica ese mandato de Jesús. No; Jesús se refería, t<strong>amb</strong>ién y sobre todo,<br />
a los muertos de corazón, los muertos espirituales. Hablando del hijo pródigo, el padre dice: «Estaba muerto y ha<br />
vuelto a la vida» (Lc 15, 32). Y no se trataba ciertamente de muerte física, si había regresado casa.<br />
Aquel mandato: «Resucitad muertos», se dirige por lo tanto a todos los discípulos de Cristo. ¡T<strong>amb</strong>ién a nosotros,<br />
como acompañantes! Entre las obras de misericordia que aprendimos de niños, hay una que dice: «enterrar a los<br />
muertos»; ahora sabemos que existe t<strong>amb</strong>ién la de «resucitar a los muertos».<br />
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